Los antibiopics de Miles Davis y Chet Baker

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Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.

Oaxaca de Juárez. Miles Davis y Chet Baker tienen ya sus sendas películas autobiográficas en este 2016. Dos de los jazzistas más significativos de los anales del blues y la tristeza  se paran en las pantallas en dos filmes que reinterpretan el sincopado de un buen biopic, sin aspirar ser un reflejo transcrito de una tonada interna, a la que una vez liberada hay que darle el suficiente espacio para que pueda sonar a cualquier cosa.

El actor Don Cheadle se provee su propio debut como director en Miles ahead (EUA, 2015), relato cuasi detectivesco de tres días en la vida de Miles Davis y la travesía que ha de llevar  a cabo por recuperar la grabación de su regreso a los escenarios.

Labor en la que es auxiliado, utilizado y sonsacado por un ambicioso periodista de la Rolling Stone (desbocado Ewan McGregor) con el que Davis es capaz a pesar de sí mismo, hasta de compartir las penas de un revolver extraviado, las pláticas diarreicas surgidas de la claridad de un buen cocazo, o las balaceras nacidas a lo loco y planeadas en la nada.

Como actor y director Cheadle confecciona a su Davis como ese tipo desagradable, locuaz, tirano y frágil al que no puedes dejar de ver.  Endiosado con su propia voz, reticente a comprender las cosas que no se circunscriban a los tres cuartos del aire que envuelve su sonido.

Ethan Hawke es Chet Baker en Born to be blue (Canadá, 2015), el sentido canto del guionista y director Robert Budreau a un hombre de talento quebradizo, con alma de pulmón y ojos que siempre miraron con llanto.

Al igual que Cheadle, Budreau disecciona la psique de un ser excepcional solo desde las antípodas del homenaje chabacanero o el vulgar recuento de drogas versus tiempo tipo True Hollywood History. El Chet del cineasta y de un Hawke que ahora si da la mejor actuación de su carrera, es un tipo triste al que no es necesario conocer sino sentir.

Inventándose una historia de Baker interpretándose a sí mismo, que tal vez nunca pasó pero que no importa, Budreau coloca a su protagonista en otro de esos regresos pautados de músico destruido que ha de resucitar, aunque sea un poco, solo gracias a  la irremediabilidad de su genio, y no a la ilimitada testarudez de su sentimiento.

El canadiense sitúa al Chet de Hawke como un alma dubitativa, que nunca creyó estar a la altura de las circunstancias pero que siempre estuvo ahí.  Jugando al desdoble de recordar  a la mujer con la que estuvo y con la hoy puede pero no saber estar (etérea Carmen Ejogo), que habla de cambiar pero que no tiene ni la más mínima noción del cambio.

Ni Budreu ni Cheadle aspiran en sus filmes a ofrecer una formula tipo ascenso-caída-madrazo de biopics musicales registro sufro un chingo pero también aprendo, tipo Ray (Taylor Hackford, 2004), en cambio se desencantan por gramáticas libres en las que presente y pasado forman y componen la misma improvisación, el mismo boop, la misma huella.

Con dos sensibilidades distintas pero similares en su manera de entender el ritmo, Budreau y Cheadle saben que menos es más y que la sinceridad se logra solo si sabes descifrar el equilibrio. Miles Ahead y Born To the Blue no son dramas biográficos, son dramas humanos sobre dos tipos miedosos y extraordinarios que no podían hacer otra cosa más que sincopar su angustia.

Hiperkinetico, caótico, violento, con logradas digresiones al espacio y al tiempo, el Miles Ahead de Cheadle  se mantiene fiel al concepto de ensamble tan arraigado en su objeto de estudio, aderezándolo todo en una montaña rusa donde los solos del que decía que la tristeza era verde y siempre resplandecía se traducen en metáforas visuales cuya importancia radica no en saber lo que estás viendo, sino en distinguir  lo que no estas escuchando.

Más modesto en sus técnicas y alcances, Budreau se pronuncia en Born to be blue, por un soplo de aire fresco a la aflicción encapsulada. Su Chet Baker, desde una primera imagen indeleble de una viuda negra anidando en su trompeta, es un tratado sobre el sentirse mal pero jodidamente vivo sobre un tipo que dijo que desayunaba heroína solo porque le encantaba estar drogado.

Ambas películas son jazz puro, trompetas sonando hasta el infinito de solo aquello que pueda comprender al sentimiento. Buenas películas, diseccionadoras, directas, curvilíneas en su metro creativo. Dos apropiaciones de noches y tardes tristes sobre dos artistas y sufridores extraordinarios.