Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.
Oaxaca de Juárez. Gonzalo Vega murió ayer a menos de un mes de cumplir los setenta años, víctima del síndrome mielodisplasico contra el cual lucho durante siete años. Tipo de cáncer que se traduce en afecciones que pueden ocurrir cuando se dañan las células productoras de sangre en la médula ósea.
En su dilatada carrera como actor de cine, televisión y teatro que diera comienzo en 1969, con su debut en la regular adaptación cinematográfica que hiciera el cineasta Arturo Ripstein de la imaginativa novela de Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, Gonzalo Agustín Vega y González se significó como una presencia importante, repleto de un dinamismo y capacidad actoral que lo llevó a interpretar una gran gama de personajes que fueron desde machos perennes patéticos y algunos antihéroesen películas , hasta víctimas y victimarios en telenovelas, pasando por la obra de teatro la Señora Presidenta, la cual representó intermitente durante prácticamente veinte años y que le reportó incluso un record Guinnes por la gran cantidad de cambios de vestuario que la representación teatral exigía.
“Esta obra de teatro me ha dado un lugar que nunca soñé, soy libre ante las empresas televisoras, pues afortunadamente no tengo que pedirle trabajo a nadie. Produzco mi obra y hago mis cosas. En segundo lugar, me ha dado un sólido prestigio teatral que me ha consolidado en el gusto de la gente”
Dijo Vega al periódico La Jornada en declaraciones que se han vuelto a hacer públicas a raíz de su fallecimiento.
El histrión tuvo en la década de los setentas su mejor paso cinematográfico. Descollando con su pequeña interpretación de un estoico Ignacio Zaragoza en Aquellos Años la rapsodia energética que sobre Benito Juárez y la guerra de intervención francesa realizara Felipe Cazals en 1973.
Seguido entre otros roles del de un ambicioso joven líder sindical que quiere quedarse con los activos de un muertos en Ante el cadáver de un líder (1974) del costumbrista autor de las radiografías iniciáticas sobre el mexicano promedio, Alejandro Galindo.
El hijo cinturita enamorado, despiadado, demasiado confiado en su propio encanto de Las Poquianchis (1976), otra vez de Felipe Cazals. El chofer de tráiler de corto alcance que cae ante la seducción de la Manuela (Roberto Cobo) y después reacciona como una bestia herida en El lugar sin límites (1978) que le valió a Vega un nuevo encuentro con el autor del naturalismo tremendista, Arturo Ripstein.
Pancho fue para el histrión uno de sus papeles más logrados. La ejemplificación del homosexual que todo macho hierático lleva dentro. Las escenas del beso entre él y Roberto Cobo (la Manuela) y la posterior persecución y brutal asesinato que de su seductor hacen Pancho y su compadre (Julián Pastor, también recientemente fallecido) sobre todo después de que este último le pregunta a Pancho “¿si ya se volvió puto?” por besar a otro hombre, son la ejemplificación perfecta de los resortes de ignorancia, rechazo e hipocresía que mueven a la homofobia y desencadenanen crímenes de odio.
Otros filmes destacados o por lo menos recordados de Vega son Retrato de una mujer casada (Alberto Bojórquez, 1982) donde da vida a otro tipo de macho mexicano capaz de depredar a su esposa (Alma Muriel) por un mensaje escrito en un cuaderno que la final no significa nada. Ya nunca más (Abel Salazar, 1984) melodramón donde el actor la rola de padre comprensivo de un mocoso Luis Miguel que pierde la pierna a los tiernos 16, y se la pasa chillando y cantando rolas el resto de la película en señal de que no puede acostumbrarse.
Nocaut (1984) el debut de José Luis García Agraz como director que se ha significado probablemente como el mejor film noir en la historia del cine mexicano. El relato del camino al infierno que un boxeador devenido en sombrío mandadero ha de recorrer en una noche en barrio bravo para poder salir limpio de una venganza que se pasó de espontanea.
La energía con la que Vega interpreta su rol de Rodrigo Sarancho define mucho el tono adrenalinico del filme. En el que Agraz no da pausas ni respiros para un personaje complejo que aunque es el protagonista está muy lejos de ser el héroe.
Los últimos espamos de Sarancho al volante de un taxi, de quien ya no puede seguir corriendo más, que concluyen con un Gonzalo Vega llorando tirado sobre el asfalto esperando su destino, son de una fuerza que no se olvida, y que dan cuenta de los enormes recursos que siempre definieron su histrionismo
Tiempo de lobos (Alberto Isaac, 1985) relato generacional de braceros que ya no se adaptan a las mentiras de sus propio pueblo, Terror y encajes negros (1985, Luis Alcoriza) donde Vega vuelve a interpretar su papel de macho mexicano que solo ve infidelidad en su mujer (Maribel Guardia) cuando en realidad está siendo acosada por un asesino serial.
Y finalmente Lo que importa es vivir (1987) otro reencuentro del histrión con un cineasta, ahora el naturalista buñueliano Luis Alcoriza, que deviene en la historia de un vagabundo que termina formando parte de una familia suigeneris que no escogió pero que en el fondo conformó con su cariño.
En las telenovelas, Gonzalo Vega también dejó su rastro, específicamente en la dos realizadas por el binomio productor y director, Carlos Téllez y el novelista y dramaturgo Carlos Olmos.
Cuna de Lobos (1986) piedra de toque del telenovelismo mexicano, donde Vega interpreta al hijastro bonachón de la malvada Catalina Creel (María Rubio) quien con su parche en el ojo se la vive durante cien capítulos haciéndole al personaje de Vega atropello y medio, hasta que este después de salir de la cárcel por un asesinato que no cometió, se da cuenta por fin de que la madre a la que él amaba, en realidad lo quiere ver jodido.
En carne propia (1990), donde Vega da vida a Octavio Muriel, el personaje más psicópata y malvado que se haya parado por las pantallas mexicanas. Empresario salinista tecnócrata que sustituye su mano perdida en un secuestro que salió mal, por una extremidad de hierro con el que se la pasa ahorcando, machacando y cargándose a cuanto personaje se pueda alrededor de 120 capítulos.
Para los que la vieron, aún tienen pesadillas con la escena en la que Muriel asesina a un dentista en su silla de trabajo, y mientras lo degolla con su propio taladro dental le dice que con él se la van a pagar todos los dentistas que lo hicieron sufrir en el mundo.
Pero Gonzalo Vega también era capaz de interpretar a buenos tipos, como el padre de familia cornudo de La vida en el espejo, la versión masculina que de su exitazo Mirada de mujer exhibiera TV Azteca allá por sus buenos tiempos en 1999.
Acá el actor le da a su papel de galanazo otoñal enamorado de una chava bohemia y locutora (Sasha Sokol) a la que le lleva treinta años, toda esa credibilidad llena de autoridad que al final ha sido y será la marca de fábrica del aficionado al toreo y nacido y muerto en la Ciudad de México.
“Ha valido la pena. No soy un actor que me hice popular de un día para otro, o que de un día para otro gané mucho dinero, o encabecé un reparto. Para nada. Todo implicó mucho trabajo”.
Dijo Gonzalo Vega hace unos años a La Jornada, y tenía razón esos casi cincuenta años de trabajo, de carrera y de múltiples y variadas interpretaciones que siempre aspiraron a la verdad y la trascendencia, valen para considerarlo como uno de los actores más completos que ha tenido este país.
Un verdadero peso pesado del cine, el teatro y la televisión en México.