Pride: orgullo y esperanza

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Orgullo y prejuicio. Cuando el guionista británico Stephen Beresford intentó convencer a varios productores del atractivo que podría tener una película basada en el impulso solidario de un sector de la clase obrera inglesa con un movimiento de lucha por los derechos homosexuales, la respuesta inicial fue un escepticismo generalizado.

El tema podía abordarse, en el mejor de los casos, en un documental de la BBC, en una obra de teatro independiente, o en alguna modesta ficción para públicos cautivos en los festivales de cine gay, pero jamás tendría el impacto mediático necesario para atraer a grandes públicos.

 

La perseverancia de Beresford tuvo al fin su recompensa. Cameron Mc Cracken, un productor con excelente olfato comercial, decidió apostarle al rodaje de una cinta que rescataría un suceso real de la historia reciente inglesa: la huelga de los mineros en un pequeño poblado galés en 1984-85, su enfrentamiento al gobierno conservador de Margaret Thatcher, y la sorpresiva recaudación de fondos para su lucha por parte de un colectivo gay en Londres. El resultado fue Pride (Pride: orgullo y esperanza), de Matthew Warchus, cinta comercial que ha tenido una estupenda respuesta en Europa y Estados Unidos justamente en la coyuntura histórica más oportuna: el momento en que la Suprema Corte estadunidense reconoce, luego de una larga lucha comunitaria, al matrimonio gay como un derecho cívico inalienable.

Tacones cercanos. Pride inicia durante una marcha del orgullo gay londinense en junio de 1984, cuando un grupo activista de gays y lesbianas decide trasladarse hasta el pueblo galés de Onllwyn para expresar su solidaridad con un movimiento obrero que padece, al igual que la comunidad homosexual, los embates de la derecha ultraconservadora. A las reticencias iniciales y pasmo de los mineros, muchos de los cuales veían a un gay por vez primera en su vida, sucede laboriosamente el reconocimiento de que un grupo y otro tienen en la derecha thatcheriana a un adversario común, interesado evidentemente en distanciarlos mediante un muro de prejuicio. Zanjar esa distancia será el propósito de los activistas gay y la causa moral que de modo paulatino asumirán las mentes más lúcidas y generosas del poblado.

Luego de entrevistar a los protagonistas reales del colectivo Gays y Lesbianas en Apoyo a los Mineros, el realizador Mattew Warchus (Simpático, 1999, según la obra homónima de Sam Shepard), y su guionista Stephen Beresford (autor de la exitosa obra teatral El último de los Haussmans), reúnen a un reparto atractivo para interpretar a los activistas galeses y varios rostros nuevos, muy carismáticos, para los papeles de los militantes gay. Destacan, entre los primeros, el veterano Bill Nighy (El exótico hotel Marigold) y la formidable Imelda Staunton (Vera Drake), y sorprende en el campo gay un Dominic West (Jimmy Mc Nulty en la serieThe Wire) ensayando algunos desvaríos lúdicos.

Hay en la historia el registro de conflictos políticos y culturales muy en el tono del cine social inglés de Stephen Frears (Mi hermosa lavandería, 1985) o del infaltable Ken Loach (Pan y rosas, 2000), con el toque de comedia comunitaria que populariza la cinta Todo o nada/Full Monty, de Peter Cattaneo, en 1997. Una oposición agridulce entre la capital londinense y la provincia galesa con sus especificidades culturales; una oposición también entre la indumentaria y conductas provocadoras de los visitantes gay urbanos y el conservadurismo moral de los mineros aldeanos apegados a sus tradiciones.

La propuesta de comedia social de Warchus/Bereford no excluye los números musicales, la convención narrativa de una comunidad austera seducida y escandalizada por la libertad sin freno de los jóvenes visitantes, el folclor de las señoras asombradas que identifican lo gay con lo vegetariano, y algunos personajes un tanto estereotipados en el heroísmo o la villanía. Hay un poco de todo, incluida una salida de closet tan tardía como conmovedora. Pride bien pudiera transformarse en un musical teatral exitoso o tener imitaciones oportunas en otras cinematografías. Por lo pronto, el éxito comercial es insoslayable, así como la verificación de que los temas gay en el cine se apartan cada vez más de la marginalidad y del ninguneo.

Resulta paradójico que en una época de reconocimiento creciente de los derechos de las minorías sexuales, algunos sectores de la izquierda en México y Latinoamérica persistan en aliarse, de facto, con la derecha más rancia para desdeñar o minimizar la importancia de estos avances civilizatorios, asumiendo de paso sus inocultables derrotas morales. Se trata de una opción muy poco redituable a corto plazo y un tanto absurda, por decir lo menos. A su modo, Pride es un espejo de este tipo de contradicciones políticas y culturales, a las que, como buena comedia, ofrece salidas esperanzadoras.

Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.