Cuauhtémoc Blanco, el ídolo puro

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Por Rodrigo Islas Brito

“¿En serio? ¿Cuauhtémoc Blanco se retira una vez más de las canchas? ¿Pues no que ahorita ya hasta es alcalde de Cuernavaca? ¿Qué se bronqueo con el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, por los mandos y destinos de la policía de la ciudad de la eterna balacera, hasta el punto en el que Ramírez terminó acusando al buen Temo de servir a los intereses del narcotráfico?”.

Fueron algunas de las cosas que pensé y le dije a un amigo cuando los dos estábamos por ejecutarnos unos tacos de tripa y de tasajo en una taquería del Infonavit Primero de Mayo. En el televisor del lugar estaba el resumen previo que ESPN había hecho hace una semana del partido homenaje del astro con el equipo de su amores, el América.

Mientras mi amigo recordaba como al Cuauh lo escoltó el mismísimo ejercito a su viejo campo de entrenamiento en Coapa, el taquero observaba expectante la conversación desde sus lentes de fondos de botella.

“El no pidió al Ejercito, se lo mandaron”, aclararía el profesional del cuchillo, sin poder contenerse más en su vehemente apoyo al crack, mientras daba cuenta con rapidez milimétrica a un pedazo de tasajo.

Llegó entonces, al tiempo del rencuentro de los tres con el ídolo puro, el tipo del barrio y para el barrio, aquel que “que hasta le hizo un hijo a la Nacha Plus” (cortesía del Taquero fan), “el suertudo cabrón que anduvo con la reinota Galilea Montijo” (envidia del pasado resucitada por un servidor), “el naquete que seguro ahora es títere de algunos narcos” (demoledora observación de mi veinteañero camarada).

Mi amigo, unos años más joven que el taquero y yo, hablaba del Cuauh como un espécimen muy mexicano, como el futbolista populachero que llegó a alcalde de una de las ciudades más violentas de un México sanguinolento, con el puro poder de su inconsciencia ignorante, dónde ni siquiera alcanzó a enunciar en su campaña correctamente el nombre del partido que lo postuló.

El taquero y yo no estábamos tan de acuerdo. Y como estarlo sin en la pantalla se rememoraban los mejores goles del astro, como aquel donde se llevó a medio Atlante y terminó tumbado burlón y desafiante frente a los ojos el bigotazo enjuto de Ricardo Lavolpe (quien vengó la afrenta unos años después al dejarlo fuera del mundial del 2010 en su calidad de flamante entrenador de la selección mexicana).

¿Cómo pasar por alto ese gol de vuelo y pierna cambiada que significó el empate del Tricolor contra Bélgica en el mundial de Francia 98? (y que para mí en lo personal ha sido uno de los momentos más alegres y gozosos de mí cochina existencia).

¿Cómo ignorar las cuauhtemiñas, o su clásica celebración emulando a un tlatoani arrodillado con los brazos señalando al cielo? ¿Como no rendirse ante su break down emocional en plena entrevista con Televisa, en el que un llanto incontrolable daba cuenta de su fracasado paso por la liga española, gracias a una racha despiadada de lesiones y operaciones potenciada con cierto síndrome del Jamaicon Villegas?.

Cuauh nunca vendió otra cosa que no fuera Cuauhtémoc Blanco Bravo. El Cuauh patanazo que lo mismo se sonaba a su primera esposa en un escandalazo publico, que se descontaba de una trompada a un enemigo chiva en un ajuste de cuentas de final de partido.

Que lo mismo deslizaba la mano a través de las rendijas de una ventana para asestarle un zape traidor al antes cuerpo de locomotora David Faitelson, que le gritaba a los árbitros linduras en plena cancha que muchos espectadores hubieran querido también soltarles en su cara.

El Cuauh del barrio bravo, el Puas Olivares de las canchas, el tepiteño del drible inconmensurable, el “falso torpe” (como lo definió Jorge Valdano su paso de camello por las canchas) el adalid de la selección mexicana en tres mundiales, el genio dentro de las canchas pero incapaz de ser lo mismo fuera de ellas, el feo, el guapo, el jorobado, el todo terreno, el de los tiros precisos justo a “donde las arañas tejen su nido”.

El ñero, el alburero, el autentico, el sincero, el más joven integrante de la aplanadora América de Leo Beenhakker, el amado, el odiado, el orangután del ¿porque vamos a platicar las cosas si las podemos arreglar a madrazos? El puro, el claro, el energúmeno, el que en sus inicios se hacia dos horas en el metro todas las madrugadas de Tepito a Coapa para llegar a su entrenamiento, el Golden Boy que muy rápidamente perdió el piso (aunque al final tal vez nunca lo tuvo), el del gol que nos propulsaba a todos, el del fracaso transparente. El ídolo pues.

En la pantallas José Ramón Fernández, el mayor anti americanista del país entrevista telefónicamente al mayor símbolo americanista del mismo. Le pregunta a Blanco sobre que sintió al descontarse hace unos quince años a mansalva a David Faitelson desde el exterior y hacia el interior de un vestidor de futbolistas.

Justo en el momento en el que el Taquero ya nos ha planchado nuestros tacos y recuerda que durante el reciente juego de homenaje contra el Morelia, Blanco les enseñó a los pupilos americanistas lo que verdaderamente es sudar la camiseta, Cuauh le responde a Joserra que de esa agresión se arrepintió con creces y que hasta perdón pidió.

Pero la humildad humilde no le dura mucho al Cuauh, inmediatamente embate al también siempre broncudo José Ramón y lo llama “americanista de closet” a lo que el conductor y periodista deportivo milenario sonríe con ironía, señal de que se le están partiendo las entrañas.

“Te voy a tener muy vigilado ahora como alcalde de Cuernavaca” le dice desafiante Joserra como habitante de la cuidad de la agotada primavera.

“¡Pues primero paga tu predial!” le respondería Cuauhtémoc hacia el final de la entrevista.

Antes el Cuauh también se ha ido sobre el venerable Zaguiño diciéndole que aprendió a correr como un dinamo en las canchas, gracias a las carteras que se robó en Brasil cuando era niño. Zague se encabrona genuinamente, pero con todo el estilo se limita a decirle a su excompañero de equipo que no sea grosero.

Cuando el Cuauh revira recordando que una vez Zaguiño literalmente le presentó a su hermana para hacerlo su cuñado, el español-portugués del hijo del Lobo Solitario, le responde que si eso hubiera pasado, “hubiera sido un honor”.

En el inter han entrevistado a su contemporáneo en el América y en la Selección Nacional, el siempre discreto Germán Villa, quien resulta ser una gran contador de anécdotas y relata la ocasión en el Cuauh y el Brody Jorge Campos ya eran los grandes compadres en la concentración de la selección nacional, al grado que hasta estaban en planes para asociarse y comprar un lote de caballos pura sangre.

Planes que cayeron al naufragio una vez que los dos ídolos populares se acabaron liando a golpes en pleno avión por un malentendido a la hora de mover las piezas en un backgammon.

Taquero, mi amigo y yo estamos ya carcajeándonos a estas alturas con las aventuras y los dichos del Cuauh. De su nueva faceta como alcalde de una de las ciudades más cruentas e inseguras del país, los tres concordamos en que ojala salga bien librado.

“Me acuerdo que cuando gano la elección Cuernavaca literalmente dijo que se había chingado a sus oponentes. Pero creo que a la larga, al que lo se chingaron fue a él”.

Reflexiona mi amigo, quien ya no se muestra tan rudo en sus consideraciones al ex futbolista hoy semi- calvo, tal vez en parte por las presiones de lugar al que su ignorancia lo metió, y de las que seguramente no saldrá con una simple mentada de madre a un arbitro inepto, o con “nos vemos a la salida” espetado a un contrario.

Los dos nos despedimos de Taquero, quien inspirado y sin temor ya a soltar el barrio nos contesta con un “¡cincho!”.

Más tarde, en el Facebook veo un meme subido por un camarada que piensa que siempre ha dicho que el futbol es una cosa de nacos, dónde se compara a Blanco con Hugo Sánchez, asegurando que Hugo si es ídolo con sus cinco pichichis frente a un Cuauh que apenas si pudo ganar un solo titulo de liga con el América.

“¿Hugo Sánchez? ¿Ese mamerto que ya hablaba con acento españolado a la semana de estar jugando en España? .. Bitch, please, ni siquiera se compara”.