Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.
Oaxaca de Juárez. Tarzán, el tipo con taparrabo que grita a pulmón quitado mientras se la pasa cotorreando con leones, elefantes y mandriles, ha regresado al cine por centésima ocasión. Bajo el cuidado y guía de un estilista visual llamado David Yates (responsable de que la saga Harry Potter llegara a buen puerto hasta el final de sus magias).
La leyenda de Tarzán (EUA, 2016) es planteada como una secuela de la potencial franquicia, con el regreso del hombre mono a su África Natal convertido en un lord ingles que desborda estilo para agarrar correctamente su tacita de té, pero al que su calidad de Rey de la selva lo obliga a volver a defender a los suyos y al lugar donde aprendió a caminar en cuatro patas, en la postrimería de un complot para explotar el continente negro, con metales preciosos y seres humanos incluidos.
Alexander Skarsgard puede que no sea Johnny Weismuller, pero le echa ganas para eso de verse ponchado y ágil en su viaje por árboles y lianas. Margot Robbie, una de las más interesantes y atractivas del momento, lo respalda con su Jane indomable, incapaz de quedarse callada aunque un mercenario que habla y sonríe como Hans Landa (Christoph Waltz) le diga que en su no silencio le puede ir la vida.
Como compañero de fórmula del hombre mono, Samuel L. Jackson otorga la exacta contraparte con su gesto de estoy en problema, cada vez que su socio con taparrabo echa a correr al monte. Su personaje de abolicionista negro de Virginia metido a agente secreto del liberacionismo mundial no es lo que dice creíble, pero el histrión de mil batallas de 66 años lo vuelve un raudal.
David Yates estiliza a este Tarzán de todas las maneras posibles y aunque la mayor parte de la crítica cinematográfica mundial lo haya reprobado, yo creo que le sale bien.
Aunque a veces su preciosismo visual metamorfoseado en realismo de aventura y un abuso de digitalización llegue a empantanar algunas partes de la película y las hunda en un exceso de reflexión y testosterona.
A la larga es la convicción del cineasta inglés, con su mapeo de símbolos y silencios, en el que los excesos pueden llegar a convertirse en virtudes lo que cohesiona todo el tinglado en una desigual especie de cruza de cine de arte y blockbuster taquillero.
Puede que haya mucho mejores versiones cinematográficas de este personaje más grande que la vida, original de Edgar Rice Burroughs, pero de este Tarzán en particular se puede decir que aunque su grito entre las ramas no sale a cuadro en toda la película, su eco se escucha claro.
Y sobre todo, lo más complicado a estas alturas de mil adaptaciones, se oye fresco.