La ida y vuelta a la Oaxaca de 2006 de Diego Osorno. II parte

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Diego Osorno cuenta que a mediados de 2005 quería escribir un libro sobre Cuba, algo parecido a lo que Ryszard Kapuściński escribió  “La Caída”,  el canto que el padre del periodismo narrativo realizó sobre el advenimiento de la Perestroika y la caída de la Unión Soviética, contada  desde sus  pueblos y sus márgenes.

Deseo que finalmente  terminó llevándolo  a atestiguar el devenir social y político, incluidas sus notorias contradicciones del estallido social de la  paradigmática Oaxaca de 2006.

“Qué bueno que no fui a Cuba, porque ahí seguiría dando vueltas”

En la segunda parte de esta entrevista  el periodista y hoy comisionado de la Comisión de la Verdad para el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidos en el 2006 y 2007 en Oaxaca, relata que su llegada al conflicto como corresponsal del diario Milenio  se debió en parte a  una desbandada de los colaboradores de aquel diario, para formar el periódico El Independiente.

Osorno venía de reportear en Oaxaca los movimientos sociales desde el 2005, de seguir los procesos y las rutas de la otra campaña del  Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), de cubrir las dramáticas consecuencias del siniestro que dejó decenas de mineros muertos  en Pasta de Conchos, Coahuila.

“Estaban en ese momento las campañas políticas para presidente y la disputa era quien cubriría a Andrés Manuel López Obrador”.

Asegura que, como reportero cubrió prácticamente todo el conflicto social que confrontó a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) contra el gobierno del entonces gobernador Ulises Ruiz Ortiz.

“Solo salí una vez de Oaxaca para reportear el plantón en Reforma (realizado en la ciudad de México por AMLO y sus seguidores a raíz del triunfo electoral de Felipe Calderón al que tildaban de ilegitimo y espurio).

“Como periodista en el 2006 cubrí eventos de un impacto tremendo, que yo  todavía no alcanzó a  descifrar”.

“Nunca había estado en balaceras, nunca había visto a una persona asesinada por una bala, caída a unos metros de mi”.

Osorno comenta que ante escenarios de conflictividad como el que hoy está encargado de arrojar luces y verdad, “un poco la lógica del reportero es darle una coherencia a lo que está viendo  y hacer un texto que le dé claves al lector”.

“Cuando asesinaron a (José) Jiménez Colmenares en aquella marcha estaba a unos diez metros de él. Incluso hubo gente que me retuvo pensando que algo tenía yo que ver. Había caos y la gente decía este se ve raro y llegó de repente”.

El reportero cuenta también que la misma “caravana de la muerte” que asesinó al arquitecto Lorenzo San Pablo Cervantes, le apuntó kilómetros antes a él y otros reporteros que cubrían el conflicto.

“A mí me apuntaron pero a Edgar Galicia, de TV Azteca, le dispararon. O por lo menos eso dice. A otro compañero reportero, Luis Alberto Cruz Alonso, le dispararon en el parabrisas de su automóvil”.

“Me tocó cubrir unos seis funerales celebrados en el zócalo (de la ciudad de Oaxaca). Aquello era el estar realmente en contacto con la muerte”.

Osorno relata que, cuando sacaron a Ricardo Rocha (reportero de televisión)  y a Bulmaro Rito Salinas (segundo al mando del gobierno de Ulises Ruiz y hoy encarcelado por un fraude millonario)  del Hotel Camino Real, porque un grupo de integrantes de la APPO fueron por ellos, él se encontraba en la puerta principal  del inmueble.

“Los sacaron por la puerta de atrás. Estaban disparando y de repente siento un golpe en la oreja, me resguardo y una periodista, Rebeca Romero, me agarra, me abraza y empieza a llorar”.

“Me dijo que había visto como la bala me pasó zumbando. Yo ni siquiera sabía que había pasado. El recuerdo lo hice hasta el otro año. Todo era muy intenso”.

“Hice una cobertura completa. Hablé con Ulises Ruiz, con Enrique Rueda Pacheco (líder de la Sección 22), con Flavio Sosa (líder de la APPO),  con el director de la desaparecida Policía Ministerial, Manuel Moreno Rivas”.

“Con chavos de las barricadas, con anarquistas, con Lino Celaya, con los priistas de la CNC (Confederación Nacional Campesina)”.

“Tenía que contar lo que veía, y lo que veía era muerte, depresión y una ilusión. Un idealismo de la gente. Nadie puede decir que no busque a la otra parte”.

Osorno, autor a la postre de un libro sobre aquella experiencia (Oaxaca sitiada. La primera insurrección del siglo 21- Grijalbo, 2007) considera que fue en el 2006 donde periodísticamente se sintió confiado para usar la crónica.

“No se puede hacer crónica de todo. Ahorita ya se puso de moda y hay crónica sobre cualquier tontería. Es un género que se debe usar solo cuando realmente lo amerita”.

“Ese era el género que me podía ayudar un poco, porque yo no entendía lo que estaba pasando. Ni nadie más lo entendía, la verdad. Había facciones que querían imponer una verdad”.

“La crónica no es un adorno, es un medio que te ayuda a encontrar un periodismo con cierta información y ciertos retos”.

El reportero publicó entonces una primera crónica de largo aliento en la revista Letras libres, titulada con el sugestivo título de “Todo está mal en Oaxaca”.

“Donde cuento lo que vi, lo que se gestaba  en las barricadas  y en los refugios del poder”.

“Mi visión política en el 2006 se nutrió muchísimo, yendo a asambleas permanentes donde se discutían muchas cosas, a veces cosas de mucha avanzada, y otras tantas veces, unas tonterías.

“Estar con gente que realmente se movilizó, con líderes experimentados de diversos perfiles, unos más respetables que otros, pero todos con cosas que aprender o desaprender”.

Osorno declara que, a su parecer Oaxaca es el estado más politizado de México, donde “el nivel promedio político que tiene un oaxaqueño puede que sea casi superior al de un politólogo de Monterrey”.

“En Oaxaca la gente se informa, discute y debate en cualquier ámbito. Lo cual se vuelve más evidente viniendo del norte de una ciudad antintelectual como lo es
Monterrey”.

Diego Enrique Osorno considera que, el conflicto social oaxaqueño de 2006 le marcó en cuanto a lo que en el periodismo significa involucrarse en una situación limite.

“En ese momento para hacer una nota que no fuera un absurdo al día siguiente había que platicar  con unas quince personas al día. Había tantas versiones que tenias que hablar con muchísima gente”.

Sobre esta conflictividad social hoy más que nunca pujante e irrevocable en el México de 2015, se le menciona al reportero que existen colegas suyos, que en su veteranía declaran saber cómo surgen los movimientos llenos de promesas en un país que termina sepultándolos en un río de olvido e indiferencia.

Colegas que declaran que, en México la política para cualquier lado o causa surge podrida y así también termina, que afirman que ya saben cómo llega la cosa y también saben cómo va a acabar.

“Yo no suelto los casos. No he llegado a ese momento de decir eso. Porque ahí hay dos posibilidades, o llegaste a un momento de sabiduría, cuando ya alguien adquiere esa capacidad para ver las cosas. O de cinismo, donde sientes que ya no puedes hacer nada, y ya nada tiene caso”.

“Soy un poco más terco, tan terco que nueve años después sigo investigando que fue lo que pasó el diez de agosto de 2006, con José Jiménez Colmenares”.

“Hay gente que me dice, ya güey.  Lo del 2006 fue hace mucho, ya deberías de estar en otras cosas. Pero no, estoy aquí porque me faltaron muchas cosas por entender”.

“Es uno de los motores para estar en la Comisión de la Verdad, cerrar las investigaciones que empecé”.

Colaborador de Gatopardo y autor  de libros periodísticos como El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco (2009), Nosotros somos los culpables. La tragedia de la guardería ABC (2010) y País de muertos. Crónicas contra la impunidad (2011), Osorno ha lanzado por internet el programa de opiniones, análisis, debates y verdades amargas, Los Cuadros Negros.

 Donde actrices, politólogos, periodistas, activistas, escritores, fotógrafos y padres de niños quemados en incendios históricos de los que nadie con poder tuvo la culpa, confluyen según la publicidad  de la serie, en  un entramado de “testimonios al borde del abismo mexicano”.

Finalmente el entrevistado recuerda el caso de un amigo secuestrado que en un grito desesperado lo cimbró con un “lo que hacemos no sirve para nada”.

Hoy más que nunca, Diego Enrique Osorno parece no estar de acuerdo con eso.