El fracaso de la política

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Víctor Leonel Juan Martínez

Algo no está funcionando cuando en el máximo recinto del debate de ideas, como lo es el Parlamento, las diferencias se resuelven a punta de insultos, agresiones y gas lacrimógeno. Actitudes más de grupos porriles que de representantes populares se apreciaron en la pasada sesión de la Legislatura oaxaqueña, la medianoche del jueves 9 de julio. ¿Y el diálogo democrático, plural, la construcción de consensos?

Algo está fallando cuando, a un grupo de personas que se oponen a la construcción del Centro de Convenciones en Oaxaca y que se presentan para “clausurar” simbólicamente la obra –con cadenas hechas de papel— se les recibe con un grupo de choque, que agreden, arrojan piedras e insultos sobre los manifestantes. Y, pese a ser una obra pública, las autoridades gubernamentales dicen desconocer a los agresores y manifiestan que no tienen idea de lo que ahí hacían. ¿Y la transparencias, la consulta a la población, la información de la idoneidad de la obra y la pertinencia de construirla en ese lugar?

Algo ha fracasado cuando un grupo de personas que busca cambios legislativos privilegia el método Laura Bozzo, empleando huevos, descalificaciones e insultos para alcanzar sus fines –o distraer de ellos—; más grave aún, que la respuesta sean las agresiones físicas y verbales de quienes deben cuidar el orden. ¿Y los argumentos, el respeto a quien piensa distinto, la opinión de los destinatarias del cambio propuesto?

Algo se ha roto, cuando los otrora apóstoles de la educación, agreden primitivamente a quienes osan presentarse a la evaluación educativa, las retienen, las insultan y las rapan. La carga de violencia mostrada es un grave síntoma de la descomposición política. No hay lugar para la disidencia. Estás conmigo o contra mí, sin mediaciones, menos posiciones críticas. ¿Y el derecho a disentir, el derecho a la rebeldía tantas veces asumida, la capacidad de crítica y autocrítica?

Una grave crisis ética e institucional ocurre, cuando en un proceso electoral –la vía dotada para dirimir la lucha por el poder— son asesinadas 21 personas ligadas a las campañas, desde candidatos, has coordinadores de campaña y operadores políticos. Crisis que se ahonda cuando concluido el proceso es asesinado un presidente municipal electo, de Jerécuaro, Guanajuato; y en Oaxaca es ultimado el dirigente municipal del Partido de la Revolución Democrática en San Bartolomé Loxicha, luego un conducto de radio en Miahuatlán y un excandidato a la presidencia municipal de Huatulco.

El recuento es apenas de las últimas semanas, pero la más grave y brutal ejercicio de la violencia se da en el caso de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en septiembre de 2014; y en los hechos de Tatlaya en el mismo año. Pero la lista no inicia ni se agota ahí. Ni la violencia se reduce al empleo de la fuerza física, la sangre y las muertes; hay una peligrosa violencia verbal, que no es sino el prolegómeno de su radicalización.

¿Qué hacer ante el avance de la amoralidad sobre la ética en el ejercicio de la política; de la violencia sobre canales democráticos para dirimir diferencias? Es necesario, por supuesto atender las causas estructurales de la violencia, pugnar por un modelo económico más justo, la construcción de instituciones democráticas sólidas, la igualdad social. Pero no basta.

En la mitología griega (Ikram Antaki El manual del ciudadano contemporáneo) la domesticación del caballo se da gracias a un objeto construido por el herrero Hefaistos: el freno, que es una traba a la violencia, enseña la moderación y encadena la fuerza bruta. El freno controla al caballo, que es instrumento de guerra, valor económico, signo de prestigio social, marca de poder político. Obra maestra del herrero, el freno es la cultura. Construir una cultura política democrática, permitirá ir derruyendo los no-argumentos de la violencia.

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