Restauración autoritaria, ¿los inicios?

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Víctor Leonel Juan Martínez.

Oaxaca de Juárez. La restauración del autoritarismo en Oaxaca no iniciará el 1 de diciembre, como muchos auguran; ni empezó el 5 de junio con el triunfo del PRI en las elecciones a gobernador; tampoco son sus primeros pasos los regresivos cambios legislativos realizados por el Congreso local. No. La regresión al viejo régimen inicia justo el 1 de diciembre de 2010 y va de la mano de quienes fueron mandatados por la sociedad oaxaqueña precisamente para desestructurarlo.

Tampoco es responsabilidad sólo de un gobernador que quedó muy lejos de las expectativas que generara en su campaña. Nada causa mayor ofensa que la promesa incumplida, nos recuerda recientemente Mauricio Merino parafraseando a Aristóteles.

Sin embargo, el primer aviso de que el rumbo había cambiado y la prioridad no era ya conducir la transición democrática a buen puerto, fue la integración de un gabinete pluripartidista sí, pero no de coalición y sin un proyecto político como hilo conductor. Así conspicuos representantes del viejo régimen se situaron en la primera línea de mando del gobierno de Gabino Cué. Convivían desde propuestas emanadas de la sociedad civil y el movimiento indígena, en una de las mejores señales enviadas de que el compromiso con la sociedad oaxaqueña iba en serio, hasta los peores augurios de negociaciones entre las cúpulas del poder.

En el sexenio que vive sus postrimerías, la tensión entre dos proyectos encontrados prevaleció no sólo en el gabinete. También en los otros poderes. El legislativo se convirtió en el escaparate descarnado de la lucha por intereses facciosos.

Los partidos políticos arriaron sus propias banderas, hicieron a un lado sus proyectos ideológicos y establecieron una kilométrica distancia de las causas sociales. Se mimetizaron en una clase política homogénea. Si alguna responsabilidad mayor hay en el desvío de la transición, pasa por el Legislativo y los partidos políticos.

Es lo que los politólogos llaman la “cartelización de los partidos políticos” (Richard Katz y Peter Mair, “Changing models of party organization and party democracy: The emergence of the cartel party”, Party Politics 1995). Como lo retoma Silva Herzog (El vaciamiento democrático, 2015): los partidos compiten, ganan y pierden elecciones, discuten en el Congreso pero, debajo de la rivalidad, se coluden para cuidar sus ventajas y privilegios. Definen las reglas y se reparten los beneficios; hacen política para sí mismos. El contubernio de los partidos va drenando el demos de la democracia.

A lo largo del sexenio los dos proyectos que coexistían lo hacían en medio de fuertes tensiones. Los servidores públicos con compromiso democrático tenían que enfrentar los obstáculos, la grilla permanente, las presiones y descalificaciones de los representantes de esa clase política pluripartidista, pero mimetizada en una sola piel. Recordemos que la diferenciación entre izquierda y derecha, deviene de un hecho fortuito: en la asamblea nacional francesa de 1789, los diputados que estaban a favor de los privilegios se situaron a la derecha del presidente; los que buscaban abrogarlos, a la izquierda. Ahora, izquierda y derecha olvidaron el eje de referencia y se situaron todos del lado de los privilegios.

Tan es así que modifican la Constitución a su conveniencia. En el caso de los administradores municipales, primero se los reparten por cuotas partidistas; luego, en 2013, ante el caos presentado y a iniciativa del gobernador (justo a la salida de la 61 Legislatura entonces en funciones) le devuelven la facultad de designarlos. Los nuevos diputados, que son los que están ahora en ejercicio, recuperan el negocio en diciembre de ese año, reformando la Constitución y estableciendo el nombramiento como facultad suya. Esos mismos diputados, el jueves devolvieron la exclusividad de esa designación al Ejecutivo; ¿renunciaron al negocio? o es sólo cálculo que ya no les va a tocar la repartición y prefieren el bono de marcha?

Junto con esa reforma, renunciaron a la “irreductibilidad” del presupuesto para el Legislativo, que hace un par de años establecieron para evitar les disminuyan los amplios recursos que disponían.

Ah, por cualquier cosa, cambiaron el requisito para integrar una fracción parlamentaria. La dedicatoria es al PT, aunque puede impactar con el PAN, con este partido ya habrá forma de arreglo.

Es para pavimentar el camino a Murat, el gobernador electo, dicen unos. Más allá de ello, lo claro es la falta de ética, dignidad y compromiso democrático de estos legisladores. No es hecho fortuito que alguno de los cambios fuesen propuestos por la única posición de Gabino Cué en el Congreso.

Ese es el camino que ha seguido la restauración autoritaria. Pero los tiempos no son los mismos. Todos los partidos -a excepción de Morena y PT- tuvieron un desastroso papel en las elecciones del 5 de junio: el PRI gana la gubernatura con la más baja votación de su historia en Oaxaca (28.3%); el PRD cae al tercer sitio (17 %), equidistante del cuarto (PT, 11%) y del segundo (MORENA, 22.9%); el PAN es reducido al quinto (10%).

La primer tarea del próximo gobernante debe ser alcanzar la legitimidad de su proyecto político. Y, como se vio en el actual gobierno y en la propia Legislatura, hay servidores públicos comprometidos con las causas sociales. Hay avances institucionales y legislativos irreversibles. Hay un conjunto de medios jurisdiccionales federales que escapan al control estatal. La ciudadanía está más movilizada e informada ahora que hace 6 años; e incluso hay propuestas generadas por la sociedad civil y la academia de la necesaria agenda oaxaqueña (Ver: http://votooaxaca2016.pagina3.mx/agenda-ciudadana/ y http://educaoaxaca.org/1973). Hay más medios de comunicación críticos y alternativos. Los hechos de Nochixtlán pusieron en el tapete un conjunto de agravios contra comunidades y la sociedad. Hay heridas que no serán fáciles de restañar. Y en dos años habrá elecciones presidenciales.

Por cálculo político, mero pragmatismo o real compromiso social, el futuro gobernante y la 63 Legislatura tendrán que actuar de forma distinta. En ello va no sólo la gobernabilidad de Oaxaca, está en juego algo menos trascendente, pero más valioso para ellos: su supervivencia.