Víctor Manuel Santiago Jiménez es escultor porque él lo ha querido, porque él lo ha buscado aun cuando en su destino parecía no estar escrita tal cosa.
“Siempre había querido meterme a las Bellas Artes. Pero en mi casa no era bien visto, se le veía como alguien que no iba a hacer nada en la vida.”
En 1992 termina su carrera de contador, con una familia ya de la cual hacerse cargo, Santiago comienza a trabajar en el Instituto Mexicano de Seguro Social donde comienza como intendente, y cuyos ingresos le permiten muchos después poner un minisúper.
En el 2006 llega a la pintura como una necesidad que estaba ahí desde muy joven. Tomando talleres en la casa de la Cultura con la guía de gente como Conrado Álvarez y Armando Ruiz, maestros que lo animan a descubrir nuevas cosas, nuevos materiales y a ampliar sus referentes para su trabajo.
“He tenido la suerte de haber estado cerca de gente que se ha abierto un poquito, como que la mayoría se cierra y no se deja compartir contigo porque sienten que en algún momento puedes llegar a competir con ellos.”
Bodegones, paisajes, naturaleza muerta, fueron las primeras cosas que Víctor pintó, donde el retrato le empezó a llamar la atención cuando descubrió los secretos del volumen.
A esto se le sumó el hecho de que debido al trabajo de su padre, Víctor comenzó desde los siete años a asistir regularmente a la Maderería López, donde comenzó a tener su primeros contactos con la confección de la madera.
De esto llegó su ocupación definitoria, la escultura. Disciplina de la que el artista se sigue considerando a apenas un aprendiz, para la cual Santiago retomó lo poco que había aprendido con albañiles, carpinteros y herreros.
“Empiezo a producir como un loco, y a hacer escultura con lo que encontraba. En días de campo traía piedras, palos, leña, infinidad de cosas para mantenerme trabajando sobre ellas constantemente.”
“Fueron tiempos difíciles, mis hijos estaban pequeños.” Recuerda Víctor y cita el poema Remordimiento, de Jorge Luis Borges, que lo inspiró a terminar de intentar sus sueños
“He cometido el peor de los pecados, no fui feliz, llegaron la tierra, el agua, el aire y defraude a mis jóvenes padres, porque no me anime a vivir. Ahora me persigue la sombra implacable de haber sido un desdichado.”
Decidido a no ser un desdichado, Santiago, a unos pocos años de cumplir los cuarenta decide que al arte le apostara todo, y en el 2009 comienza su camino como parte de una exposición de exalumnos de la Casa de la Cultura.
“Para los que empezamos siempre es complicado porque en los lugares a donde llevas tu obra te exigen tiempo y trayectoria. Estuve más de un año buscando una exposición individual, se me cerraban las puertas, aunque tenía obra.”
“En uno de estos lugares me dijeron tu trabajo no sirve, no me dice nada. La moral se me fue hasta el suelo, no estaba preparado para una crítica así.”
Víctor llegó a pensar en retirarse, situación de la que lo sacó un encuentro fortuito en enero del 2009, con su tocayo y camarada de la secundaria, el escritor Víctor Armando Cruz Chávez.
“Él estaba a punto de presentar su libro Los Hijos del caos. Así que días después le mostré mi trabajo y él me dijo, -me gusta lo que tú haces, te puedo sugerir unas cosas, Pero ya lo tienes.-“
Víctor apoyó a Víctor consiguiéndole unos meses después una exposición en el Blaise Pascal, y después otra en la Pinacoteca de la UABJO, llamada la Semilla en la piedra, donde Santiago hablaba de lo unión de lo masculino con lo femenino.
En la Casa de la Cultura regresó con un compendio escultórico llamado Memorial de la carne y la ceniza, donde el escultor hablaba del amor y de la generación de vida , y de la muerte como un proceso natural que se combina con todo lo demás.
“El tema en mi obra son los valores, la vida como parte de la muerte y viceversa, el complemento que se establece entre ambas.”
Cantos de floresta, exposición donde se hablaba de plantas y arbolitos forjados de metal, con frutos que a veces germinaban de madera, de piedra o de metal, con su grava negar y blanca rodeándolas, y cuyos últimos destinos fueron el Museo Comunitario de Calpulálpam de Méndez y el Museo del Palacio.
Además Santiago es autor del libro biográfico de investigación, Texturas de luz, muy completo sobre la vida y trayectoria del prolífico escultor emblemático de Calpulálpam de Méndez, Odilón Martínez Cosmes, cuya magna y solvente obra se encuentra desperdigada por buena parte del territorio oaxaqueño y cuya trascendencia artística y comunitaria aún se encuentra en proceso de una autentica revaloración.
“Es complicado el trabajo, difícil encontrar los espacios, pero estoy seguir que esto de ser hacedor es lo mío.” Concluye Víctor Manuel Santiago y habla sobre un próximo proyecto escultórico donde pretende abordar el tiempo
“Que hace estragos en uno, y uno que también hace estragos en el tiempo. Con formatos en madera de 25 a 70 centímetros. Quiero que mi trabajo haga reflexionar al espectador sobre la sencillez de las cosas, sobre el momento que a veces lo es todo.”
Explica un hombre que aprendió que el tiempo no iba a estar esperándolo siempre, un hombre que deicidio ir por él.