A veces a los críticos cinematográficos se les debería quemar en leña verde, un ligero vistazo y ya lo saben todo ofreciendo las netas de una película, ensalzándola o condenándola al ostracismo de espectadores que ven en sus sabihondos dictámenes las razones para ver o no ver una cinta.
Algo así ha sucedido con Take this waltz (Canadá, 2011), segunda película como directora de la actriz canadiense Sarah Polley, estrenada hace cuatro años, que criticas como “una historia cursi, babosa de amor y adulterio” o “recital de lugares comunes, miradas al cielo y grandes frases para el olvido.” La llevaron a pasar desapercibida en el momento de su estreno.
Restrenada en DVD como Triste canción de amor, la cinta trata sobre el triangulo amoroso en el que se mete Margot (Michelle Williams), casada con un cocinero indiferente para cualquier cosa que no sea sazonar manjares con pollo (Seth Rogen, menos chirriante que nunca), enamorada de un vecino que carga un carrito de pasajeros vietnamita que habla demasiado y con el que Margot nunca puede terminar de concretar nada.
Polley, quien también escribió el guión, confecciona una historia que se muestra sensible en cuanto a la presentación de sus personajes, un recorrido sobre el amor, desamor y el deseo contenido por la culpa.
Williams, actriz ya relacionada con el calvario femenino indie (Blue Valentine) realiza aquí un retrato muy humano y sensible de la femineidad enamorada, su personaje no es el lugar común del adulterio cinematográfico con mezclas hiperbólicas y pedestres tipo Madame Bovary conoce a Cincuenta sombras de Gray, sino un recuento perceptivo y lucido sobre los compromisos, contradicciones y pugnas internas que saltan cuando alguien se atreve a ir mas allá de las cartas que la vida ofrece.
Tomando el título para su segunda película de una canción de Leonard Cohen, Polley va mas allá del agridulce romanticismo geriátrico de su opera prima, Lejos de ella (2006) y se pronuncia por personajes de carne y hueso que viven una cursilería de carne y hueso.
Con una apuesta visual fuerte en las que los colores encendidos es insertan en una cotidianidad que amenaza con asfixiarlos, donde un grupo de mujeres desnudas de todas las edades platican en un naturalismo que concreta sobre cualquier cosa que pudieran compartir, donde un carro de carrusel se torna en arena para las ganas y las ganas de aguantarse las ganas, donde la crisis alcohólica de una madre de familia (genial Sarah Silverman) deviene en disertación y puesta al día de las trampas que guarda el portarse bien.
Polley tiene cuatro de haber realizado la parábola y paráfrasis del amor y arrepentimiento cursi, y apenas nos estamos dando cuenta.