Por Rodrigo Islas Brito
Cuentan que Reynaldo Bernardo Jiménez Velasco estuvo a punto de presentarse en un escenario hace unos siete años. El bar Central le abrió sus puertas contratando a dos bailarinas para que lo acompañaran en un recital de su música norteña, poemática, enigmática, fragmentada, versótica, proverbiada y patética.
Era Rey Oh Baby (u Oh Beyve, como el intérprete precisaba que se escribía correctamente su nombre artístico), el tipo bigotón, de sombrero y botas piteadas que desde finales de los noventas irrumpiera en el escenario de los restaurantes situados en los Portales del Centro Histórico de la ciudad de Oaxaca, cantando con su guitarra temas con letras algo monolíticas donde decía cinco veces Oaxaca, o donde llegando a las mesas de los comensales les enunciaba un Café caliente – Café caliente – Café caliente, a cambio de unas monedas.
Hace unos días el Rey fue encontrado muerto envuelto en una colcha, afuera de una cantina del Centro Histérico, las versiones periodísticas hablan de diversas posibles causas que van desde un atropellamiento hasta una ingestión alcohólica
¿Pero quién diablos era Rey Oh Baby? ¿Porque las redes sociales estallaron con generaciones completas de oaxaqueños enumerando sus andanzas, rememorando sus recuerdos con el hoy fiambre de anfiteatro?
Diciendo cosas como que Oaxaca nunca volvería a ser la misma, que había muerto el hombre pero que quizás sobreviviría su leyenda, o que tan solo el muerto era un borracho cualquiera con guitarra y con la personalidad que le daba el ser un borracho cualquiera con guitarra.
Cuando el Rey llegó al Bar Central hace unos siete años, cuenta los que estaban ahí que al ver el tinglado, las luces, el público, las bailarinas, Jiménez Velasco dio media vuelta e invadido por un ataque de pánico dejó el lugar para ir a cantar su Café Caliente a cualquier esquina.
“Es que hay mucha envidia en el medio” esgrimiría después el Rey como causa de su deserción hacia la masividad.
“Llegue a escuchar en variadas ocasiones al Rey y siempre me latió su onda y sus viajes. Debo buscar un disco que alguna de esas veces le compre, había una rola, tal vez Oaxaca Oaxaca pero mezclada con música electrónica, saturada de efectos muy locochones. El disco decía que lo había grabado en Thurvalds. Me tomaré un café caliente para despedir al Rey”.
Comenta el antropólogo Emmanuel Santos, quien dice mirar a este juglar poético, filosófico y beodo, como uno de los personajes urbanos más representativos de la Oaxaca de los últimos veinte años.
“No importa realmente si era bueno o malo en lo que hacía. O si verdaderamente como decían tenía un problema mental que iba más allá de su alcoholismo. Lo que realmente vale es que siempre fue él, y a su muy particular manera terminó por construir un personaje que la gente seguirá recordando”.
Usuarios de redes sociales están de acuerdo. Con su crónica de una muerte a la intemperie anunciada han surgido y siguen surgiendo un montón de versiones en torno a este mito de banqueta.
Que si, que realmente recibió apoyo, que incluso existe un disco recopilación de músicos populares que recoge algunas de sus canciones. Que el Rey vivió como quiso y que en eso se murió, manteniéndose congruente en el abismo de su viaje estruendoso y diáfano. Que el Rey vivió en la Colonia Jardín y que tuvo casa, familia esposa e hijos con los que iba a tocar sus canciones al inicio de su pública irrupción en la escena anecdótica y musical de Oaxaca. Que en sus últimos años se le vio en silla de ruedas empujado por una mujer que al final le robaba las limosnas que le arrojaban personas al verlo en un estado en el que ya ni siquiera podía cantar.
Que ayudarlo a desintoxicarse era una tarea perdida pues no hubiera bastado ni un año para que el Rey se quitara de encima todo lo que se había metido. Que cuando iba a comprar cuerdas para su guitarra se aventaba unas muy buenas historias, siempre con el estilo amable, inspirado y respetuoso de alguien que no se finge poeta, pero que no puede dejar de serlo.
Que fue objeto de documentales, videoclips. De exposiciones pictóricas que lo retrataron en cuadros enormes que manifestaban el tamaño de la importancia de su calidad de icono del paisaje urbano oaxaqueño. Que había quien le pagaba al Rey porque no cantara, diciéndole que su voz era una daga en los oídos, a lo que el Rey se encogía de hombros, aceptaba el dinero y se iba con su música a otra parte.
Que era compositor de canciones que nunca nadie escuchó, que tal vez no escribió, pero por las cuales siempre contaba que lo habían grabado grandes productoras como la NHK de Japón y la BBC de Londres. Que salió en dos segundos de promocionales de Televisa, que divagaba tanto y tan feo en sus últimos años que los locatarios de los mercados lo veían como una amenaza al cual valdría mejor echarle una cubeta de agua fría.
Que el Rey era un rey que no necesitaba de la conmiseración de nadie, genial a su muy particular manera, destinado siempre a perecer tirado con una manta al lado de una cantina, así, sin disculpas, sin lamentos. Directo a una fosa común que nunca exigirá que alguien le coloque un nombre.
“No sé quién era, que alguien me explique”. Pide Evelyn Mijangos desde su perfil de Facebook.
Se le podría responder a la chica de 19 años que ya no importa saber quién fue o quien no fue Reynaldo Bernardo Jiménez Velasco, que ya no cuenta enterarse de cuantos años realmente tenía, de aclarar por qué si tanta gente en Oaxaca lo conocía y lamentó su muerte, porque nadie lo ayudó, de distinguir si su mito aquí es realidad o si su realidad ya también es un mito, o de definir o no si el hoy occiso sea tal vez el indigente-vagabundo-bufón-poeta más celebre que haya pernoctado y reventado las calles de Oaxaca.
Lo que se palpa hoy es el poder Beyve, ese encanto suyo de Piporro beodo y esquizofrénico en un infierno lúdico, que lleva a desearle una larga vida al hombre que llegó al zócalo de Oaxaca para ser el Rey… y para morir como un mendigo.