Los rounds a ras de vida de Alberto Salcedo Ramos

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Por Rodrigo Islas Brito

“Colombia y México ponen la droga y los Estados Unidos ponen las fosas nasales”.

El periodista y cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos habla sobre lo que califica como “la perversión en las fuerzas de mercado del narcotráfico”, pero también y casi al mismo tiempo dispara sobre otras cuatrocientas cosas.

“Los narcos acá son un poquito más brutales que los de allá. Ambos países tenemos gobiernos corruptos, y Colombia sigue obsesionado con Pablo Escobar”.

Salcedo observa que mucha de la penetración del narco en la esfera pública de ambos países se da porque en los dos “los espacios para el ascenso social a través de la vía legal están limitados”.

“En ambos países ha habido una fascinación generada por la violencia del narcotráfico y las extravagancias de los narcotraficantes, pero no necesariamente ha habido un esfuerzo por encontrarle una explicación profunda al problema”.

“En Colombia hemos tenido épocas donde no sabemos si vamos a amanecer vivos al otro día. Días que podían poner una bomba en un centro comercial o en un avión”.

“Se vivía con una gran zozobra, eso lleva a que salga desde adentro el que quiere ponerle un nombre a ese horror y tratar de ayudar a entender lo que está pasando”.

El escritor estuvo en Oaxaca para presentar su libro Los Ángeles de Lupe Pintor, editado por Almadia y poseedor de 18 crónicas que corren en las líneas temáticas de las que han ocupado al autor a lo largo de su carrera. Entiéndase la cultura popular, el deporte, los seres anónimos y el conflicto armado en Colombia.

Después de completar un poema con la señora del servicio del hotel donde se desarrolla la entrevista, Salcedo apunta a que la crónica debe hacer visible lo invisible.

“Tiene un compromiso político, de darle voz a los seres que han sido invisivilizados por la gran prensa. Me siento feliz siendo testigo, me gusta oír y luego contar”.

Alberto creció en un pueblo costero colombiano, Arenal, donde apenas existían dos televisores, con un servicio de energía eléctrica patético, donde lo único que les quedaba a sus pobladores era sacar las mecedoras y contar historias.

“No era un lujo, era una necesidad. La forma de combatir nuestro subdesarrollo. Donde hay mucho atraso hay muchas historias. Donde hay mucho desarrollo como en Suiza, lo que hay son relojes”.

El entrevistado apunta a que el periodismo consiste en decir Lord Jones está muerto a gente que ni siquiera sabía que Lord Jones estaba vivo.

“Mi intención es que la gente no solo me lea, sino me oiga en el texto, que este suene , que tenga sonido”.

“Hoy en mi pueblo veo a un campesino con whats up, chicos que le prestan más atención a lo que está pasando en las redes sociales que lo que está pasando frente a su casa. Es una señal de estos tiempos”.

Salcedo habla sobre Lupe Pintor, el boxeador mexicano de la crónica que da título a su libro, quien en un combate mató a un boxeador gales y luego se convirtió en amigo de su padre.

“Su esposa decía que para superar el trauma de haber matado a un hombre, su marido necesito de ángeles, del padre del muerto, y del alma de un amigo asesinado de la infancia”.

Sobre el boxeo y sus infinitas aplicaciones el periodista se emociona, fascina y agarra vuelo. Dice que en el boxeo no se juega, que ahí la derrota es intransferible.

“En el boxeo pierdes tu solo, y lo haces frente a sesenta mil personas que han ido a ver cómo te demuelen las costillas. Es una metáfora de la lucha del hombre por la supervivencia. Cuando suena la campana al boxeador lo dejan solo, ni el banquito le dejan”.

“Una vez el campeón de boxeo, el afroamericano Larry Holmes le dijo a la novelista Joyce Carol Oates, ¿has sido negra alguna vez? Es muy duro, yo lo fui”.

Salcedo Ramos reflexión sobre el cielo e infierno de los pugilistas, sobre su rápida escalada a la gloria, y sobre su todavía más abyecta caída a las penumbras.

“Es la historia del héroe que no le interesa a nadie más. Un tipo que nace en un estrato social alto y se convierte en boxeador sería muy bruto”.

“Me encanta trabajar en contra de mis prejuicios y expectativas. Todo lo que yo espero es lo que trato de dinamitar. Que la realidad me sorprenda”.

Salcedo cuenta que se queda mucho tiempo con los personajes de sus crónicas, jugando billar con sus personajes.

“El buen periodismo se quita el síndrome del turista. Quien crea que en diez minutos va a hablar con un personaje y va a hacer la nota de su vida. Equivocó la profesión”.

El autor dice que él va a sus crónicas sin reflectores. “Ir, ver , acompañar al personaje estar con él”.

“Todo aquello que no puedo dejar de pensar es mi tema. El periodista sabe cuándo ya es parte del paisaje. El personaje ya no está incomodo, como lo estaría con alguien que no conoce”.

“Los personajes siempre van a tratar de impresionarte en un primer momento. Se muestran listos, inteligentes, exitosos. A mí es no me importa, me importa su alma, su esencia. Para eso voy más veces de los que iría un reportero que solo quiere retratar el momento”.

Salcedo dice que el periodismo se ha convertido hoy en rehén del síndrome del entrecomillado, donde todo el mundo está buscando una sola frase para poder hacer un titular expedito, o escribir un nuevo post de Facebook.

“A mí lo que me interesa es lo que hay detrás de esa frase. Un periodismo donde las preguntas no sean una cárcel”.

Salcedo dice que sus tema son lo hacen llorar, pues hacerlo llorara a él ya no tiene ningún merito.

“Lloro viendo pasar un avión de carga”.

De su libro rescata crónicas como Un país de mutilados, fresco de una provincia en Colombia que es hoy el territorio en el mundo más afectado por las minas antipersonales.

O aquella donde reporta y analiza un carnaval de su pueblo natal al que odiaba cuando era un niño.

“Donde te rompen la camisa y te echan polvos u orina en la cara. Cuando le hice preguntas al carnaval empecé a entenderlo”.

“Comprendí que aquello era catarsis, el lugar donde el rico y el pobre bailan la misma canción, donde puedes decirle al gobernante corrupto usted es un ladrón”.

Salcedo concluye en que los seres humanos creamos la novela para que nos perdonen el reportaje.

“Uno se despierta por las mañanas y se envenena leyendo noticias. Si no existiera la literatura de ficción en este mundo, no lo soportaríamos”.