Quinta misión y Rebecca Ferguson

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Si no quieres ver a Tom Cruise haciendo las ochocientas cosas que ha hecho en otras ochocientas películas, Misión Imposible: Nación Secreta, no es para nada tu opción para ir a comer palomitas.

Parece que a sus 53 años al astro hollywoodense ya no le sobran muchas franquicias por explotar, y acude a una quinta entrega de una saga que iniciara hace ya 19 años bajo la dirección de Brian de Palma.

No se puede hablar que en estas cinco secuelas, basadas a su vez en una mítica serie televisiva de espionaje que tuviera sus entregas en los sesentas y noventas, haya habido una cinta desastrosa.

Ya fuera De Palma con su toque hitchcock en la Narvarte (1996), o el hongkones John Woo (2000) y su acción trepidante ( a veces algo ridícula) con palomas volando a cámara lenta entre una motocicleta hecha trizas, o el nerd de JJ Abrams y su despliegue milimétrico y macro estético de cine de género (2006) en las que es por mucho la mejor entrega de la franquicia, o el entramado pirotécnico al estilo intriga de Guerra Fría de Brad Bird (2011) en una cuarta secuela que ya hacía pensar que el productor y protagonista Cruise, necesitaba mantener a salvo sus cuentas bancarias, estas misiones imposibles siempre han cumplido con su promesa de entretenimiento.

Esta quinta entrega no es la excepción, el director y guionista Christopher McQuarrie, con quien Cruise intentó arrancar otra franquicia el año pasado, con Jack Reacher, una película horrible a la postre, le aplica a esta nación fantasma cierto refinamiento que engrasa aun más sus mecanismos para desatar la acción.

MI 5 hace uso de todos los tópicos de cine de espías y ladrones del viejo Hollywood, desde dobles, triples y hasta cuatruples agentes, pasando por el romance entre una espía “mala” y el héroe fortachon que tiene que atraparla, o la inclusión de un villano principal algo escuálido con cara de que nadie le dio un buen abrazo de chiquito, hasta los planes descabellados que incluyen drogar a primeros ministros de potencias mundiales para que suelten la sopa.

Además de que la cinta de McQuarrie (el autor del guion de aquella maravilla de la intriga noventera llamada Sospechosos Comunes) sabe bien como volver orgánicas las conspiraciones, apoyándose en el papel central de actores desconocidos para el gran público, como la sueca Rebecca Ferguson (con mucho la mayor razón para pagar el costo del boleto, sensual, compleja y totalmente adecuada a la hora de soltar tortazos) o el inglés Sean Harris (feo entre los feos, pero excelente para dotar de credibilidad cualquier cosa que le pongan enfrente, ya fuere el villanazo con pinta de somalí de la cinta que nos ocupa, o el Ian Curtis atormentado de 24 horas de gente fiestera).

Puede ser que ver a Tom Cruise saltando por quincuagesima vez sobre el ala de un avión a estas alturas ya de mas flojera que otra cosa, pero esta quinta entrega de su saga de espías y ganancias para seguir manteniendo a flote la Cientología, por lo menos tiene la peculiaridad de estar bien hecha.