FOGONERO: Los frescos visuales y emocionales de Memín Pinguín

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Por Rodrigo Islas Brito

“¿Por qué no quieres que sea nuestro amigo?, ¿por negro?”

“No, no tengo problemas con la piel de la gente. Lo que pasa es que yo no me llevó con chaparros”

Recuerdo que era lo que Carlangas le respondía a Ernestillo con Memín Pinguín siguiéndolos desde cuadras antes en su deseo de hacerlos sus “cuatachos.”

Era 1986 y yo había adquirido el primer número de una nueva redición de la historieta (mi madre y mis tíos habían crecido con ella) que venía gratis con un Teleguía.

El crush fue inmediato, y continúe comprando la historieta por los siguientes cuatro o cinco años de mi vida. Mucha de mi educación de entender el melodrama viene de lo que escribió Yolanda Vargas Duche e ilustró de forma inolvidable, el caricaturista, ayer fallecido a los 81 años, Sixto Valencia Burgos.

Memín, Ernestillo, Carlangas y Ricardo (el niño rico de la palomilla que en sus ganas de encajar hasta se puso a vender periódicos) eran personajes trágicos con vidas aún más trágicas.

De familias monoparentales, fragmentadas, en la que el padre de Carlangas lo había abandonado antes de nacer, la madre de Ernestillo había muerto y el padre de Memín había hecho lo mismo en circunstancias nunca del todo aclaradas.

Solo Ricardo contaba con sus dos padres, aunque esto se vio en peligro cuando el padre estuvo a punto de abandonar a su familia por una rubia a la que Memín terminó convenciendo que mejor se abriera.

Personajes como Isabel, la madre de Carlos, que era cabaretera y cuyo descubrimiento de su noble profesión propulsaba a su hijo al consejo de tutela, Eufrosina, la madre de Memín, con un sospechoso parecido a la negrita de los hot cakes y que tenía en su tabla con clavo la única criptonita que podía bajarle el buen humor a su ocurrente hijo, o Candelaria, la abuela millonaria y seca de Carlangas que solo podía ser enternecida con columnas humanas que acaban en trancazos, fueros mis favoritas.

Trifón el niño gordo de Monterrey al que Memín quería reventarle el globo que tenía en la panza, el tío gangster de Ricardo que tenía una cicatriz a la Scarface y que no mató a su sobrino cuando este lo cachó robando las joyas de su madre, “solo porque no quería que su hermana perdiera a su hijo y a sus diamantes el mismo día”, o el indio prófugo cherokee que pretendía sacrificar a los cuatro amigos en un ritual de sanación desternillante cuando coincidía con ellos en la búsqueda de un tesoro.

Canuta, la tía norteña que gustaba de echar bala a la primer provocación y que terminaba siendo sometida por la fuerza de una plancha, el esposo de esta, Don Cleto, un taquero al que le faltaba un dedo y que sufría de una extraña y amorosa amnesia, o Antonio, el expresidiario que llegaba a la vida de la palomilla con una trágica historia de infanticidio, pero que era redimido por la propensión de Memín de asirse a los casos difíciles, fueron personajes eventuales que eran ejemplo de la originalidad de la pluma del trazo visual y emocional de la historieta

El dibujo de Sixto Valencia apuntalaba mucho del efecto final del drama, con viñetas que eran frescos, donde un montón de cosas pasaban al mismo tiempo.

Donde lo mismo Memín podía estar hablando y jugando béisbol con sus cuatachos que al fondo se podía ver a un novio y sus mariachis siendo corridos a macetazos en una fallida serenata.

Con una imagen nítida y viva de las barriadas, donde la pasión de los juegos de fútbol solo eran comparables a los viajes que resguarda el alma, con Memín perdido en Nueva York, durmiendo en el vientre de un elefante.

Con Ernestillo viviendo un viacrucis por salvarle la pierna a su carpintero padre al que un recaída alcohólica lo llevó al final a ser auxiliado por un médico ruso comunista, con la historia de un chofer ocasional que relataba como el momento más espeluznante de su vida fue cuando un pasajero se disolvió en el aire en el interior de su taxi.

Con un colorido desatado y una inventiva sincera, que lo mismo proponía anécdota graciosas, trágicas y “thrilerescas”, que escenarios delirantes como aquella borrachera que llevó a Memín a volar por los cielos con una burra mágica a la que había atropellado una locomotora.

Curiosamente el momento de mayor popularidad de la historieta llegó cuando líderes de la comunidad afroamericana de Estados Unidos señalaron al trazo del personaje de Memín como digno de un conflicto diplomático, acusándolo de racismo en su contenido.

El presidente de aquel entonces, Vicente Fox atajó la cuestión que Pinguín era ya parte de la tradición popular de un país, México, que veía en lo que ellos llamaban pobreza, un sentido para la identificación.

Probablemente el momento de mayor lucidez de todo el foxismo.