Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.
Oaxaca de Juárez. Francisco Toledo ha cumplido el día de ayer 76 años y no queda mucho más que decir que ojala y cumpliera otros 76 más. Siempre auto cafeteándose, con el temor a morir de quien ha hecho su vida una verdadera aventura, el oriundo de Juchitán Oaxaca parece tener más sed de vivir que todos nosotros juntos.
Irrepetible, a veces asfixiante, pero siempre interesante, Francisco Benjamín López Toledo, es considerado hoy el artista plástico más grande de México, e incluso un incansable luchador social (cuestión que hasta el propio artista debe hacerle un poco de gracia).
Cuestión que el año pasado convirtió en su apogeo con la oposición ciudadana que comandó contra la construcción de un Centro de Convenciones en el Cerro del Fortín, a todas luces un despropósito ecológico y material , que lo enfrentó materialmente contra unos gorilones de la CTM que a tiro de piedra estuvieron de aventarle un trancazo.
Al final, a pesar incluso de un referéndum más que arreglado, que el gobierno del Estado se sacó de la manga para construir el Centro a como diera lugar, el proyecto no se hizo, al menos no en el Cerro del Fortín, cuestión que llevó a que Toledo se hiciera con su mayor triunfo de personalidad social hasta el momento.
Meses después cuando un reportero le preguntó que porque no le entraba a una candidatura ciudadana para la gubernatura del estado de Oaxaca, el viejo zorro se limitó a preguntarle el por qué quería meterlo en más problemas.
Hoy el caudillo, creador de un circuito cultural de institutos que desde los noventas convirtió a la ciudad capital del estado de Oaxaca en un semillero y hervidero de voces y expresiones, goza de su momento de mayor prominencia mediática.
Curioso es recordar cuando el año pasado el maestro, en campaña contra el maíz transgénico, tuvo que poner en pies en polvorosa en pleno metro Balderas ante el acoso de la gente que no solo quería que les diera un folleto, sino un saludo, un abrazo, una foto y hasta un besote.
Por la manera como corrió, cabe pensar que Toledo pensó que pararse en un pasillo del metro a la hora pico era igual de armonioso que salir a darse sus vueltas por el corredor turístico de Oaxaca.
Tanto brío mezclado con cierta ingenuidad de quien políticamente nunca acierta a saber dónde está parado, dice mucho de lo que es Toledo, como cuando apoyó en los ochentas la fundación de la COCEI en su Istmo natal, cuestión de la que tuvo que chisparse cuando las amenazas de muerte comenzaron.
Como cuando en pleno conflicto del 2006 a unos de los primeros a los que fueron a balearle la casa fue al maestro, a pesar de que él dijo que no estaba a favor de ninguna de las dos partes en conflicto.
Aunque también está el Toledo calculador, el que vendió en un peso sus instituciones culturales al Estado, con el detalle de que hoy más de un año después, el sigue al frente de ellas y decidiendo.
El Toledo que se fue con todo contra la construcción de un McDonalds en el zócalo hace unos quince años, actividad para las que convocó al apoyo de toda la pléyade artística de entonces que en buen parte le era deudora de algo (al menos en admiración) y que una semana más tarde de eso, en el cenit de su fama mundial de opositor a la trasnacionales, agotó todas las ventas posible de su exposición en Nueva York.
Artísticamente Toledo puede que no sea tan grande como lo fue su mentor Rufino Tamayo, ni lo llegará a ser. Pues mientras Tamayo se fue de Oaxaca, y desde fuera se hizo el gran experimentador visual que fue, Francisco Toledo se quedó en Oaxaca a construir un universo, pero también a forjar su propio reino.
Reino que ha dado sustento a generaciones y generaciones de artistas y no artistas que han visto en las bibliotecas, museos, finiquitados cineclubes y centros culturales y artísticos, fundados por Toledo con la fuerza de su propio dinero, el escenario para desatar sus propios pensamientos, caminos y virtudes.
Toledo no es un vagabundo, pero le gusta el personaje. Su facha de villano de Odisea Burbujas que nunca se baña, que ha llegado a escamar a uno que otro turista que no sabe si pedirle su autógrafo o darle una moneda y que incluso llevó a que una de sus hijas estuviera a punto en alguna ocasión de darle un aventón en su carro a un vagabundo que en mucho se parecía a su progenitor, es solo eso, una facha.
En realidad las camisas de Toledo son de lino, de marcas caras y exclusivas, a la que el pintor y escultor arruga y maltrata hasta el punto en el que den el gatazo de pepenador de la Central de Abastos.
Eso no significa que su estilo no sea real, y es que es real porque él es el personaje. Porque Toledo se ha creado un reconocimiento de amigo de las oprimidos y defensor de las causas perdidas aunque al final haya defendido muy pocas.
Porque como buen caudillo que se precie de serlo, Francisco Toledo hace lo que quiere, cuando quiere y en los términos que él quiere. Y lo mejor de todo es que aun así no queda otra más agradecerle que lo haya hecho.
Hace un tiempo una amiga mía, joven, habitante de la ciudad de Oaxaca, de no más de 23 años, me dijo que consideraba a Toledo “un viejo pesado”.
Sus argumentos eran la pura vibra que el señor le daba, el hecho de que el periódico La Jornada le reseñaran hasta la hora en la que iba a cagar y el antecedente de que en sus cuatro años de carrera, Toledo nunca se dignó a saludarlas a ella y sus amigas en sus deambulares por el corredor turístico.
Mi amiga tiene razón, el pintor es “un viejo pesado” (su mal humor ha resultado proverbial para quien haya tenido el honor de soportarlo) pero además de eso, Francisco Benjamín López Toledo es una de las mejores cosas que le ha pasado a Oaxaca capital.
Redoble por Toledo y por su herencia inacabable.