Por Rodrigo Islas Brito
David Bowie falleció hace dos días a los 69 años y el duelo y el luto por la desaparición física de uno de los hombres que marco la música moderna no se ha hecho esperar por parte de millones de fanáticos y no tan fanáticos que crecieron, sintieron, amaron y vivieron con sus canciones.
Space Oddity, Starman , Life on Mars, Lets dance , Rebel rebel, Heroes y un montón de rolas más significaron para generaciones y generaciones de seres humanos ese oasis donde se podía ser uno mismo y aspirar a que los demás también lo fueran.
Pero además de músico revolucionario y camaleónico, Bowie también fue actor de cine. Natural, preciso, igual de inconmensurable en esa habilidad que tenia para lograr que uno no pudiera dejar de mirarlo.
Todo empezó oficialmente con una cinta que parecía salida de una de sus canciones, El hombre que cayó a la tierra (1976). Todavía algo inmerso en su música en ese alter ego andrógino y libre llamado Ziggy Stardust , Bowie se metió en la piel de Thomas Jerome Newton, un alien que llega a la tierra para conseguir agua para su planeta seco.
No pasara mucho tiempo para que Newton se vea inmerso en las humanas dinámicas de amor, desamor, competencia y ambición que lo llevaran no sólo a extraviar el camino, sino a asimilarse con vicios, mentiras e hipócritas y respetables personajes que a la larga amenazaran con destruirlo.
Nicolas Roeg (Performance, La Caminata, Amenaza en la sombra, Insignificancia) ese cineasta maldito de la digresión y el flash back continuo como método para arrojárnoslo todo , confecciono una aventura algo mística y basificadamente sensorial en la que el hombre que hoy ha regresado a su planeta, se convirtió en el fervor de la psicodelia del foráneo, del exótico , del intruso.
La segunda gran cinta de Bowie lleva por nombre Feliz Navidad Señor Lawrence (1983) , de creador de la focal El Imperio de los Sentidos , Nagisa Oshima, donde el cantante interpreta a un comandante británico que la juega de abnegado Jesucristo para sus compañeros en un brutal campamento japonés de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial.
Su duelo de voluntades con el Capitán Yonoi (el también músico Ryuichi Sakamoto) es de una belleza y salvajismo que no se olvida. Dónde el amor se manifiesta condenado en un hoyo de para hormigas y un ojete pero entrañable guardia japonés condenado a muerte (un jovenazo Takeshi Kitano) es capaz de desear una feliz navidad aun con el hacha del verdugo cercándole el cogote.
También vale recordar de la década de los ochentas sus roles en El ansia (1983) del director que hizo toda la acción del mundo y un día decidió saltar por un puente, Tony Scott, quien logra una de sus mejores cintas en esta historia de amores vampíricos y femme fatales con colmillos.
Bowie interpreta aquí a un elegante chupa sangre que ya no está tan a gusto con eso de dejar a las colegialas en los huesos, nuevo punto de vista que no comparte su esposa y socia del linaje de plasma (una gandallisima Catherine Denueve) quién terminara por cambiarlo por una chica joven (Susan Sarandon) en una escena lésbica, algo inaudita para los primeros ochentas, que aun hoy sigue sacando lágrimas de contrición.
Bowie también fue un duro y cotorro gangster que le pide al insomne Jeff Goldblum amablemente que abra la boca para colocarle la punta de un cañón en su interior, en Fuga en la Noche (John Landis ,1985), un cantante de rock and roll del tipo Buddy Holly conoce a Jerry Lee Lewis en Principiantes ( Julien Temple, 1986) , un brujo con look de integrante de Queen en ese Mago de Oz pervertido que fue el Laberinto , del jefe Muppet, Jim Henson, en 1986.
El Poncio Pilatos reflexivo y temeroso de La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, en 1988. El ratero enamorado, cómico y prófugo de Incidente Lingüini (Richard Shepard, 1991). El agente del FBI que no sabe que más bien es un fantasma de Twin Peaks, el fuego camina conmigo (1992, la desafortunada versión cinematográfica de David Lynch de su serie televisiva).
Un Andy Warhol tierno y tan vulnerable como una vela que se apaga en Basquiat (Julian Schnabel, 1996). Un Nikola Testa enigmático y parco que sabe que la repetición y los engaños son la base para la mejor de las sintaxis de El Prestigio (Christopher Nolan, 2006) , y finalmente el mismo , David Bowie, como un divertidísimo juez de una competencia de modelos tarados en Zoolander (Ben Stiller, 2001) .
Hoy David Bowie está muerto , pero el teatro con el que nos envolvió a todos seguirá ahí hasta que los que ya no estemos seamos nosotros.