Lou Bloom puede ser un psicópata, pero también es un hombre con visión.
El guionista Dan Gilroy confecciona en Nightcrawler (2014), su opera prima, un cuento de la búsqueda de la fama en el inframundo y entrega uno de los filmes estadounidenses más vitales vistos en mucho tiempo.
Jake Gyllenhaal inunda la pantalla con esos ojos grandes que han de comerse al infierno, desde el primer fotograma donde vemos a Bloom-Gyllenhaal robar un alambrada para venderla y hacerse de un nuevo reloj en el tramite, hasta ese final donde el curtido protagonista logra captar la cara de la muerte en toda su convulsión, la cinta se avoca a reventar las vertientes de un universo en donde el morbo es ley y la violencia es la guía.
Explorando los caminos de la reporteada de gringa de nota roja, donde no hace falta más que una cámara, un auto rápido, mucha sangre y una ausencia total de escrúpulos, Primicia mortal (el horrible y resultón titulo que le pusieron en México) es un rally de la mala leche, donde los villanos balacean comensales en una cafetería, y el héroe es un tipo que sería capaz de tomar fotos en la autopsia de su propia madre, celebrados todos por un público que solo busca la satisfacción de saciar su sed de mierda.
Bloom juega como una especie de Travis Brickle del lado oscuro decantado de cualquier impulso salvador, una Charles Foster Kane de la era de la Señorita Laura, resguardado por una veterana ejecutiva de noticiero de pacotilla (Rene Russo) que sabe que la verdad de las vísceras venden más que la tierna mirada de un niño huérfano africano.
Paródica en sus ganas de ir hasta las últimas consecuencias en su afán de desnudar la lógica de los reptiles, Nightcrawler es la parábola encendida y zigzagueante de este planeta carroñero que habitamos hoy, con top shows en horario estelar que empiezan con un “¡que pase el desgraciado!”, entusiasmando a un público convencido de que esa es la verdad de la vida.
Una verdad a la que los medios los arrojan situándolos como eternos protagonista de una función de lucha libre sin límite de tiempo. Nightcrawler se ahorra cualquier cruzada de análisis ético en un momento en el que ya no queda mucha ética por observar.
Giroy, con su dirección dura y pasmosa, y Gyllenhaal , con su enrevesada construcción de un rol que nos recuerda que el horario triple A televisivo debe estar lleno de sociópatas, le ponen luces a esa aplanadora putrefacta llamada índice de audiencia, al que hay que llegar aplastando sin dejar opciones en la imposición de una noche eterna.
Lou Bloom es un tipo con visión, pero también es un psicópata.