Rodrigo Islas Brito.
Después de los sangrientos sucesos suscitados en Nochixtlan, Oaxaca, de los que quién no se haya enterado es porque de plano quiso hacerlo, vale la pena recordar la cinta italiana del 2012, Díaz, no limpies esta sangre, de Daniele Vicari.
La cinta versa sobre lo ocurrido en 2001, en Génova, durante la conferencia del G8. Donde aunque la ciudad se había blindado para recibir a los dirigentes de las potencias mundiales, un grupo de activistas, la mayoría estudiantes, se encerraron en la escuela Díaz y fueron desalojados brutalmente por la policía. Al final, según denunció Amnistía Internacional, ahí tuvo lugar la violación de los derechos humanos más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
La película es un documento del mejor cine político. Un recordatorio de que los Estados se cierran al tiempo que las libertades se resisten a ser vapuleadas. Dura, violenta, sangrienta, con cócteles molotov apareciendo como un concierto y vejaciones físicas fileteadas sobre cuerpos desnudos y maltrechos.
La cinta de Vicari fue acusada de maniquea en el momento de su estreno, como si su retrato de Robocops repartiendo garrote y crueldad se hubiera quedado en los setentas, y como si el explorar el punto de vista de los que reciben ese garrote fuera tomar partido por los revoltosos, por los rijosos , por los enemigos del orden.
Hoy después de los nueve asesinados en Oaxaca a manos de un Gobierno Federal que insiste pese a fotos y testimonios de los propios gendarmes, que sus policías no iban armados y que en consecuencia no mataron a nadie, y con articulista de apellidos ilustres lanzando en varios diarios de circulación nacional la afirmación de que el Estado mexicano tiene todo el derecho de dispararle a quien sea cuando así lo juzgue conveniente, Díaz, no limpies esta sangre, se puede reasumir con un nuevo vistazo como un certero retrato de esas coartadas en la que el totalitarismo anida su discurso de imposición.
De esas cosas a las que identifican como bien común, estado de derecho, reformas estructurales, orden mundial, pero que en realidad son solo métodos de sometimiento para quienes osen no estar de acuerdo con políticas en las que las riquezas de unos cuantos continúan siendo la pobreza y la miseria de la gran mayoría.
Los sucesos relatados en la cinta dejaron un joven muerto por disparo a bocajarro en plena cara, varios manifestantes en coma, centenares de heridos y una vergüenza en un primer mundo europeo al que las imágenes de la televisión sobre la citada represión les arrojó en la cara que en realidad nunca han dejado de estar tan lejos del medioevo.
Aun falta de un mayor análisis, mejor acabado en sus personajes o de una contextualización mejor definida de los acontecimientos que narra, Díaz, no limpies esta sangre es la perfecta traducción visual de esa brutal embestida del poder fascista, de ese que se congratula como defensor de la democracia, pero que en realidad es hoy una fábrica de represión y sangre.
Sangre que como bien dicta el título de este sobresaliente filme, nunca se limpiará.