Por Rodrigo Islas Brito
24 muertos, 18 desaparecidos, 136 heridos, 19 hospitalizados, 13 de ellos en situación crítica; son los nuevos saldos del gobierno de Enrique Peña Nieto en el complejo petroquímico Pajaritos, con las dos explosiones que ahí hace dos días se registraron sin que hasta el momento se haya llegado a una explicación oficial sobre que las causó, más allá de que se trató de una fuga.
La empresa privada Mexichem adquirió hace tres años el 54 por ciento del complejo petroquímico de Pajaritos, manteniendo Petróleos Mexicanos (Pemex) el 46 por ciento restante. Según declaraciones de los directivos de la compañía Antonio Carrillo y Rodrigo Guzmán, con esta acción se había logrado “darle la vuelta a la caída en producción y ventas que registraba el complejo por la falta de inversión que padeció durante muchos años”.
Hoy la única vuelta que lograron los 740 empleados de PEMEX de esta planta situada en Coatzacoalcos, Veracruz, fue la que los llevó al infierno.
Con una producción de cloruro de vinilo (VCM), materia prima del policloruro de vinilo (PVC) que Mexichem utiliza para fabricar tuberías, tinacos y una gran infinidad de productos, las explosiones en Pajaritos tendieron, como ya se ha hecho costumbre por parte de un gobierno federal que enfrenta una crisis de muertos y desaparecidos cada quince días, a ser relativizadas en su brutalidad e importancia.
Tres eran los muertos que en un principio anunció el gobierno de Veracruz, pues el director de PEMEX, José Antonio González Anaya tardo doce horas en aparecer para dar explicaciones, mientras decenas de mensajes de gente buscando a sus familiares empleados de la planta inundaban redes sociales y enormes listas de heridos brotaban por las paredes de los hospitales de Coatzacoalcos, Veracruz.
Al final a la verdad no había como ocultarla, menos con los rostros terriblemente quemados de los heridos asomándose por periódicos y muros de red social, ni con los desesperados familiares de los desaparecidos haciendo guardia afuera de la planta, tan indignados que llegaron incluso a detener un camioneton en plena huida de los mandos medios del complejo, sacándolos de sus asientos de piel, a lo que un directivo de Pajaritos atizado y con el miedo hasta el cogote musitaba aterrorizado que la tragedia y los desaparecidos no habían sido su culpa.
Por lo que se suscitó una estampa ya más que acostumbrada en el sexenio actual, en la que el compungido rostro de Enrique Peña Nieto y de algunos de sus funcionarios de primer nivel, en este caso Arely Gómez, procuradora general de la Republica, y el general tal vez de profético apellido y secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, se apersonaron con algunos de los familiares de las víctimas, los más tranquilos, los mas a modo, para decirles que todo iba a salir bien y que PEMEX y Mexichem indemnizarían a cada uno de los dolientes.
“¿Te imaginas cuanto les va a pagar PEMEX por cada víctima para que sus familiares cierren la boca y no hagan problemas? ¿Cuánto les gusta? ¿Un millón?”.
Diría esa misma noche un taxista oaxaqueño a dos de sus colegas en el interior de una taquería, como si los rostros llorosos de madres, hermanos y esposas que se podían ver por la televisión, fueran sólo la antesala a la fortuna, al ahora que mi hermano, esposo o hijo murió carbonizado por una explosión que pudo haberse evitado, por fin voy a salir de pobre.
En la televisión, en el noticiero nocturno de Televisa, se veía a ese México con el rostro, harto, incendiado, furioso, al que cada vez le están dando menos pretextos para fingir tranquilidad.
Peña Nieto charlaba en camas de hospital con los heridos de la explosión más guapos y mejor librados. Una mujer de rostro bonito hablaba con él sentada sobre su cama agradeciéndole sus atenciones, dándole gracias al creador por haberla librado, para acto seguido pedir que le tomaran sonriente la selfie del recuerdo con el galante (y ya muy chupado) mandatario.
El presidente siguió entrevistando sobrevivientes en cama, quienes animados le contaban como habían vivido los primeros calores de la explosión, como es que no tenían idea real de donde vino el fuego, y como habían corrido por sus vidas, a los que el mandatario casi les llegó a colocar su estrellita en la frente por haber sobrevivido.
Pero a estos intentos de mensajes de unidad los precedían imágenes de chavos enmascarados arrojando piedras a las afueras del complejo, de dolientes furiosos porque sus vidas y las de los suyos han pasado a ser estadísticas en un país de desgracias siempre multitudinarias, de un dolor sordo y furioso que cada vez duele y supura más, donde todo muere o simplemente desaparece.
Pero para estas muestras de no estar de acuerdo, nuestro flamante gobierno federal ya cuenta con una ley aprobada por una Cámara de Diputados cómplice que ya debate reformas para que los jueces militares puedan juzgar civiles, con una enmienda al Código de Justicia Militar y un nuevo Código Militar de Procedimientos Penales, que crea la Fiscalía General de Justicia Militar y la figura de jueces de control, que podrán ordenar, a criterio sobre que pueden considerar o no como delincuencia organizada, el cateo a domicilios particulares, oficinas del gobierno federal e incluso a las dos cámaras del Congreso.
Con lo que prácticamente se sientan las bases para la instalación de un estado policial, militarizado y persecutorio, a la mejor usanza del pinochetismo más canalla.
Mexichem es propiedad de Antonio del Valle Ruiz, considerado por la revista Forbes el séptimo hombre más acaudalado de México con una fortuna de 4,940 millones de dólares. Naufrago del banco Bital, borrado del mapa por la devaluación del peso, pero aun dueño del Grupo Financiero BX+.
Del Valle Ruiz adquirió Mexichem, hace más de una década, convirtiéndola en el mayor fabricante de tubos de plástico en el mundo y un productor de químicos clave, con un valor de mercado cercano a ocho mil millones de dólares, de los que cerca de cuatro mil millones están en manos del magnate mexicano de 78 años y sus seis hijos.
Un directivo de Mexichem, Rodrigo Guzmán en declaración que recogió el periódico La Jornada, visualizó hace unos meses respecto a la curva de productividad de Pajaritos, petroquímica cuya operación su empresa adquirió a un costo 150 millones de pesos, declaró:
“Cuando cerremos el ejercicio de 2016 vamos a estar por arriba de las 250 mil toneladas de VCM, pero vamos a tener la capacidad de producción de cerca de 330 mil toneladas”.
Hoy esa curva ascendente se ha retorcido en los fierros incinerados que se llevaron la vida de 24 personas, y al parecer los sueños de otras 18 que nadie encuentra.
“La fuga en la petroquímica, comenzó el miércoles pasado a las 10:00 horas, nos pararon y volvimos otra vez a trabajar. A la hora de la comida los operarios ya habían cerrado las válvulas y ahí empezamos a presentir que iba a suceder algo más grande”.
Declaró el día de ayer a una agencia informativa, un obrero sobreviviente de Pajaritos que horrorizado recordó como vio saltar a seres humanos calcinados en un aire de fuego.
“Estaba en la parte de atrás cuando se vino la primera explosión, vimos cómo los vidrios se colapsaban y los fierros cómo se doblaban porque es un material viejísimo. Con la segunda explosión vi cómo volaban los cuerpos desde los andamios”.
Hoy la Reforma Energética del gobierno de Enrique Peña Nieto y su tesis de que la inversión del capital privado es la respuesta a todas nuestras preguntas también está explotando desde los andamios, de esos en los que ya está bien edificada nuestra indignación.