A las 18:30 horas el féretro de Édgar ingresó al panteón, seguido de la banda que no cesó de entonar sus canciones.
Corrió la cerveza, el vino y la comida. También se entonaron canciones, muchas canciones que lo acompañaron de su casa a la iglesia, al corral de toros y, al final, a ese hosco agujero cavado en el panteón municipal. Fue una despedida como la pidió Édgar Tamayo Arias.
Y de pronto se escuchó la melodía que lapidó su abandono terrenal, aquella que desde la cárcel pidió que le compusieran para dejar constancia de la injusticia de las leyes estadounidenses.
Uno de los dos compositores, Teodoro Bello, viajó de Cuernavaca a Miacatlán, al sur del estado, para interpretar esa canción, ahora estandarte musical de los connacionales colocados en el corredor de la muerte, frente al lúgubre féretro: “Inyección letal”.
“Los canijos gringos me tienen cautivo siendo inocente, sin tener delito, a mí me aplicaron la pena de muerte…”, comenzó a cantar Bello, uno de los compositores de corridos más prestigiados en la música norteña y regional.
Su voz estremeció a los Tamayo Arias, sus paisanos, vecinos y amigos. Al curso de la canción le siguieron las evocaciones de Édgar, La Yegüa, cuando bebé, niño, adolescente y luego su partida a Estados Unidos en busca de una mejor vida. “Mueran los gringos”, gritaron varios dolientes al término de la melodía.
La canción retrata la crudeza que encaró Édgar en el encierro, la soledad, oscuridad y aislamiento. Dice Teodoro que su inspiración fueron las cartas que envió Édgar a un ex fiscal morelense.
Así, una estrofa anuncia su ejecución y critica al sistema acusatorio de Estados Unidos. Ahí se escucha su resignación.
“Un montón de rejas impiden mi paso para regresar. Ya salió en la prensa que en muy poco tiempo me van a matar, donde este mi gente yo quiero que escuche, que ponga atención, que a veces los gringos aplican sus leyes sin haber razón”, cantan “Los Tigres del Norte”. La canción fue incluida en el álbum de 2009, “La Granja”, cuyo corrido aludió el desarrollo del narcotráfico.
En otra parte cantaron, como lo pidió, “Amor Eterno”, dedicado a su madre y “El hombre que más te amó”, para su padre. Pero la que fue tema escuchado en cada esquina de la colonia Centro fue“Que me entierren con la banda”, solicitud expresa para sepultarlo.
Acá en Miacatlán, el duelo es sincero. Muchos son los que miran el cadáver. Unos no lo reconocen, otros, cercanos a los 50 años, evocan al joven bailador y torero. Los más esperaron 28 años para ver de cerca al morelense, ejecutado en Huntsville, Texas, por victimar a un joven policía.
Antes de su entierro, los comerciantes se solidarizaron al cerrar sus locales; el pueblo enmudeció al caer la tarde, tiempo elegido por los Tamayo Arias para llevar el cadáver hasta su última morada.
Fue una caminata en silencio. Sus padres han gastado sus lágrimas. Su mirada esta vacía y sus ojos secos, ajados. Detrás de ellos va la banda, no cesan las canciones, así como lo quiso Édgar.
En la iglesia, su misa, y la denuncia del obispo Ramón Castro: “A Édgar le realizaron la prueba de la pólvora para saber si había disparado y salió negativa. Texas incumplió con el fallo de la Corte Internacional. Édgar está ahora en buenas manos, lejos de la justicia del hombre; fue víctima de la maldad del hombre”.
Luego, en el corral de toros, recibió un homenaje. Ahí los presentes recordaron los años en que era montador antes de que decidiera partir hacia Estados Unidos.
A las 18:30 horas el féretro ingresó al panteón, seguido siempre de la banda El perro de Miacatlán, cuyos músicos sólo esperaron la señal para entonar sus canciones mientras el cemento cubrió la tumba de Édgar Tamayo Arias.