Por Rodrigo Islas Brito
“La misma incredulidad que en su momento generó la transición democrática es la que hoy existe en torno a nuestra capacidad como nación de combatir la corrupción.”
Son las palabras que el presidente Enrique Peña Nieto soltó en la presentación de la promulgación del sistema anticorrupción, el cual calificó como “una reforma contra la impunidad.”
Pues él como Presidente de la República dijo estar “firmemente comprometido con el combate frontal a la corrupción y con el fortalecimiento la legalidad, la transparencia y la rendición de cuentas.”
Y es aquí cuando uno se pregunta, ¿Qué diablos pasa por la cabeza de este hombre? ¿Cómo concibe el mundo? ¿Cómo mira a este país del que llegó a ser presidente o porque repartió las suficientes tarjetas de descuento, o porque está muy guapo y porque sale divino en las selfies? (porque por brillante, de plano no se ve como).
¿Estamos acaso ya en la franca imposición de la estupidez como principio de políticas públicas?.
“Señor Peña Nieto, comprar casas de contratistas y luego darles millones de dólares en contratos, eso es corrupción, por eso tanta gente quiere su renuncia y no nos vamos a callar.”
Dicho por el periodista Jorge Ramos, que hoy ya resuena a mantra en un país cuyo máximo mandatario aspira a que el descubrimiento que se hizo de su adquisición de una residencia más residencial que su propio ego, a la más pura y vulgar usanza del viejo tráfico de influencias, teniendo la genial puntada después de verse descubierto de culpar a su cosmética esposa, y por si esto no fuera suficiente, nombrando además a su amigo Virgilio Andrade (secretario de la Función Pública) como el tipo que en teoría estaba encargado de auditarlo (cosa que al final nunca hizo).
Fue lastimero ver a Andrade en el noticiero de Joaquín López Dóriga siendo cuestionado por preguntas de un Teacher que cada vez se ve más acartonado en su simulación periodística.
Andrade dijo que este nuevo sistema va derecho y no se para, sindicatos, funcionarios, partidos políticos, todos a la hoguera. Lo que López Dóriga nunca le preguntó al nuevo paladín de la honestidad más honesta fue qué onda con su jefe.
Aquel que respondiera a los señalamientos de corrupción en su contra con el algo inusitado – no fui yo, fue mi esposa –.
O el no fui yo, fue mi padre”, que Comunicación Social de la Presidencia de la República acaba de esgrimir el día de ayer al responder a una investigación del corresponsal de la agencia Reuthers que marca que Peña falseó su declaración patrimonial, en lo referente al procedimiento mediante el cual obtuvo un terreno de mil metros cuadrados en Valle de Bravo.
Aclarándole a la opinión pública que buscaron al reportero Simon Gardner, dejándole recados y mensajes de voz en su celular para explicarle que la residencia y terreno en cuestión era una herencia familiar de nuestro hoy ilustre mandatario.
Enrique Peña Nieto no va a renunciar, y quiere callar a aquellos que no se van a callar con simulaciones que insultan la inteligencia humana.
Si se quiere quedar en el puesto el resto del sexenio a como dé lugar es su derecho, pero que por lo menos tenga la delicadeza de no actuar como si pensara que el país al que gobierna es una nación idiota. Por lo menos eso.
Esa incredulidad de la que hablaba Pela Nieto en la presentación de su más reciente impostura, es en realidad la incredulidad ciudadana por ver hasta qué punto su administración termina de perder.
Lo que sea, lo que venga, lo que se pueda.