La Furia de la Guerra

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“Para hacer tantas películas donde te las pasas matando nazis, ¿qué se siente parecerse al sueño húmedo de Adolfo Hitler? , le preguntaron hace unos meses a Brad Pitt en un programa de comedia , a lo que unos minutos después el histrión contesto escupiéndole un chicle en la cara al conductor”.

Misma acción llevada a cabo por Don “Wardaddy” Collier, su personaje en Fury (Corazones de acero, su cursi y horrible título al español) en el momento en el que sus soldados subalternos pretenden salirse del huacal.

Fury, escrita y dirigida por David Ayer (Harsh Times, Los dueños de la calle) cineasta que ha venido a revivir el género de acción en el aciago Hollywood, cuenta la historia de Wardaddy y sus muchachones tripulantes de un tanque que ha de enfrentar los embates del contra ataque nazi durante la invasión aliada a Europa en la Segunda Guerra Mundial.

Swan (Shia LaBeouf) la conciencia del grupo y antiguo sacerdote que parece tener por Collier un cariño que va más allá de la mera camaradería, Travis (Jon Bernthal) el mecánico ojete al que la guerra le ha quitado una humanidad que todavía no ha echado en falta , Gordo (Michael Peña) en una actuación y personaje que son el estereotipo del cliche del chicano ex convicto y “barriobajero” y Norman(Logan Lerman) el cadete mozalbete y rebelde recién llegado a sustituir a un soldado al que una metralla le voló la cara y que no está muy convencido de poder matar a alguien.

Ayer, un fanático del realismo, no se ahorra dosis de verosimilitud para esta entrega. La segunda guerra mundial que nos propone está muy lejos de las películas gringas que sobre el conflicto se hacían hace unas décadas donde los soldados morían balaceados con un gesto de remansa paz en el rostro, aquí el cineasta puebla a la batalla de lodo, de vísceras, de niños nazis disparando como adultos nazis, de cabezas volando con sendos cañonazos, de limpieza quirúrgica del interior de un tanque llenó de tripas quemadas.

Con cada película el guionista de Día de entrenamiento se afina cada vez más, en Fury hay suficientes momentos para quitar el aliento. Como ese inicio tipo western de un oficial alemán apareciendo a caballo en la lejanía para después internarse en un cementerio de tanques, como ese monologo de Michael Peña donde habla de un desembarco en donde los mexicanos fueron los jodidos y acabaron en un fango donde solo hubo caballos muertos y “negras nubes de moscas zumbando, como una colmena de abejas gigantes. Como ese momento de paz entre la muerte en la que dos jóvenes amantes se meten a fornicar a un cuarto porque son jóvenes y porque están vivos.

Fury es la necesidad de la metralla, “¡esta guerra no se va a ir a ninguna parte!” grita Wardaddy para espolear a unos soldados que se cagan del miedo y que lloran por seguir vivos, que no se soportan entre ellos y se lo demuestran alejándose de camaraderías de postal tipo el ñoñazo de Steven Spielberg y su Rescatando al Soldado Ryan, que saben que morirán mañana y que para eso los trajeron.

Sin ocultar su ideología reaccionaria que se traduce en un final abiertamente gabacho y patriotero, David Ayer ha hecho con Fury su película de la Segunda Guerra Mundial, y a diferencia de tipos enamorados del sonido de su propia voz tipo Quentin Tarantino y sus Bastardos Sin Gloria, la ha hecho con el afán diseccionador de quien quiere comprender el infierno.