Columna FOGONERO: ¿Para qué tenemos que dejar atrás Ayotzinapa?

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Enrique Peña Nieto está decidido a cerrar Ayotzinapa a como dé lugar, no importa si hay que decir que los 43 jóvenes normalistas desaparecidos eran cómplices del grupo narco rival de los narcos que supuestamente los secuestraron, hacinaron, ejecutaron, quemaron y desaparecieron.

No importa si hay que poner al creador del Osito Bimbo, Roberto Servitje, gurú y modelo del empresario mexicano que de vender sus conchitas en un expendio paso al mainstream del planeta empresarial, a declarar que a los jovenazos normalistas hay que olvidarlos y ponerles flores, para pasar a otra cosa que no sea seguir comiendo su pan blanco.

No importa si la prensa internacional y nacional cuestiona su gobierno un día sí y al otro también, destapando escándalos de corrupción, cuestionando su capacidad para gobernar un país que está explotando, sacando a relucir casas blancas y primeras damas que forjaron su patrimonio con el sudor de su contrato de exclusividad para televisoras en las que al menos en el papel, dejaron de laborar desde hace más de cinco años.

No importando si cientos de personas salen cada cuanto a tomar las calles, y a gritar que su administración tiene ya tintes de fracaso.

No importando que, se esté viviendo hoy en día la mayor crisis de Derechos humanos en la historia del país, Enrique Peña Nieto y su procurador Jesús Murillo Karam, quien ya dejó claro que lo suyo es evitar la fatiga, dándole carpetazo al asunto, ofreciendo como absolutamente verdadero el dictamen de que a los normalistas les aplicaron la solución final, disolviéndolos en una pira funeraria con ingeniería mínima pero con resultados que hubiera envidiado el Tercer Reich, afirman y declaran que al caso Ayotzinapa “tenemos que dejarlo atrás”

La pregunta que surge entonces es, ¿dejar atrás Ayotzinapa? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué es lo que realmente tenemos que dejar atrás?

¿La indolencia e indiferencia de un sistema político que se parapeta en su negociada impunidad? ¿El canibalismo de un crimen organizado que, ha filtrado desde adentro al estado mexicano? ¿La desconfianza en un sistema de justicia que encuentra los restos del único de Ayotzinapa cuya muerte se ha certificado, Alexander Mora, en un cementerio de huesos en donde no encuentra los restos de ningún otro de los normalistas desaparecidos para luego sostener la teoría de que los 43 estudiantes fueron incinerados juntos?

Hace unos días, escuche decir a una señora de edad madura después de ver en el noticiero de Joaquín López Doriga la nota sobre el carpetazo que Murillo Karam trata obsesivamente de darle a los 43 fantasmas que asolan la galanura de su jefe, y en la cual un supuesto integrante de Guerreros Unidos dijo haberle hecho confesar a uno de los normalistas antes de asesinarlo que, él y sus compañeros operaban como cómplices de operaciones de los narcos rivales llamados los rojos, unas palabras a tomarse en cuenta.

“Me siento tranquila, porque comprobé que, los chavos que desaparecieron en realidad eran unos delincuentes”

La mujer, de más de cincuenta años, empleada en un almacén de prestigio con un sueldo mínimo y que, asegura con convencimiento que hace dos años votó por Enrique Peña Nieto para presidente (porque ella siempre fue priista de hueso colorado y además le regalaron dos costales de cemento y unas varillas para iniciar su casita, los cuales nunca le dijeron donde los tenía que recoger) pareció encontrar en las palabras de un narcotraficante al que le dicen el Cepillo, la razón para seguir adelante.

Para volver a confiar en un país que ya le dejo claro que los que desaparecen merecen desaparecer, que a los que asesinan merecen ser asesinados, que a los que quieren olvidar ameritan el olvido.

Aquí no ha pasado nada, aquí nunca pasó .