Por Rodrigo Islas Brito
Steve Jobs conoce su apoteosis biográfica en la cinta homónima de Aaaron Sorkin, porque aunque este nuevo Jobs cinematográfico (el tercero o el cuarto hasta ahorita) haya estado bajo la dirección del creador de Trainspotting y Tumba al ras de la tierra, el correoso Danny Boyle, es al final el guion de Sorkin el que significa toda la película.
Boyle aparece la mayor parte del tiempo como mero organizador de los diálogos punzantes, operísticos, certeros y desalmados del creador de The West Wing, quien parece encontrar en la verborrea una suerte de canal hacia la trascendencia.
Con la vida de Jobs dividida en tres actos, Sorkin, como ya lo hiciera con Mark Zuckerberg en la Red social (2010) da cuenta de los asegunes, agandalles, contradicciones y aciertos de un genio de la era de la virtualidad y la informática, que no es que lo haya inventando todo, sino que estuvo ahí para darle un sustantivo a todo lo creado.
Al igual que con el creador del Facebook hace seis años, Jobs es presentado aquí como el tipo despiadado y ferozmente competitivo que es capaz de hacer casi cualquier cosa que tenga que ver con comprobar la grandeza de su propia voz.
Ya sea el desconocer a una hija a la que sabe suya, con el argumento en medio internacional de que su madre pudo haberse acostado con otros 150 mil varones americanos, o amenazar a uno de sus programadores con que si no hace lo que quiere literalmente todo el mundo sabrá que es un inepto, o hasta el ejecutar cálculos de intriga shakesperiana manipulando a todos, a todo y a todos los niveles.
La actuación de Michael Fassbender como un Jobs al que de vez en cuando se le desparrama un fuerte acento teutón, complementa la suma y le termina de allanar a la cinta cualquier de tipo de sentimentalismo barato, en su retrato de un tipo que nunca pudo aceptar un no por respuesta.
La cinta parece casi en su totalidad un entramado teatral, con los personajes entrando y saliendo de las intrigas jobsianas, ensimismados en tratar de entenderlo todo a golpe de explicaciones.
Por ahí a diferencia de cintas anteriores sobre el creador de Apple (como aquella donde el Jobs de Ashton Kutcher parecía siempre estar a punto de preguntar, hey dude, where is my car?) la relación entre Jobs y su socio y cerebro creativo Steve Wozniak no es presentada con esa camaradería infantiloide tipo Disney Channel que tanto gusta a las historias de superación personal.
Sorkin y Boyle prefieren humanizar más la cosa y quitarle a Wozniak (un convincente Seth Rogen) esa aura de chistoso osito de felpa inofensivo mezcla de Pepe Grillo, colocándolo como un ángel hippie justiciero, para quien el protagonismo absoluto y tirano de su socio nunca pasó inadvertido.
Boyle no ha tenido la fuerza y personalidad que David Fincher mostró para complementar las líneas y las escenas del todo terreno Aaron Sorkin, y llevarlas más allá, pero el acompañamiento al que se limitó le salió al final más que correcto.
Al final, Steve Jobs (EUA,2015) es el preciso recuento de las motivaciones , avatares y razones de uno de los hombres más influyentes del siglo 21, al que muchos de sus amigos de toda la vida terminaron por confesarle que el como persona, nunca les cayó bien.