“El arte es una herramienta de trasformación social y una manera de exigir justicia.” Comento Susana momento ante de recordar, como los niños de Ayotzinapa se preguntan si no vendrán también por ellos.
“¿Ser estudiante es un delito?” Molina ve a los niños concentrarse en su rostro. Su respuesta tarda en llegar.
La cantante de hip hop, serigrafista y activista, relató dentro de los foros del festival de documentales, Ambulante Ideas, su experiencia iniciada desde finales del año pasado en la diaria convivencia en un mundo suspendido en una explosión interna ante un gobierno al que reconocen ya como autoritario, impune y suspendido en una Casa Blanca de corrupción.
La Normal guerrerense, Isidro Burgos de Ayotzinapa (precedida por un activismo en los tiempos más oscuros de los sistemáticos asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde Molina afirma haberse dado cuenta de que el desaparecer es el acto final de sometimiento que concatena a todos las tinieblas del poder despótico) es ahora el hogar desde finales del año pasado de la artista.
Consignas, totalmente mal escritas, como “Aguirre borracho, regresa a los muchachos.”, referencia al antiguo gobernador con licencia de Guerrero, hoy sustituido por recién llegado, y segundo al bat, David Cienfuegos Salado.
Le mostraron a Suzanna de forma por demás tacita “las demandas en sus voces, en sus conciencias cobrando un sentido para mí a través del diseño.”
“Le pregunte a los niños, dentro de sus sueños y su mundo, cual podría ser un arma que nos llevaría a encontrarlos.”
Las respuestas vinieron en trazos infantiles, de desesperanza pura, curiosa, que comprobaron que la inocencia, en los alumnos de Tixtla, se había ya extraviado en un espectro de incertidumbre y certeza.
Molina impartió en esta población, la más cercana a la Normal de Ayotzinapa, una serie de Brigadas culturales y talleres de serigrafía con alumnos de Tixtla, el pueblo más cercano a Ayotzinapa, quienes finalizaron el taller trazando unas palabras, antecedidas por una pregunta
“¿Se los llevaron porqué son estudiantes, entonces van a venir por nosotros también?.”
Molina tiene actualmente un taller de serigrafia en la Normal Guerrense donde da clases no sólo a los niños, sino también a los mismos normalistas y a los padres de sus 43 colegas secuestrados, desaparecidos, y hoy presumiblemente incinerados, aspirando a un caso cerrado buscado por una Federación que solo piensa en tapar hoyos de un país que les desparrama en las manos.
La serigrafista contó la incursión de los padres de los 43 desaparecidos a Tixtla, donde se colocaron en la plaza del pueblo, en plena hora pico del sol más abrazador (buscado por los propios padres y madres como prueba del nivel de compromiso por la aparición con vida de los 43 normalistas) para hablarle a los pobladores sobre su llamado a no votar en estas próximas elecciones federales
“Se trataba de hacer conciencia de lo absurdo ya de hacerlo, solo para convalidar a políticos en los que uno de sus candidatos o son corruptos, o son asesinos, o son pantallas de alguno de los dos.”
Finalmente Suzanna contó dentro de su plática, “Mi vida en Ayotzinapa” anécdotas de resistencia como que había detrás de la imagen de un padre de familia gritando a un destacamento de Policías Federales, pastor de reses, experto en lanzar la onda para atrapar ganado.
O del niño que le confió a Molina un sueño muy curioso en el que los 43 regresaban a su Escuela corriendo por la cancha de básquet bol y luciendo uniforme deportivo.
Minutos antes, Suzanna Molina había mostrado imágenes en power point del trabajo en serigrafía del taller impartido por la cantante, en el cual se podía leer la frase.
“Vivos los queremos. Atentamente, niñas y niños de Tixtla.”