Descubriendo a los demonios de Dios

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Por Rodrigo Islas Brito

En primera plana (EUA,2015) es el recuento de unos de esos casos cuando el periodismo realmente ha servido para algo. Un puñado de reporteros del Golden de Boston descubrieron y documentaron en el 2002 una red de pederastia clerical que terminó dando luz sobre más de 500 sacerdotes violadores de niños, niñas y adolescentes por todo Estados Unidos.

El director Tom McCarthy no ahorra detalles ni esfuerzos a la hora de traslucir las traiciones de la fe con las que el cardenal Bernard Law (Len Cariou) cubrió a más de setenta curas pederastas, tan sólo en Boston, removiéndolos de sus capillas a otros lugares , con lo que potenció y cuadruplicó el número de víctimas.

Michael Keaton , Rachel McAdams, Brian D Arcy James y Mark Ruffalo son perfectos como el grupo periodístico que al mejor estilo Todos los hombres del presidente (Alan J Pakula,1977) no se detiene a la hora de enfrentar al Santo Poder Glorificado (la iglesia católica) y poner en marcha la exposición de los códigos que rodearon a los códigos de silencio que envolvieron a una comunidad durante décadas, permitiendo la barbarie.

La cinta no es una película sobre pederastas, sino sobre periodistas. Periodistas que son capaces de arrancarle a un cura perpetrador la terrible declaración de que si , efectivamente tocó y abusó sexualmente de niños acólitos, diáconos, creyentes, que lo veían a él como un representante de Dios , pero que no se consideraba a sí mismo un pederasta , pues él, como una especie de embajador de la buena voluntad, no gozaba, sino hacia gozar a sus víctimas.

Spotligh no le teme a los detalles duros que potencian aun más el horror con el que generaciones y generaciones de seres humanos vieron destruidas sus vidas. Pero lo hace de una manera sencilla, diáfana, sin sensacionalismos. Con lo que subraya aun más la calidad orgánica con la que estos depredadores sexuales se incrustaron en la hipócrita normalidad de una ciudad dónde nunca pasaba nada.

Poderosa, efectiva, adrenalinica, movedora de indignación y muchas preguntas, espoleada en sus mejores momentos por un aroma de thriller político en que al final se significa a medias. La cinta del creador de El Agente de Estación y El Visitante logra finalmente ser un ejemplo vivo de la trascendencia que el periodismo de investigación debe jugar en tiempos en los que al poder ya no le conviene que le investiguen nada.