Fogonero: Entre temblores, devaluaciones y colapsos. Moviendo a México

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Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.

Oaxaca de Juárez. “Ya todos sabemos que hacer en caso de que colapse el edificio, ahora hay que hacer simulacros para saber qué hacer cuando colapse el peso”. “Lamento decirte que ya colapsó”.

Es el extracto de conversación que escuche hoy en un colectivo y que me parece que ejemplifica de manera precisa  la ironía que radica en que el día en el que finalmente el dólar ha terminado por rebasar en México los veinte pesos,  coincida con el 31 aniversario del terremoto más catastrófico y mortal que ha azotado a este país.

Primero una cosa y luego otra. El 19 de septiembre de 1985 la Ciudad de México se despertó un poco más allá de las siete de la mañana con el suelo temblando, edificios cayendo y más de seis mil personas muriendo.

Escenas dantescas de terror, de un temblor  que cimbró en más de mil maneras a todo un país, se vieron rebasadas por el nivel de solidaridad alcanzado entre sus víctimas. Los habitantes del antes Distrito Federal que se dieron cuenta de que no iban a poder salir adelante confiando en políticos mexicanos, como el presidente de aquel entonces Miguel de la Madrid, que frente a la mayúscula magnitud de la desgracia volteaban los ojos al mundo para decir que aquí no había pasado casi nada.

Fueron entonces las mismas victimas las que hace 31 años se rescataron así mismas y a los demás de los cimientos de su desgracia. Convirtiéndose en trepadores espontáneos de ruinas, en excavadoras humanas, en portadores de malos y buenos mensajes a través de radios de onda corta, mediante los que dieron parte sobre una ciudad al que el movimiento de las placas tectónicas había dejado prácticamente incomunicado.

Hoy, con tanto tiempo transcurrido, este país se la pasa en los simulacros  de los simulacros, en el ensayar una y otra vez en escuelas y oficinas públicas la desgracia de un temblor monstruoso para sentirse medianamente preparado a sus consecuencias.

Pero aun así en simulacro se queda, en la hoy CDMX han sido varios los partes periodísticos que hablan de una desatada carrera de construcción de condominios de la que el más célebre de los aplastados en el 85, el mítico Rockdrigo González describiera como “la vieja ciudad de hierro”.

Condominios en todos lados, a todas horas, aunque se hayan talado ya más nueve mil árboles y transgredido un montón de zonas verdes en una ciudad transmutada en un parque vehicular de proporciones apocalípticas gracias al cual sus  más de veinte millones de habitantes entran un día a respirar la pura inmersión térmica y al otro día también, sin que haya hasta ahora un No circula capaz de resolver aunque sea en una cuarta parte el problema.

Mientras su jefe de gobierno cada vez más patético, Miguel Ángel Mancera no deja de repetir como un zombi del hueso, que quiere ser presidente de la Republica mientras la ciudad que en teoría gobierna naufraga a pedazos.

“Calidad y estilo de vida se fusionan de una manera perfecta” dice un anuncio por internet que anuncia un complejo de torres de departamentos en una “exclusiva zona de la ciudad de México”, mientras al recuerdo vienen los exclusivos complejos departamentales levantados en una colina de Santa Fe, que hace más de dos años tuvieron que ser desalojados en su costos millonarios cuando el cerro en el que estaban construidos empezó a desgajarse.

A estos ejemplos de éxito empresarial, y con este postmodernismo de postal infernal, hay que sumarle una situación económica nacional de los cuales los más optimistas califican de que se pondrá difícil (si no lo está ya) frente a los no tan optimistas que hablan de un desastre.

Pues se presume que el reciente cambio del antiguo secretario de hacienda, Luis Videgaray , por un repuesto, José Antonio Meade, no fue tanto porque el príncipe de Malinalco le diera al presidente Enrique Peña Nieto el peor consejo de su vida al recomendarle que invitara a México al candidato republicano Donald Trump (quien hoy espoleado en las encuestas por el acto de campaña facilitado por el gobierno federal, ya no habla solo de poner un  muro , sino acota que México será el primer país del mundo que podrá comprobar la modernización que la  Trump Republic traerá a las fuerzas armadas de su país).

Sino porque la crisis económica que se viene para un país cuasicolapasado es tan o más grande que la que asoló nuestras almas y conciencias en 1994. A esta percepción de fatalidad no ayuda mucho que hoy finalmente la moneda nacional haya rebasado su barrera de los veinte pesos en su tipo de cambio frente al dólar.

Al final, entre temblores nos la pasamos los mexicanos, entre sobrevivir o acabar aplastados en el intento. En el instante distante de nuestro propio colapso personal y colectivo. Al final, como bien dijera el filósofo desconocido, “que venga lo que venga porque no por andarlo esperando se va a pasar de largo”.