Por La Jornada
La Habana. Banderas estadunidenses ondeando, calles reparadas y pintura fresca en edificios coloniales transmiten el optimismo que hay en La Habana por la histórica visita del presidente Barack Obama este fin de semana, pero la creciente desigualdad amarga el humor de algunos de los cubanos más pobres de la ciudad.
La Casa Blanca dice que el primer viaje de un presidente de Estados Unidos desde la Revolución de Fidel Castro en 1959 es un paso para mejorar la vida de los cubanos que sufren por un embargo económico de más de medio siglo.
La política de Obama se ha dirigido específicamente a un pequeño pero creciente sector privado en Cuba, con medidas como permitir la venta de equipo agrícola y de construcción para las empresas que no son estatales.
Los trabajadores del sector privado ya gozan de una serie de ventajas frente a los que están en la base de la pirámide salarial y deben sobrevivir con exiguos ingresos y una cartilla de racionamiento.
Estos trabajadores con bajos salarios se sienten rezagados mientras los precios se elevan, y ven a la visita de Obama como algo muy lejano en sus difíciles vidas.
“Él vendrá, toma un tour en un auto clásico y se fuma un habano y se va. Para nosotros no cambia nada”, dijo Alberto Hernández, un empleado público que limpia las calles por 240 pesos cubanos mensuales -unos 10 dólares-, un salario que aseguró le hace difícil comprar artículos básicos como pasta dental.
Como muchos cubanos, Hernández recuerda la década de 1980 como la era de mayor prosperidad en la isla, cuando la Unión Soviética financiaba al Gobierno comunista. Por el contrario, hasta los fervientes partidarios de Obama en la ciudad ven el embargo de Washington como la causa principal de su pobreza.
Los bajos salarios no son un tema nuevo en Cuba y se compensan con la cartilla de alimentos muy subvencionada, junto con la atención médica gratuita y otros programas del gobierno, pero el contraste con la nueva clase media relativamente exitosa es muy marcado.
“Esto es uno de los más grandes desafíos para los poderes públicos, de mantener el control de la desigualdad”, dijo a Reuters el sociólogo cubano Aurelio Alonso. “Hay que tratar que la desigualdad crezca lo menos posible”.
No hay cifras disponibles para la distribución de la riqueza en Cuba, pero la brecha entre ricos y pobres es visiblemente mucho más estrecha que en otras naciones de América Latina, con la mayoría de los nuevos ricos viviendo modestamente en comparación con los estándares mundiales.
El gobierno cubano bajo el mandato del presidente Raúl Castro ya ha respondido a una de las causas del descontento: los crecientes precios de los alimentos, un fenómeno del que se culpa en parte a las reformas económicas que dieron al sector privado un mayor rol en la distribución de productos alimenticios.
La mayoría de los beneficiados, favorecidos por las restricciones más laxas de Obama para que los cubano americanos envíen dólares a sus familias y la cauta apertura de Cuba al sector privado, son cubanos de raza blanca. Sus familias exiliadas están mejor establecidas en Estados Unidos que las de afrocubanos.
“El cambio no es para el pueblo, es para el gobierno, sus hijos, ellos están viviendo bien”, dijo un ex fisioterapeuta que hoy prueba suerte conduciendo un bicitaxi y pidió omitir su nombre.
Pero no todos los trabajadores pobres del sector público sienten lo mismo.
“El cambio no sucede de la noche a la mañana. Mis nietos se van a beneficiar de esto. Esto nos hace felices, hemos sido enemigos durante 50 años, y realmente no somos enemigos de nadie”, dijo Raymundo Goulet Odelín, un vendedor de verduras en el mercado estatal.