Era de flojera pelear tanto con el gobierno como con nuestra sección 22

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Por La Jornada

Por temor, por presión, por la incertidumbre, por la flojera de pelear tanto con el gobierno como con nuestra sección 22, son las primeras respuestas que se obtienen de maestras y maestros de Oaxaca que acudieron al examen el pasado fin de semana, y aceptan narrar cómo se desarrolló la prueba que no pudieron atestiguar los medios de información.

Comencemos por el final: ¿por qué decidieron ir a la evaluación?, se les pregunta. Responde una profesora con 15 años de servicio: Tengo un trabajo que trato de cumplir de la mejor manera, que me gusta y, además, es el sustento de mi familia. Pero la verdad estoy cansada de pelear tanto con el gobierno como con la sección 22. Ha sido mucho el desgaste físico y emocional.

Un maestro con apenas cinco años frente a grupo dice: Porque nos imponen esas condiciones y porque eso dice la ley. Para no seguir en la incertidumbre, afirma otra profesora.

Los docentes, que piden que sus nombres se mantengan bajo reserva, participaron en el examen del pasado sábado, unos porque fueron convocados y otros porque asumieron el reto y se inscribieron voluntariamente. Entre ellos hay algunos que han sido activísimos miembros de la sección 22.

Nada es blanco y negro en la evaluación magisterial. La maestra Zenaida, jubilada, llevó a su hija y una amiga al Ieepo, a las tres y media de la madrugada. Tras dejarlas, fue por su hijo y un sobrino para llevarlos al Mercado de las Flores, donde se reunió la disidencia para la marcha de protesta contra la evaluación, y cargó en su vehículo mantas y carteles. La profesora retirada no ve ninguna contradicción en la doble función que desempeñó el día del examen. Cuenta lo que hizo entre risas.

Los docentes que decidieron inscribirse no la tuvieron fácil. Sus relatos inician con la batalla que sostuvieron con la plataforma de Internet de la Secretaría de Educación Pública (SEP) para lograr inscribirse. Todos tardaron muchas horas y algunos sólo lo consiguieron luego de varios intentos e incontables llamadas a un número del Distrito Federal.

Una maestra de prescolar, que se inscribió sin haber sido convocada, cuenta que le dieron su contraseña, hizo lo que le correspondía, pero en tres ocasiones le dijeron que su nombre no aparecía registrado. Era tanta su insistencia que un empleado de la SEP la regañó por teléfono: En-tien-da, maestra, si usted no fue notificada no tiene por qué inscribirse.

En una de las escuelas visitadas por este diario hay una hoja pegada en la pared de la dirección: el calendario de la evaluación, que lleva ahí ya varios meses.

La directora de este centro escolar dejó la decisión en cada docente, puesto que si uno de sus compañeros manifestaba interés en participar a ella le correspondía subir información sobre su desempeño.

Los trabajadores de la educación que viajaron desde diversos puntos del estado fueron los primeros en llegar. Para ellos, las autoridades dispusieron unas colchonetas de hule espuma que colocaron en el suelo de una plaza comercial que nunca ha funcionado.

Los maestros fueron trasladados en los mismos autobuses que trajeron a los policías federales a esta ciudad. A mí me tocó, cuenta una maestra, “en uno de policías que llegaron de Michoacán. Incluso en los asientos estaban sus equipos, las coderas y rodilleras esas de robocop que se ponen y otros objetos personales”.

El trayecto fue de unos 10 minutos, de modo que los evaluables tuvieron que esperar hasta las siete de la mañana. En tanto, les ofrecieron asiento… en las colchonetas sobrantes, que fueron muchas.

Poco antes de las siete de la mañana les indicaron que se dirigieran a la Ciudad Administrativa, un complejo de edificios de oficinas construido en el gobierno de Ulises Ruiz que los oaxaqueños siguen y seguirán pagando durante varios años. Ahí, bajo grandes carpas montadas ex profeso, se colocaron las computadoras para el examen.

Vino entonces el desayuno: ensalada rusa, un pan dulce y un bolillo, una manzana y atole de panela para los que no alcanzaron café. También una botella de agua.

Los que se apuraron a engullir la mayonesa con verduras fueron afortunados porque, de pronto, sin que hubieran dado las ocho de la mañana, comenzaron a apresurarlos. Antes pasearon entre ellos enormes bolsas de basura donde tenían que echar todo, hubieran comido o no, porque no podían ingresar al espacio del examen con nada.

Según los maestros consultados, aunque había demasiada gente en la sede del examen, los únicos que sabían qué hacer si algo se atoraba eran los empleados del Ceneval: Pero sólo había uno cada tres filas, entonces teníamos que esperar a que llegara si requeríamos alguna ayuda”. La asistencia requerida era variada: qué hacer para cerrar la página una vez que concluían el examen, reclamar que el equipo se había pasmado o, más simple, ir al baño. En este último caso, los docentes podían hacerlo, aunque siempre bajo una advertencia: Su tiempo sigue corriendo.

“Eso me dijeron y les respondí: ‘Ah, no, pues entonces me aguanto’”, dice una joven educadora con risa de mazorca.

Un par de maestras refieren que algunas preguntas les causaron risa. Una, por ejemplo, aludía a cómo enfrentar los casos de niños que les pegan a sus compañeros, y ofrecía como respuestas: a) llamar a sus padres, b) que los directivos se encarguen del caso, c) celebrar los cumpleaños de los alumnos en el aula, y d) darles caritas de triste o feliz.

“A mí ninguna me parecía, pero supuestamente la respuesta correcta era celebrar los cumpleaños. Como en ese caso, en varios tuvimos que elegir la ‘menos peor’ de las respuestas”, dice una de ellas.

El examen

Otra pregunta planteaba qué hacer en el caso de que la instalación de gas estuviese en riesgo de explotar y planteaba como opciones: a) ir con el intendente a ver la fuga, b) desalojar a los niños, c) llamar a los bomberos.

Teníamos que elegir una opción, aunque en esas situaciones, que ya hemos enfrentado, realmente hacemos todo junto.

Terminada la primera fase (de conocimientos), los profesores dispusieron de 50 minutos para comer. El menú: tejate, unas minipapas, un Boing de lata, una barra de avena y una empanada. Cada quien se acomodó donde pudo para tomar los alimentos.

Era ya mediodía y el calor bajo las carpas comenzaba a hacer estragos en los examinados. Era un horno, y además no habíamos dormido nada. La verdad ya ni veía las letras, confiesa una profesora que trabaja a una hora de la capital del estado.

En una de las carpas, refieren varios docentes, hubo chifladera debido a que se cayó el sistema por un momento.

–¿Fue difícil el examen?

–Algunas preguntas parece que las sacaron del barrendero que iba pasando. Por mi parte nunca tuve temor alguno, pero al hacer el examen constaté que pude responder todo porque es lo que en esta escuela hacemos cotidianamente. La segunda parte, de la planeación argumental, fue lo que valió la pena –responde una de las docentes.

Al salir del examen, los maestros se apretujaron para subir a los autobuses y tuvieron que mostrar una hojita con código de barras para que la Gendarmería los dejara abandonar la zona.

Ya no fueron amables, porque para entonces ya no valíamos nada para ellos, suelta la risotada una maestra.