Política y corrupción, el déjá vu mexicano

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La moral es un árbol que da moras o sirve para pura chingada. Gonzalo N. Santos

¿Cuál es la distancia ética entre la clase política de hoy y los primitivos caciques de hace un siglo?

“A todo habitante macho de catorce años para arriba, sin siquiera preguntarle cómo se llama, le pegan dos balazos, no sea que el primero no lo vaya a matar: uno en la cabeza y el otro en el pecho”, es la instrucción dada a su tropa por Mencho, con quienes acomete en contra del pueblo donde asesinaran a su jefe, según recuerda uno de los participantes en esa masacre, Gonzalo N. Santos, el “Alazán Tostao”, en sus Memorias (Grijalbo, 1986).

¿Cuál es la diferencia entre esa y la orden dada –según se ha denunciado— por los Abarca en Iguala en contra de los normalistas de Ayotzinapa?

Entonces, como ahora, había ciertas condiciones que permitían la existencia de estos personajes. Hace 60 años Juan Rulfo lo haría encarnar en Pedro Páramo, explicando de paso, cómo era posible que permanecieran.

“Pedro Páramo es un cacique de los que abundan todavía en nuestros países: hombres que adquieren poder mediante la acumulación de bienes y éstos, a su vez, les otorgan un grado muy alto de impunidad para someter al prójimo e imponer sus propias leyes. No hay en ello, pues, ninguna metáfora, si acaso cierta metamorfosis que los convierte, por asociación, en consorcios o en sociedades anónimas al servicio de determinados intereses. En otras palabras, son los representantes del antiguo coloniaje al que aún estamos sometidos.”

Pero no sólo hablamos de asesinatos y violencia. También de esa estructura de corrupción que advertía Cossío Villegas en la Crisis en México al anunciar la prematura muerte de la Revolución Mexicana: se ha desprovisto de sus principios, acusaba.

Rodolfo Usigli lo describía en El Gesticulador, obra de teatro que, escrita en 1938, dibuja con claridad a muchos políticos de hoy: “¿Quién es cada uno en México?”, pregunta el personaje central, César Rubio, y se responde: “Dondequiera encuentras impostores, simuladores, asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas”.

Esa falta de rendición de cuentas, esa protección de las leyes y de una cadena de complicidades, deviene en impunidad. Y cuántos de quienes ahora ocupan posiciones en los tres niveles de gobierno, en toda su estructura no responden a estas definiciones.

“Vamos a darle una calentadita a la Constitución”, fue el acuerdo de El Alazán Tostao con el entonces secretario de Gobernación, Miguel Alemán, para que el primero pudiese ser gobernador por seis años, pues la legislación potosina establecía sólo cuatro. “Y así fue, la Constitución no se quejó de haber recibido tormento”. En las reformas estructurales de 2014, se apuntó que el petróleo sigue siendo de la nación, será manejado por Pemex, pero esta empresa podrá hacer los convenios comerciales con la iniciativa privada (mexicana y extranjera) para su explotación. Y la constitución no se quejó …

“¿Con qué carácter me va a fusilar?”, pregunta José Gorozabe a Gonzalo N. Santos, “con el carácter de diputado, contesté, para algo me ha de servir el fuero”. No para fusilar, pero si para hacer negocios, sirve ahora el fuero en México. Los escandalosos moches que diputados piden a presidentes municipales y contratistas, no son sino continuación de ese uso patrimonialista del poder.

Y, siempre sensibles a la crítica, reaccionan como el Alazán Tostato contra el periodista Miguel Acosta Menéndez, quien se habría atrevido a “insultarlo y calumniarlo”. Y tuvo un atrevimiento más, viajar en el mismo avión: “‘Pues mire cabrón –le dije en pleno vuelo— usted pintará simbolismo, pero yo le voy a pintar la cara a chingadazos’, y le empecé a pegar fuetazos en la cara y en el cuerpo”. Horas después, se encuentra nuevamente al periodista en un tren “cabrón, usted quiere ser ‘carne de héroe de periódico’ para hacerse notable, pero dígale a todos los de su calaña, que hable lo que se les de su chingada gana”, le espetó al tiempo que “le empecé a fajar a cañonazos (con su revólver) por la cabeza, la boca y el pescuezo”.

¿Cuál es la diferencia con quienes, ahora, mandan golpear, vejar, desaparecer periodistas? ¿O con los gobernadores, y funcionarios que tratan a sus empleados como vasallos a los que pueden cachetear, coscorronear, insultar, impunemente?

Mucho tiempo duró y mucha sangre corrió por la construcción del México institucional, apegada a principios democráticos, aquél por el que lucharon Heberto Castillo o Demetrio Vallejo, desde los movimientos de izquierda; el ímpetu de los universitarios del 68, los médicos y los ferrocarrileros en los 50s; el coraje cívico de Salvador Nava, Clouthier y tantos otros, con la resistencia civil tras los fraudes electorales en Chihuahua, San Luis Potosí, Guanajuato.

Esa lucha fue porque el país, la sociedad, ya no aguantaba un régimen antidemocrático, oscuro y corrupto; y estaba harta de personajes como el cacique potosino, el Alazan Tostao. Contra eso el país se alzó; por eso la insurgencia cívica del 88 y la irrupción zapatista del 94. Ahí se encuentra parte de las causas de la revuelta oaxaqueña de 2006; el #YoSoy132. La participación ciudadana que llevó a la alternancia en el poder presidencial en 2000 y en el gobierno oaxaqueño en 2010. Por eso las movilizaciones exigiendo la aparición de los normalistas de Ayotzinapa. Por eso propuestas emanadas de la sociedad civil como el Sistema Nacional Anticorrupción

Hoy, ese México institucional que hace tres lustros parecía al alcance de la mano, se diluye. Hay que enfrentar una visión de la política asentada en principios y en un ejercicio responsable del poder. Es nuevamente hora de que la ciudadanía tome cartas en el asunto.

victorleoneljuan.m@gmail.com

Twitter: @victorleonljuan