“El cantinero que toma dentro de su cantina tiene el negocio perdido”.
Humberto Hernández Martínez, el Chato, define con esta máxima el origen de la longevidad que lo ha mantenido más de sesenta años en el negocio de despachar bebidas.
La Épica Contracultural le ha reservado un homenaje frente a escritores, periodistas y artistas que han jugado en más de una ocasión el papel de parroquianos de El Salón de la fama , el establecimiento del que hasta hace unos meses ocupara sempiterno, su lugar del otro lado de la barra.
El Chato no romantiza lo que hace, ni lo pretende. Y sobre su punto de no beberse el inventario, abunda:
“No puedes tomar adentro de tu trabajo, lo que tienes que hacer es agarrar unos billetes de la caja, metértelos en la bolsa e irte a tomar a otro lado. Cantinero que bebe en su cantina , fracasa totalmente”.
“Tú llegas con amigos que a su vez traen a otros amigos, y al final todos quieren que les invites sus copas”
Pese lo que se pudiera pensar, el Chato, con 88 años detrás, asegura que no bebe , que para él la acepción correcta de un bar , es el de cantina, y que el llamarlo de otra manera son ganas de adjudicarle más importancia que la que en realidad tiene.
“Es una cantina porque vendemos alcohol. El Bar Jardín, el Marques del Valle, son cantinas”.
El Chato sabe de lo que habla, cuenta que su trayectoria la inició a los veinte años, en el Bar Jardín, que entonces se llamaba Casablanca.
Asegura que los secretos sobre el arte de existir detrás de una barra se los aprendió a su patrón, un español inmigrante falangista que fumaba puros y reía con el humo entre sus dientes.
“Mi patrón me ayudó y me dijo como había que preparar las copas”.
El Chato rememora que entonces la Cámara de diputados estaba donde está el palacio de gobierno, y que los diputados inmediatamente después que terminaban sus sesiones se pasaban al Bar Jardín a desquitar el estrés.
“Yo estaba en la barra y a ellos es encantaba jugar la copa al cubilete. Y la jugaban a doble o nada
“Mi patrón me decía si iba o no iba. Les gane siempre, y en lugar de pagar seis copas, pagaban doce”.
Martínez asegura que una cantina, aunque a veces peligrosa, es un buen negocio, razón que lo llevo a independizarse a los cuarenta años de la barra del Bar Jardín, y abrir su propia cantina a dos cuadras del zócalo de Oaxaca.
“Era una cantina cerrada que me arrendaron. Conseguí la licencia municipal, y el pintor a la hora de terminar de pintarla me preguntó cómo se iba a llamar la cantina. Le dije que no tenía idea”.
“El pintor puso una canción de una cantante que me gustaba mucho, Mona Belle, el nombre de la canción era Capri”
Capri fue también el nombre de la primera cantina propiedad del Chato, la cual se mudo años después a García Vigil y Matamoros, donde tuvo que alquilar el local con otro nombre que ya estaba ahí previamente, el Salón de la Fama.
A sus casi noventa años el Chato ya le da por confundir datos, fechas y nombres (no recuerda el nombre de su maestro español) por lo que llama a su nieta para preguntarle el nombre de su cantina.
“¿Cómo está ahorita, como Capri o como Salón de la Fama?”
“Salón de la Fama”, le responde su nieta veinteañera. El Chato se revuelve y después de un rápido cabildeo consigo mismo, llega a una conclusión.
“La dueña sigue creyendo que es el Salón de la Fama, pero como yo pago la renta se llama el Capri”.
El Chato ha dejado desde hace meses los afanes del salón en manos de otra de sus nietas, y hoy en su homenaje se le pregunta que de dónde sacó la Pantera Rosa, la bebida por la que hoy lo homenajean.
“Yo no tomo nada de alcohol, pero invento copas”, dice el Chato y acepta que con los años se le han ido olvidado algunas de sus recetas.
Expresa que es “muy bonito que lo homenajeen a uno después de tantos años”.
“La verdad es que no me explicó porque tengo una cantina si no tomó nada de alcohol. ¿Será porque vi tanta gente que chocaba, se alocaba y se peleaban para tomar?”
El Chato adquiere un gesto adusto, serio y hasta algo trágico. Cuenta entonces una historia con la que tal vez haya encontrado la respuesta para su pregunta.
“Tengo un hermano que murió alcohólico, tirado en la calle. Se ahogó con el agua de un riachuelo de lluvia”.
El cantinero comienza entonces a pensar sobre el porqué la gente toma, y además lo celebra.
“Puede ser por decepción , por su problemas , y existe otra gente que toma porque ya trae el vicio , son dos cosas diferentes . Pero quien no domina el alcohol no domina la vida”.
“No tomo ni una copa y toda mi vida he estado en la cantinas. He tenido problemas serios, a veces con las damas”.
“La gente que toma para resolver un problema están mal, no llegan a ningún lado, en lugar de resolver el problema lo aumentan. No es la salida correcta”.
Aunque algo extraño viniendo de un cantinero que ya es toda un clásico en la bohemia municipal, su razonamiento ha puesto de nuevo a pensar al propio Chato, quien finalmente comenta:
“¿Cómo gustó tanto la Pantera Rosa si yo ni tomó? Eso es lo que no me explico”.