Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.
Oaxaca de Juárez. Salí de Oaxaca hace casi una semana por causas de fuerza mayor. Esa fuerza era el miedo aunado a una emergencia familiar. Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de gobernación, había amenazado con que atacaría nuevamente con la fuerza pública los múltiples bloqueos desperdigados a lo largo y ancho de Oaxaca, y lo que se platicaba entonces en los cafés y las calles de Oaxaca era el temor puro.
El temor de que los nueve muertos en el desbloqueo policiaco de Nochixtlán se multiplicaran en cantidades hasta entonces inimaginables. El temor de que la tozudez ciega del gobierno federal contra el movimiento de apostarlo todo (hasta lo ajeno) de la CNTE nacional y organizaciones sociales de afines en sus intereses por la derogación de la Reforma Educativa, se convirtiera en un polvorín de magnitudes sangrientas de desparrame.
Dos semanas antes, el domingo 19 de junio, tomaba unas cervezas en mi día libre como reportero. Entre la embriaguez y la incredulidad unos amigos y yo íbamos contando los dos baleados que se convirtieron en cuatro, que después escalaron a seis, que al día siguiente subieron a ocho y que hoy oficialmente se mantienen en nueve.
Veíamos por las redes sociales las fotos de Jorge Pérez Alfonso que mostraban a los policías federales empuñando sus rifles contra la población en Nochixtlán al tiempo que la secretaría de gobernación movía una tarjeta informativa en los medios diciendo que sus polis no iban armados.
Discutíamos sobre cuanta gente seguiría muriendo, reflexionábamos sobre un gobierno que parecía ya no querer guardar apariencias y ahora si dejar en claro que ahora si “fue el estado”.
¿Que vendría a continuación?, ¿un Chile del 75?, ¿una revolución?, ¿un régimen del terror?
Lo que vino al final fue la negociación y las sonrisas de los líderes de la CNTE nacional unos días después con los brazos en alto tras haber logrado lo que hasta hace unas semanas parecía imposible entre líderes arrestados y ordenes de aprehensión libradas: una reunión en Bucareli con el mismísimo secretario de Gobernación.
Hace una semana, de lo que vino del miedo y la psicosis colectiva por un estallido al que todos parecían dirigirse a tambor batiente y que olía a un Oaxaca al vórtice del fin del mundo, fue también la negociación. Pues al tiempo en el que los oaxaqueños más pesimistas hablaban de las posibilidades de una guerra civil y los más combativos de los derroteros de una insurrección popular, Chong amenazaba a los maestros pero negociaba con ellos, al tiempo que los maestros respondían desafiando a un gobierno represor, con el que también estaban negociando.
Negociación que a la larga es un juego de rehenes, donde los gobiernos dejan hasta sin Prospera a la gente, con el pretexto de que con los bloqueos nadie ni nada pasa. En donde el tema del tan cacaraqueado y ahuevado a cuarenta pesos, desabasto alimentario en Oaxaca, nunca terminó de prender en el inconsciente y consciente colectivo.
En donde los bloqueos carreteros y las movilizaciones de la CNTE desde hace mes y medio tienen a partes del estado en crisis de gasolina y gente perdiendo sus negocios y sus empleos, aunque sean la mar de revolucionarios y apoyen con todo al magisterio oaxaqueño.
Con un estado colapsándose un día sí y al otro también. Con un tejido social hecho pinole, con empresarios exigiendo instaurar el mismo orden que llevó a la policía federal a entrar a un pueblo entero disparando sus armas, según los diversos y variados testimonios de sus pobladores.
Con un dictamen pericial oficial aún por definirse de lo sucedido en la matanza de Nochixtlán, del que ya existen múltiples versiones de halcones infiltrados tipo batallón Olimpia-dos de octubre.
Con opiniones muy sesudas de analistas que justifican del gobierno el uso de una fuerza mortal extrema en tiempos en los que médicos, enfermeras, electricistas y petroleros están saliendo a las calles a protestar tras sentir ya el grueso de los supuestos beneficios de las reformas estructurales del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Con la mismísima Defensoría de los Derechos Humanos de los Pueblos de Oaxaca denunciando que los gobiernos estatal y federal se han negado a colaborar para resolver la sangre de Nochixtlán.
Con la ciudad de México bloqueada en un solo día hasta en quince puntos por la sección nueve de la CNTE nacional, situación que llevó (Oaxaca se puede pudrir pero la ciudad capital ya es otra cosa) a que Osorio Chong sugiriera la entrada del secretario de educación Aurelio Nuño para negociar directamente una Reforma Educativa, cuya altanería y cerrazón de policía improvisado en funcionario es en buena parte responsable de todo lo que ha pasado y ha dejado de pasar.
Con el detalle de que de los nueve muertos, a lo que los maestros llaman compañeros caídos, ninguno era maestro, sino pobladores, comerciantes y campesinos que cuidaban un bloqueo a palos, botellas y cohetones, pertenecientes a un pueblo que terminó por enardecerse cuando decenas de policías entraron a sus calles practicando tiro al blanco.
Con un gobierno federal que ya hizo el cálculo de que no le van a alcanzar las balas ni los gases, y organizaciones sociales que en unos días antes de Nochixtlán pedían paz y que días después hasta compartían en sus redes sociales imágenes de pueblos y comunidades que habían permanecido peleadas durante décadas, marchando juntas por las carretera en un levantamiento popular que hoy ante las negociaciones del cese al fuego se encuentra en stand by.
Con líderes sociales declarando que el Gobierno federal midió mal la cosa, puesto que detrás de los maestros están los pueblos, a lo que habría que aclarar también que detrás de los pueblos están los líderes sociales.
Con una reciente revelación, que como dijera un amigo hizo noticia lo que ya todo el mundo sabía, que el actual gobierno estatal subsidió durante años a las organizaciones sociales que formaron parte del 2006 y que lo encumbraron al poder, y que hoy se inscriben en la cabalgata de los diez años después.
Hoy la CNTE y los maestros piden justicia para sus caídos y anuncia un acuerdo de no retirar por completo los bloqueos en el estado de Oaxaca, pero si mantenerlos intermitentes, repartiendo volantes de información, con el horizonte de unas vacaciones de medio año, en el que los dos grupos en pugna tendrán su Guelaguetza, y donde todos felices y contentos acabaran echando mezcalazos en la Feria del mezcal….al menos en lo que sus proceso de negociación los llevan a un nuevo enfrentamiento.
Un compañero reportero me contó que cuando entró aquel 19 de junio a Hacienda Blanca, Oaxaca, con las barricadas humeantes, con el fuego desatado, con los balazos silbando (uno de los cuales acabo en el corazón de un joven mecánico que se asomó a ver qué pasaba cuando un disparo le cayó del cielo) con ese escenario apocalíptico de buenos días Oaxnam, con los helicópteros policiacos soltando gases sobre insurrectos y casas, el único pensamiento que cruzó por su mente fue un “Ya valió madre Oaxaca”.
No estaba tan alejado de la verdad, después de lo vivido en este mes y medio, con todo lo que pudiera ser reventado, reventado en todo lo que al conflicto social del 2006 le llevó casi ocho meses reventar, inscrito en una nueva forma de hacer política que se presta a desafiar los resortes más bajos de un régimen cuyos embates autoritarios le están quedando demasiado grandes, algo muy profundo se debe de haber ya roto en una Oaxaca ya de por si históricamente agrietada.
Y no, seguro que el resultado de esto no será la Revolución. Será algo que todavía estamos por descubrir.
“La rebelión no es solo en Oaxaca, sino en todo el país” decía un líder social. Sí, no se puede estar de acuerdo, pero hoy hasta esa rebelión se está negociando.
¿Y los muertos?, ¿y los pinches muertos? Ellos también están en la mesa.
Por lo pronto a regresar a Oaxaca y a negociar con nuestro propio miedo.