Fogonero: 16 años en la brecha para el nuevo sabor del mes: Gael García Bernal

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Por Rodrigo Islas Brito

Fue hace 16 años cuando Gael García Bernal convirtió a su perro en un gallo de pelea, se acostó con su cuñada y mando a golpear a su hermano. Octavio el personaje que lo lanzó a la estratosfera cinematográfica de la mano de los Amores Perros de Alejandro González Iñarritu y Guillermo Arriaga, convirtiéndose en el epitome de una juventud segregada, furiosa, capaz de bajar y pasear por los infiernos para por fin salir de su cantadisima condición de perico- perro existencial.

Hoy el actor, con canas tupidas en la barba y en un cabello en prolongada retirada desde hace por lo menos cinco años, estrena su más recuente cinta, Desierto, fabula del mojado power que se traduce en thriller ratonero de nulas reflexiones sociológicas, significándose en la tercera colaboración del histrión con el clan Cuarón, ahora bajo la dirección de un Jonás Cuarón que parece querer agarrar todos los atajos que su dinastía de prosapia pueda ofrecerle.

Vale la pena preguntarse si entre estas dos películas Gael García ha cumplido los momios que apuntaban  a que su carrera cinematográfica se convertiría en una de las más importantes, extrañas y notorias de cualquier histrión mexicano en la historia.

Lanzado internacionalmente por la opera prima de G. Iñarritu, con padres actores, dos cortometrajes de prestigio internacional a sus espaldas (De tripas corazón- 1996, El Ojo en la nuca-2001) y un antecedente de niño actor de dos telenovelas de Televisa, a García Bernal le tomó exactamente un año volver a la palestra cinematográfica con el estreno en el 2001 de Y tu mamá también.

El regreso a México, cual hijos pródigos, del director Alfonso Cuarón y el fotógrafo Emmanuel Lubezki  vía una historia de viajes, playa, guaruras, obreros atropellados, novias fugitivas y  un México de concepción coayacanense en el que una extranjera madura de llanto misterioso terminaba por dar arranque a la existencia moral y sexual de dos despreocupados imberbes  y tramposos buenos para nada, que se autonombran con el chaquetero termino de “charolastras”.

El reconocimiento de la cinta se tornó mundial, terminando de convertir a Gael y a su amigo de la infancia, Diego Luna,  en un tándem de popularidad que acabó por producir un festival de documentales anual (Ambulante), y una productora (Canana) que pese a que parece haber dejado atrás su época de bonanza, se mantiene hoy como una fuerza impulsora por demás importante.

Pero la cosa para Gael apenas empezaba, suscitándose en el 2002 su protagónico sobre una tercera cinta mexicana de taquilla millonaria, aunque bastante inferior en calidad y propuesta a sus dos anteriores éxitos.

El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera) se convirtió gracias a una fallida campaña de censura de PROVIDA y su hoy encarcelado líder Jorge Serrano Limón, en un suceso  de las fenomenologías de las más diversas polémicas y plataformas, en la que la escena de una chica cachonda envuelta en un manto guadalupano y virginal, acertó a desatar los frágiles nudos del morbo nacional.

Pero Bernal no iba a limitar el concierto a México, convirtiéndose con mucha convicción en el joven y ansioso Ernesto Guevara de la Serna en la cinta que el brasileño Walter Salles filmó en el 2004 con fondaje internacional,   de los Diarios de Motocicleta, que el Che escribió y caminó en la vapuleada y sometida América Latina de la segunda mitad de la década de los cincuentas.

Ese mismo año, el histrión se enfundaría en un cuerpo de mujer fatal y triple papel para La mala educación, flojísima y errática reflexión en torno al amor, el pasado y la pederastia del hiperbólico Pedro Almodóvar, con lo que Gael inició una racha de ponerse a la orden de grandísimos directores, en sus peores películas.

Situación que se repitió en buena medida con Michel Gondry y La ciencia del sueño (2006), la cinta más ñoña de los universos bizarros y abigarrados tan propios del director de Eterno resplandor de una Mente sin recuerdos.

En El pasado (2007) fallida y dilatada parábola sobre el arte de perder recuerdos del casi siempre presuroso Héctor Babenco, en su reencuentro con González Iñarritu en Babel (2006) la más deshilvanada, mentirosa, chocarrera y absurda de las formulas corales de su autor,  en Mammoth (2009) sermón desperdigado sobre los extravíos del veraneo caníbal y  bien pensantista, el punto más bajo en la interesante carrera de su director, el sueco Lukas Modysson, y finalmente en el fracasado jeroglífico neo noir  que el gran Jim Jarmusch emprendió en Los límites del control (2009) con un Gael caracterizado de Willie Nelson en su episódico papel de conecte mexicano.

Sin embargo si ya se abundó en las fallidas cintas de Gael García Bernal, también se debe abundar en las buenas, y sobre todo en los dos mejores (y más menospreciados) trabajos de su carrera.

El hijo bastardo que regresa por lo suyo en El Rey (James Marsh, 2005)  donde el mexicano se mete hasta la mandíbula en la piel de un joven psicópata extraviado en un Memphis de medio pelo, que no se detendrá ante nada hasta no refundar desde sus cimientos los conceptos de su propia familia nuclear.

Y el nuevo ciego envilecido y gandalla que gobierna un refugio como un Idi Amin revolucionado, en Ceguera (Fernando Meireles, 2008), donde el histrión despliega  una inventiva poco acostumbrada, hasta el punto de combinar mucha maldad con mucho humor negro, improvisando un cover de Stevie Wonder al ritmo de solo llame para decirte que te amo, al tiempo somete a todo el mundo en base a una cosecha de terror.

También está Deficit (México, 2007) la única cinta que ha coescrito dirigido y protagonizado hasta el momento, y que en realidad al final no es tan mala como las críticas en su momento hicieron hacer creer, y apuestas originales como su rol de publicista chileno dispuesto a todo por darle el golpe de gracia a la dictadura de Augusto Pinochet en No (Pablo Larrain, 2012) y el novio perdido en charlas interminables e insondables encerronas amorosas en un viaje mochilero por Europa del Este en El planeta más solitario (Julia Loktev, 2011)

Muestras del cine arriesgado que le gusta emprender al actor, aunque a veces caiga en lo formal y lo panfletario, También la lluvia (Iciar Bollain, 2010) o en el compromiso político- turístico como en 118 días (Jon Stewart, 2014).

También están por ahí curiosidades ya sea fallidas, como su reencuentro protagónico con Diego Luna en Rudo y cursi (Carlos Cuarón, 2008) con la que ninguno de los dos pudo regresar a la taquilla y popularidad de Y tu mamá también; o muy divertidas, como La casa de mi padre (Matt Piedmont, 2012) linchada en México y coproducida en Hollywood por Gael y su socio Luna, que sirve como una burla despiadada  y excedente de mala leche de las telenovelas de hacienda y sombrero estilo Televisa,  con un Bernal enfundado en un narco de traje blanco que una vez sangrando y agonizante no sabe cuáles serán sus últimas palabras; o muy extrañas, como su papel de correoso indio nativo argentino, envuelto en juegos de venganza y supervivencia contra villanos que conspiran con un carabina en las manos , al estilo de los westerns justicieros  de Charles Bronson, en El Ardor (Pablo Fendrik, 2014)

Actualmente la carrera del actor mexicano se expande y diversifica, ganando incluso recientemente un Globo de oro por su papel de conflictuado  director de orquesta  en Mozart en la Jungla (2014-2015), serie de televisión donde el histrión ha podido entablar un tú por tú interpretativo con una verdadera y venerable deidad cinematográfica como Malcolm –Alex Naranja Mecánica- McDowell,

Un biopic sobre  Pablo Neruda donde Bernal da vida a un poli represor, un thriller con el ojala todavía recuperable, Werner Herzog, un lanzamiento estelar en el Hollywood masivo de verano eterno como un nuevo Zorro enmascarado y galanzón para la generación millennial  y un nuevo regreso a México vía una adaptación de una novela de José Agustín, traducida ya como Me estas matando, Susana, son los más recientes proyectos de este actor internacional nacido tapatío hace 37 años.

A la respuesta de si cumplió o no con su promesa de astro del cine internacional que sentó en el 2000 con su manera de fumar sin darle el golpe en  Amores Perros, la respuesta puede hoy sonar inconclusa.  Pues Gael García Bernal continúa en la brecha, alternando idiomas, modificando acentos, sumando latitudes.

“El nuevo Alain Delon” llamaron a Gael en su momento de mayor popularidad en festivales cinematográficos como Cannes y Venecia.

“Soy solo el sabor del mes”, respondió el histrión. Hoy, los planes y los hechos de Gael García Bernal parecen ir exactamente en el sentido contrario.