Fogonero: La balada impenetrable de AMLO

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Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.

Oaxaca de Juárez. Andrés Manuel López Obrador nos dice a los reporteros oaxaqueños que cuando él sea presidente vamos a ganar muy bien, “porque habrá crecimiento económico, empleo, ¿y saben qué?” remata. No habría chayote”.

Los reporteros lejos de ofenderse ríen a carcajadas con el detalle, el natural de Macuspana, Tabasco alza la mano y se despide con un grito de “¡muchas gracias!”, entre aplausos y algarabía de un gremio reporteril que lo mira con una mezcla de admiración, complicidad y hartazgo.

A mí en lo personal, ahora que por vez primera lo tengo a dos metros, me recuerda por un momento al vendedor de monorriel que un día llegó al pueblo de Springfield a venderles una súper ganga que en su interior tenia a una familia de zarigüeyas de la que la más pequeña se llamaba Cuca.

He votado por este hombre dos veces para presidente de la Republica, pero ahora pienso que ya no amerita una tercera. Recuerdo cuando era chavo y acompañe a mi tío ferviente convencido del lopezobradorismo al Centro Histórico del D.F, cuando el Vicente Fox quería quebrar la carrera a la candidatura presidencial del entonces jefe de gobierno con la amenaza orquestada de un desafuero constitucional.

El acto de apoyo de entonces confluyó un mar de gente incalculable que llenó cuatro o cinco calles alrededor de la plancha del zócalo, todos convencidos de que aquel hombre de hablar pausado y acento de jarana era la verdadera opción para un cambio que el cambio de partido en el poder después de setenta años, no solo no trajo, sino en el que ahora lo vemos, al abismo que ya existía lo abrió todavía mucho más.

Huelga decir lo que vino después, un tipo gris y nefasto llamado Felipe Calderón quiso ser presidente y para lograrlo dividió al país gritando por todos los medios posibles que AMLO era un peligro para México, y de pasadita los que en él creían, también.

Hoy en esa conferencia de prensa mientras el Peje sonríe y dribla con gracia las preguntas de los reporteros que buscan que se declare como una especie de nueva Madre Teresa de Calcuta, ya no me pregunto que hubiera sido. Porque lo que está frente a mí, es lo que es.

Un hombre con poder, dueño de un partido político con nombre de prístino populismo, MORENA. Con la seguridad de quien ha dicho 45 mil veces las mismas cosas, el que ahora le hace ojitos Alfredo Harp Helú llamándolo un tipo justo (cuando hace 25 años lo incluyó en su lista de prófugos del FOBAPROA) mientras se deslinda de las acusaciones de estar ya en los planes de expansión de otro Helú magnate millonariazo llamado Carlos Slim.

El que vuelve a repetir que los responsables de la actual desgracia del pueblo mexicano (del que un estado completo, Tamaulipas, ya lo llaman Mataulipas, porque ahí ya el valor de una vida humana es ya un mero eufemismo) son “la mafia en el poder” liderada por el expresidente Carlos Salinas de Gortari.

“Por el bien de todos, primero los pobres” dice Andrés Manuel como si esta fuera todavía su campaña presidencial del 2006. Repite que acabara con la corrupción, que cada año los gobernantes corruptos se roban quinientos mil millones de pesos. Que con esos millones recuperados para el bien común habrá “empleos, bienestar, felicidad”.

“¿Eso no es ser populista?” le pregunta un reportero. “Si eso es ser populista, que me apunten en la lista”, dice el Peje sonriendo y riendo con una respuesta que ya la dijo hasta Obama. De su declaración Tres de Tres en la que él no tiene nada y los bienes solo los tienen sus hijos y su esposa, dice que el dinero nunca le ha preocupado.

“Me gustaría que todos tuvieran para vivir bien, que no hubiese pobreza y por eso estoy luchando todos los días”, ante la insistencia de los reporteros dice que un mexicano debería de ganar en promedio entre cuarenta mil a cincuenta mil pesos, segundos después, tal vez dándose cuenta de que le exageró un poco en las cuentas, y dividiendo el presupuesto, lo baja a trece mil.

Después habla de que los reporteros no deberían de estar “haciéndole caso a los del departamento de corte y confección”. Previendo que la conferencia terminara muy pronto le pregunto a un compañero y este me dice que esta empezó veinte minutos antes de la hora citada.

“Pero dijo lo mismo de siempre” comenta. “Con este cuate solo hay que venir a sacarle la foto, porque las declaraciones, las sacas del archivo”, dice otro.

En la mesa, junto al excandidato a la gubernatura de Oaxaca por MORENA, Salomón Jara (de quien el Peje nunca explicó el por qué lo impuso a pesar de existir sobre este un señalamiento de desvió de recursos por más de veinte millones de pesos cuando fue servidor público) Andrés Manuel López Obrador luce más relajado que de costumbre.

“¿Cómo no va a tener esa cara de encabronado si dos veces le robaron la presidencia?”, me comentó un amigo hace unos años. Pero hoy no se mira así. Su sonrisa de oreja a oreja no es parte de su escenografía habitual.

Tal vez porque al Peje lo habitual no le va. Pues lo mismo se ha declarado alumno de Benito Juárez y convencido laico y republicano, que ha ido a Roma a saludar al Papá y ha citado versículos justicieros del Antiguo Testamento para reivindicar causas que se dicen libertarias.

Después de su declaración de los del PRIAN “estaban enchilados” porque él no tenía ni casas, ni tarjetas de crédito ni carro propio, tengo ganas de preguntarle si no tener nada es sinónimo de honestidad.

Pero llegue tarde y el Peje ya se quiere ir, para subirse a una camioneta blanca Durango cuatro puertas que seguro no es de él, pero que seguro costó un buen varo, mientras saluda a los reporteros de los cuales algunos lo ven como si miraran al demonio o al mismísimo Jesucristo.

Al tiempo que a una compañera periodista que lo interroga sobre qué fue lo que discutió con los ocho diputados morenistas locales que serán segunda fuerza en la próxima 63 legislatura (razón de su visita a Oaxaca) le responde que de que medio viene para responderle después con frases abiertas que no dicen gran cosa.

Hoy un senador panista con eterna actitud de tacle ofensivo llamado Javier Lozano ha dicho que los que todos debemos estar haciendo es estar pensando cómo hacerle para impedir que Andrés Manuel López Obrador llegue a la presidencia.

Ayer, Enrique Peña Nieto, presidente de una Republica en ruinas al que ya no lo quiere ni Obama, con ese gesto de capitán del Titanic que lo caracteriza les dijo a los jóvenes de México, “que no se contagien ni del desánimo ni del pesimismo que no debe tener espacio en el corazón de ningún joven”.

Con jóvenes mexicanos asesinados y asesinando todos los días del año, con cuarenta jóvenes normalistas desaparecidos desde hace dos años en Iguala, Guerrero, con uno de esos jóvenes al que le arrancaron la cara de lo que ahora las autoridades culpan a un perro, con otros por lo menos cinco jóvenes asesinados el pasado 19 de junio en Nochixtlán y Hacienda Blanca en un operativo policiaco en el que ahora en cadena nacional los policías reclaman que son las víctimas.

Sus críticos le ganan por mucho trecho al Peje en la cantidad de huesos que han acumulado en su ancho armario. Frente a esto si alguien le hubiera preguntado otra vez a Andrés Manuel López Obrador, cuál sería la manera para hacerle frente a un crimen organizado creador de cuadros de infierno que no los tiene ni Dante.

Como aquellos narrados por una chica que se escapó de Tamaulipas y ha contado a la revista Vice sobre tráfico de personas y jóvenes mujeres amarradas y torturadas en mazmorras en renta, niños prostituidos y sacrificados cuando ya la inaudita crueldad los ha consumido, grupos de personas ejecutadas al unísono solo porque sí.

Si al Peje se le hubiera preguntado cuál sería su estrategia para combatir estos cuadros de humanidad negada, el seguramente hubiera respondido como lo ha hecho desde hace lustros.

Hubiera hablado de la honestidad valiente, de que para combatir a la delincuencia primero hay que combatir la transa y la impunidad de los políticos, que un hombre con un empleo y un salario digno difícilmente caería tentado por el poder corruptor y económico del crimen organizado, que si a los pobres se les saca de pobres no habrá más delincuentes ni más herencias de brutalidad.

Repetiría una y otra vez ese populismo mesiánico que lo significa, que lo afianza, que lo consuela. No hablaría del México real, pues Andrés Manuel López Obrador difícilmente conoce otro México en que él no funja como su salvador.

“No me metas en el mismo costal” le dijo el político al poeta Javier Sicilia hace unos años como candidato a la presidencia cuando este le comento que para muchos su figura acaudillada representaba mesianismo, intolerancia, sordera, confrontación e incapacidad de autocrítica.

Exclamando como siempre que él no era un corrupto, que no era como los demás políticos gandallas de este país.

Tal vez si Andrés Manuel se hubiera detenido en aquel ya lejano y triste 2012, que Sicilia no lo estaba llamando corrupto, sino mesías, intolerante, sordo y cero auto crítico, hoy su discurso y su sonrisa no sonarían tan desesperanzadoramente añejos y existentes en un mundo en el que solo su efigie lo es todo.

“¡¡Dios padre!! El peje es igual de pobre que yo. ¡Milagro!” bromeo conmigo hace poco un amigo por red social. Por alguna razón, ni siquiera pensé en reír.