El equipo que busca la tumba de Miguel de Cervantes no tiene dudas: el autor de El Quijote está enterrado en la iglesia del convento de las Trinitarias de Madrid y sus restos fueron localizados junto a otros cuerpos, aunque no hay una “certeza absoluta” avalada por pruebas de ADN.
“A la vista de toda la información generada en el caso es posible considerar que entre los fragmentos de la reducción (de huesos) localizada en el suelo de la cripta de la iglesia se encuentran algunos fragmentos de Miguel de Cervantes”, dijo hoy el forense Francisco Etxeberria, director del equipo técnico.
No tiene “pruebas matemáticas”, sino datos históricos, arqueológicos y antropológicos obtenidos y cotejados durante la investigación y el proceso de búsqueda del cuerpo, iniciado en abril de 2014.
La pista definitiva surgió con el hallazgo de un viejo osario en el que se identificaron restos de 17 personas. Además de los de Cervantes, estarían también los de su esposa, Catalina de Salazar, según sostienen los técnicos.
“Son muchas las coincidencias y no hay discrepancias”, indicó Etxeberria, quien reconoció la ausencia de una prueba definitiva de ADN, pero fue optimista. “Todos los miembros del equipo estamos convencidos de que tenemos fragmentos de los restos de Cervantes”, aseguró en una rueda de prensa celebrada para dar a conocer los resultados de la segunda fase de investigación.
La conclusión se produce casi cuatro siglos después de la muerte del autor de El Quijote, en 1616, y coincide con el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de la obra, considerada una de las más importantes de la literatura universal.
Los rumores se dispararon hace unos días, cuando algunos medios de comunicación informaron del hallazgo de los restos de Cervantes y de su esposa. El Ayuntamiento de Madrid llamó a la cautela y matizó que no había garantías de haberlos identificado.
La convocatoria de hoy, en la que tampoco se dio una confirmación con certeza, desató la confusión entre la prensa. Algunos periodistas apuntaron a un posible interés turístico del Ayuntamiento, que hoy publicaba el aumento de las visitas a la casa de Cervantes en Alcalá de Henares.
También el Premio Cervantes José Manuel Caballero Bonald manifestó sus dudas sobre cómo el hallazgo de los restos puede honrar al célebre escritor, y pidió que no se convierta solo en un reclamo turístico. “Hay que hacer justicia con la persona, no con sus restos”, dijo.
Ante la polémica, los expertos destacaron que los datos obtenidos de la investigación documental y arqueológica son válidos, aunque no matemáticos.
El conjunto de restos humanos hallado en el subsuelo de las Trinitarias coincide “fielmente” con los datos de archivo sobre el grupo con el que fue enterrado Cervantes y su esposa, según defendieron.
El principal escollo es que no están individualizados, sino que forman parte de un cúmulo formado por miles de fragmentos y “esquirlas de huesos” difícil de separar por su fuerte deterioro. No obstante, su hallazgo estrechó el cerco sobre la ubicación de la tumba del célebre escritor, considerado autor de la primera novela moderna.
El historiador Fernando de Prado, impulsor de la búsqueda de Cervantes, ya defendía que el literato fue enterrado en el Convento de las Trinitarias, situado en el céntrico barrio de las Letras de Madrid, y que sus restos nunca salieron de allí, aunque sí pudieron ser reubicados dentro del inmueble debido a las obras de remodelación llevadas a cabo a finales del siglo XVII y principios del XVIII.
Concretamente, los cuerpos del escritor y de su esposa fueron trasladados entre 1698 y 1730 desde la iglesia primitiva del convento, situada en un lugar distinto al actual, hasta la cripta donde fueron hallados, según los expertos. Las conclusiones difundidas hoy no ponen el punto final a la investigación. A las dos fases desarrolladas hasta ahora, podría seguir una tercera para extraer muestras genéticas de los huesos localizados, aun a sabiendas de que sería difícil cotejarlas, ya que no se conocen descendientes de Cervantes, según explicó Etxeberría.
El equipo, formado por más de 30 expertos, utilizó un georradar y rayos infrarrojos, para rastrear los 200 metros cuadrados de la iglesia del convento, los habitáculos adyacentes, los muros y la cripta, a la que no se accedía desde 1955.