Fletcher (JK Simmons) no tiene mucho tacto que digamos. Golpea y ningunea a sus músicos, con el placer y el sadismo de un guardia de campo de concentración. Y el iniciático baterista Andrew (Miles Teller) tampoco es una perita en dulce, abnegado al principio con su dominante director de orquesta, el obsesivo estudiante se revelará a tiempo como alguien igual de orate que su mentor, convirtiendo Whiplash (EUA,2014) en un choque de trenes del que ninguno de los dos podrá bajarse.
Damien Chazelle realiza en Whiplash su versión revolucionada, con mucha acción y diálogos punzantes de Karate Kid (John G Avildsen,1984), aquella cinta de apostarle al perdedor, donde el sabio y bonachón Señor Miyagi (Pat Morita) conducía a un bobalicón y pusilánime hijo de madre soltera abusado por una bola de gandallas cinta negra, al que llamaba Daniel San ( Ralph Macchio) hasta la estratosfera del dominio del autoconocimiento y del pintado de casas, convirtiéndolo en una bomba de la autodefensa personal y de la patada desnucadora con la pierna rota.
En esta ocasión Chazelle no pinta la cosa tan amable y la endemoniada música, que inunda la película con duelos de tambor que abren en canal las palmas de las manos, no están ahí para hacernos sentir afables, al contrario.
El montaje completo de la cinta es una obra maestra que arroja al espectador a cualquier cosa, que no sea la indiferencia.
Presentaciones, confrontaciones, consejos, insultos, humillaciones, amores, desamores, cachetadas, autobuses retrasados, embestidas de tráiler; todo bajo un ritmo de vértigo que hace comparable un solo de batería a un viaje en bici por los alrededores del inframundo.
Whiplash es una cinta de kick boxing, envuelta en el plástico de una película de aprendizaje musical academia tipo Fama, con un Miyagi ojete a lo bestia (un Simmons quien redefine el concepto de ferocidad) y un Daniel San devenido en músico genio e inexperto, que solo podrá sobrevivir si se apura a depredar a sus depredadores (el prometedor joven Teller) y de que hasta su apoyador padre soltero (el resucitado Paul Reiser) duda si no es mejor empezar a sacarle la vuelta.
Damien Chazelle ha hecho con Whiplash una autentica representación de cine puro, no importa si los músicos aseguran que la cinta representa una idea equivocada de su gremio con la imagen del baterista buscando por todos los medios sonar como el mejor, (aunque para eso tenga que mandar de paseo a una novia buena onda que lo quiere bien.)
¿Que la música es tocar y vivir a gusto? Sáquense que, esto es cine. Acá se necesita víscera, y Whiplash nos la arroja en la cara.