El castigo al Partido Verde por su indolencia de recursos, por su pornografía publicitaria con Andreita Legarreta y el Negro Araiza diciéndote con tus palomitas en la mano, la friolera (más populista que los descuentos del Doctor Simi) de que el partido de la familia González exigía pena de muerte para secuestradores, quedo impune.
Se hablaba de oficializar la desaparición de un partido que, se la ha pasado en la opacidad económica y el acompañamiento priista desde que fuera creado hace más de veinte años por Jorge González Torres, padre del hoy senador con licencia, Jorge Emilio González Martínez, nieto a su vez del ex gobernador de Tamaulipas, exprecandidato presidencial y dos veces secretario de estado, Emilio Martínez Manatou.
González Torres, candidato presidencial en 1994, creo el partido bajo un discurso ecologista y de preservación del medio ambiente que muy pronto dio visos de franquicia familiar.
Sigue siendo inolvidable aquel “me chamaquearon”, que el Niño Verde (senador por decreto desde los 32 años) soltó al verse descubierto en un video escandalo donde se le podía ver negociando un soborno de dos millones de dólares con un empresario mexicano, a cambio de su ayuda para conseguir permisos de construcción en Cancún, Quintana Roo, uno de los principales centros turísticos del país.
González diría después que su intención era descubrir a los malosos, aunque en el video terminara diciendo que, no entendía nada de lo que le estaban proponiendo, pero que con dinero de por medio, él le entraba.
Tres días sin spots en los medios, fue todo el castigo que el Consejo del Instituto Nacional Electoral pudo encontrar para el Verde, del que su dirigente estatal en Oaxaca, Moisés Molina, declarara en pasado debate televisivo que, no sería más apéndice ni hermano menor de nadie, solo para aceptar minutos después que el Verde Ecologista había apoyado al PRI en todas las reformas estructurales peñanietistas instrumentadas, según él, por la búsqueda de un alto bienestar a la nación.
Mucho se comentó que la conversación filtrada del Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova, donde jocosamente llamaba toro sentado a un líder indígena que no le quería dejar celebrar una elección, era un calambre para el funcionario sobre los infiernos que se le podían desatar si se ponía difícil, aunque por la tibieza de la sanción esa teoría de la conspiración se puede fácilmente desechar.
Pues al parecer, en términos reales , la tan cacareada desaparición del registro del Verde, precedida por millones de pesos en multas del Tribunal Electoral, que el partido acabara pagando con nuestros impuestos, jamás estuvo sobre la mesa.
¿Y cómo iba a desaparecer si el Verde es la principal comparsa legislativa para el proyecto privatizador de Enrique Peña Nieto?, donde se amenaza con privatizar hasta las conciencias.
“A estas alturas será el Verde el que le acabe quitando el registro al INE”, se podía leer en un jocoso estado de red social, como jocoso le resultó a Lorenzo Córdova el comparar al socio del Llanero Solitario con un Tlatoani Chichimeca, situación que desembocó en un linchamiento nacional que, en si solo es digno de un libro entero sobre la necesidad inmediata de que este país psicoanalice su psique nacional de una vez por todas.
Con la India María como referente de comicidad familiar, el puritanismo patrio es una cosa que a estas alturas raya ya en lo ridículo. Esa corrección política en la que alguien puede llegar a comparar la conversación filtrada del máximo agachón del INE, con aquella otra filtración del gober horrible Mario Marín, donde le decía a su benefactor Kamel Nacif que ya había mandado a traer a Lidia Cacho para darle unos “cuescos”, o en donde Nacif platicaba con un amigo las posibilidades de violar a Cacho con una escoba.
Que se le pida la renuncia a Córdova por ser un blandengue y acomodaticio que, convalidad la existencia de un partido político sanguijuela y piraña, pero no porque en una conversación telefónica con un compañero de trabajo tuvo la brillante idea de bromear peyorativamente sobre un hombre con la que horas antes había tenido un roce en el trabajo.
Esta costumbre y proclividad mexicana de agarrar la bandera, el águila y la serpiente y aventarse un clavado a lo Juan Escutia a la primera provocación ya huele a pura y verdadera mala conciencia.
Urge pronto el psicoanálisis.