Tiene los ojos bien abiertos pero la mirada perdida, como si le hubieran impreso el susto en el rostro. Violeta todavía no cumple los 14 años pero ya carga en sus brazos un bebé de apenas 10 días. Se llamará David cuando el párroco del pueblo acepte bautizarlo, porque ahora le pone peros. No está bien visto por Dios dar el santo sacramento al hijo de una pareja de “amancebados”, dijo el sacerdote de su comunidad, en la sierra norte de Puebla.
Violeta y Polo, de 19 años y padre del niño, no pensaban vivir juntos, de hecho ni siquiera eran novios cuando su familia se enteró que estaba embarazada de cinco meses. Ahora viven los dos en casa de la madre de Violeta, quién a sus 32 años ahora es abuela.
México es el país de la OCDE con la tasa más alta de embarazos adolescentes, 62 de cada mil chicas entre 15 y 19 años se embarazaron en México en 2013. Violeta ni siquiera entraría en la estadística, todavía tiene 13 años y esa cara de espanto permanente.
La chica estaba apenas en segundo de secundaria. Su madre quiere que en agosto retome el curso en una escuela improvisada en la sala de juntas del ejido, que maneja un profesor de apenas 18 años mandado por el Consejo Nacional de Fomento Educativo, Conafe.
La única escuela en forma en esa comunidad es la primaria. Antes de que llegase el Conafe tampoco tenían secundaria. Debían viajar una hora y media hasta la cabecera municipal más cercana y pagar 60 pesos al día en transporte, en un ejido donde el jornal agrícola se paga a 100 pesos el día.
México tiene la obligación de garantizar la educación a sus niños hasta la preparatoria, según la última modificación legislativa, en 2012, y tiene una proporción de estudiantes inscritos en instituciones públicas mayor que el promedio de la OCDE; sin embargo, no tiene los mecanismos para evitar la deserción prematura.
De los 34 países que integran la OCDE, México es el que tiene más población joven sin estudios. Más de la mitad de los mexicanos entre 25 y 34 se quedaron con el grado de secundaria o inferior.
Adolescentes embarazadas: un futuro incierto
Violeta no sabe si la concluirá la secundaria. Aunque en el ejido podría empatar los estudios con con la crianza del bebé, no ve beneficios en el esfuerzo.
“Aquí no hay nada que hacer si estudias una carrera”, explica la única mujer del pueblo que ha ido a la universidad. Su nombre es Ana Lilia y tiene 22 años.
Ana Lilia es la tercera persona con un grado de licenciatura en 40 años en el pueblo. En cambio en el último año tres adolescentes se embarazaron.
En este año, en todo el país, se han titulado 413 mil personas de un grado universitario, frente a 336 mil 481 jóvenes entre 15 y 19 años que fueron madres.
Naciones Unidas tipifica el embarazo adolescente como una causa y una consecuencia de las violaciones de derechos.
“El embarazo menoscaba las posibilidades que tienen las niñas de ejercer los derechos a la educación, la salud y la autonomía, garantizados en tratados internacionales, como la Convención sobre los Derechos del Niño. Y a la inversa, cuando una niña no puede gozar de sus derechos básicos, como el derecho a la educación, se vuelve más propensa a quedar embarazada”.
Según la Secretaría de Educación, el embarazo adolescente es la segunda causa de deserción escolar entre las jóvenes mexicanas.
Una vez en edad, activa las mujeres trabajan mucho menos fuera de casa, lo que las pone en una situación de dependencia económica. Ocho de cada 10 hombres en edad de trabajar lo hacen, mientras que en las mujeres la proporción es de sólo 4.
Una mujer gana entre 10 y 30% menos que un hombre.
Las mujeres ganan 30% menos en actividades industriales que los hombres y un 24% menos cuando son operadoras de transporte, según un estudio del INEGI con fecha de 2014. Para comerciantes, profesionales, funcionarios u oficinistas, la brecha salarial de género fluctúa entre el 17% y el 10%. Y esas diferencias solo se difuminan en actividades como las agropecuarias, de protección o vigilancia o entre las trabajadoras de la educación.
El reporte Global Gender Gap 2014 es aún más pesimista, pues asegura que el salario de las mujeres es, en promedio, la mitad del que ganan los hombres.
A ese panorama hay que agregar que, mientras las mujeres dedican más de seis horas al día a trabajo no remunerado como las tareas del hogar o la crianza de los hijos, los hombres no dedican ni dos.
“Ahora hay mujeres diputadas, gasolineras o pilotas, pero la mayoría siguen estando en puestos de menor ingreso que los hombres, aún y con las mismas responsabilidades”, resume la integrante de la Red de Mujeres Sindicalistas, Inés González.
Además la discriminación no está solo en el salario. En un país que vanagloria a la madre, resulta que casi la mitad de las mujeres asalariadas y aseguradas no cuenta con incapacidad médica después del parto, pese a que está previsto por ley. (En 2009 la cifra era de 45.7%) y en 2011, más de 800 mil mujeres embarazadas perdieron su empleo, sufrieron baja de salario o no pudieron renovar su contrato.
Otros factores de discriminación hacia las mujeres en el acceso al empleo son la edad, la forma de vestir y el color de piel, según la última Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México, hecha por el Consejo para Prevenir la Discriminación en 2013.
“Nos siguen viendo como objetos”, espeta Karla, quién a sus 22 años se paga las colegiaturas de la escuela de periodismo gracias al modelaje. Karla nació cuando su madre tenía tan solo 15 años y una vez ella fue al colegio, su madre pudo seguir estudiando hasta alcanzar la maestría. Ahora a ambas les va bien, pero no ha sido fácil. A los 18 años Karla tuvo que empezar a costear todos sus gastos. Perdió el primer año de carrera porque no lo pudo compaginar estudio y empleo. Su primer trabajo fue como mesera en un restaurante de comida estadounidense donde las chicas traen pantalones mínimos y escotes, y se cobra el salario mínimo más propinas. Apenas una niña, Karla no lo pudo manejar.
Universidades públicas, privadas y el empleo
Para trabajar como vendedor en una tienda departamental se requiere la preparatoria terminada. Si no se tiene, solo se puede acceder a las tareas de limpieza o a la bodega. Los empleos formales exigen cada vez más formación a sus empleados, aunque ésta no se revierta directamente en un mayor salario.
La OCDE alertó en su último informe sobre educación en México que alcanzar mayores niveles educativos “no necesariamente se traduce en mejores resultados en el mercado laboral”.
Óscar, vendedor de revistas y libros en un almacén propiedad del millonario Carlos Slim, trabajaba sirviendo comidas en ferias antes de terminar la prepa abierta. Ahora no gana más, pero tiene un trabajo menos pesado con prestaciones y seguro social.
Ricardo tiene 29 años y le faltan dos semestres para terminar la carrera de Arquitectura. Cuando acabó la prepa, su madre le dijo que solo podía pagar la universidad para uno de sus hijos y él renunció por su hermana. “Luego ella salió panzona y tampoco estudió”, dice con un dejo de amargura. Su hermana abandonó la prepa al embarazarse. Él fue vendedor de dulces, mesero, comerciante ambulante,… a los 23, con su hermana ya con trabajo estable, regresó a la universidad.
Después de dos intentos entró a una escuela de arquitectura de la UNAM. Hace dos años tuvo que dejarla porque no tenía dinero ni para imprimir los planos. Además, había que volver a ayudar en casa. Buscó trabajo de dibujante pero le ofrecían sueldos de aprendiz por 3 mil 500 pesos. Ahora trabaja de tiempo completo como portero en un condominio del sur de la Ciudad de México por 5 mil pesos al mes.
“En este país, si no tienes contactos, tener estudios no te asegura nada. Gano más aquí que de dibujante”, se queja mientras abre el portón para que entre un carro del vecindario. Ricardo necesitaría destinar nueve años completos de su sueldo actual para poder adquirir uno así. Tampoco tiene uno usado.
Por suerte vive cerca de su trabajo, a unos cinco kilómetros, en la colonia Santo Domingo, que en los años 70 fue la invasión urbana más grande de América Latina. Durante diez años no tuvieron agua entubada ni drenaje.
Ricardo, su madre, sus hermana, dos sobrinas y su hermano pequeño rentan allí. Pagan mil quinientos pesos al mes por rentar unos 30 metros cuadrados, distribuidos en una sola recámara, un baño y una cocineta básica. Los seis duermen en la misma habitación en tres camas dobles. Ahí comen, ven la tele, con cable, o juegan a los videojuegos y se conectan a internet con las dos computadoras que tienen.
“Sí, estamos un poco apretados”, reconoce con una sonrisa apenada.
La pobreza, al igual que la riqueza, se hereda. Ante la falta de contrapesos del Estado que garanticen la igualdad de oportunidades, la movilidad social se dificulta. Un informe del 2013 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias muestra, a partir de datos del Inegi, que los mexicanos que nacen en el 20% más pobre de la sociedad lo seguirán siendo, al igual que los que nacen en el 20% más rico.
A diferencia de Ricardo, José Eduardo Bayón tiene 22 años y va a empezar su primera pasantía como abogado en un despacho de derecho corporativo.
Mientras Ricardo solo encontraba pasantías de 3 mil pesos, José Eduardo ganará, de entrada, el doble, con unos estudios similares. ¿La diferencia? José Eduardo estudia en el ITAM, una de las universidades privadas con más prestigio en el país y fundada por Raúl Bailleres, padre del segundo hombre más rico de México, Alberto Bailleres. Nunca ha tenido que trabajar, maneja un Jetta, va los fines de semana a Acapulco y sus padres, además de pagarle la colegiatura de la universidad, de 12 mil pesos al mes, le dan otros seis mil para sus gastos.
Para entrar a esa universidad de la que ha egresado, por ejemplo, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, debió pasar un duro examen de admisión con criterios internacionales. Ricardo debió hacer examenes en dos años distintos para conseguir un lugar en una sede alterna a la UNAM, donde la admisión es más fácil. Ricardo estudió en un colegio de bachilleres público, José Eduardo en un instituto particular.
“Se ve como algo natural que unos vayan a unos tipos de escuelas y otros vayan a otros; Que se vivan calidades de ciudadanías totalmente distintas, de primera y de segunda”, continúa Bayón.
Ricardo ni siquiera tiene seguro social. Tampoco su madre. “Tienes un accidente o una enfermedad o nada más una caries y lo poco que tenías ahorrado se te va”, afirma y recuerda como una lesión en la rodilla le dejó endeudado.
Aunque México ha avanzado en la última década hacia la cobertura universal en salud todavía su eficiencia todavía es cuestionable. Es el estado de la OCDE que menos invierte en sanidad. El gobierno mexicano solo paga la mitad del gasto total en salud de todos los ciudadanos. También son los que tienen una esperanza de vida más baja.
El seguro social no solo refiere a la cobertura sanitaria sino a la precariedad laboral. Y no es solo un problema de llegar al fin de esta quincena sino que es un problema de futuro. Así se refiere a esta problemática la representante de la Red de Mujeres Sindicalistas, Inés González.
“Los trabajadores en la informalidad, que hoy rondan el 60% de la población económicamente activa, ¿qué van hacer en el futuro? ¿Qué van a hacer los jóvenes de hoy en su retiro? No es que solamente el dinero que hoy gano me vaya a servir para comprar la leche y la carne. El dinero que hoy gano tiene que ser tan importante para asegurar mi vejez de una manera digna”.