Doctor Peyote

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Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.

Oaxaca de Juárez. Dentro de la tiranía ya insoportable de Marvel de tres películas de súper héroes por año, Doctor Strange (EUA, 2016) es todavía una buena noticia. Deschavetada, barroca, excesiva, la cinta del doctor psicodélico y justiciero de la era hippie  se convierte en la apuesta más vital hasta la fecha de las historietas creadas por Stan Lee, en más de veinte adaptaciones cinematográficas.

A eso ayuda una actuación bastante divertida del portentoso Benedict Cumberbatch, actor camaleónico entre pocos que lo mismo puede interpretar con el mismo arrojo tipos duros pre y postvictorianos (Caballo de Guerra, la serie de tv Sherlock) que a espías y hackers despiadados y  sensibles caídos en desgracia (El quinto poder, El Código Enigma) que a malosos interplanetarios  y dragones avaros de cavernoso aliento (Star Trek 2, El Hobbit), quien se ciñe el papel del héroe con toda la imperfección y arrogancia que es capaz de transmitir.

Incluso la cinta sale adelante aun hasta con la elección al mando de un director mediocrales como Scott Derrickson, quien entre remakes pedestres de clásicos venerables (El día en el que la Tierra se detuvo) y películas de terror malísimas como pegarle al diablo (El exorcismo de Emily Rose, Líbranos del mal), hasta ahora no había hecho una sola buena película (aunque en su anterior filme, Siniestro había conocido su trabajo más decente)

Este Doctor Extraño es puro y gozoso chacoteo, con sus realidades alternas desdobladas en los quinientos edificios que se mueven para abajo y para arriba como si de una escenografía de tramoya en cuarta dimensión se tratara (cuestión por la que Christopher Nolan debió cobrar ya derechos de autor, pues mucha de la imaginería visual de este Extraño está basada y potencializada directamente de toda la pirotecnia conceptual extrema que cineasta ingles puso en escena hace seis años con Inception)

Además de esos elementos camps  de filmes delirantes a lo Vincent Price (al que Cumberbatch definitivamente hace un homenaje con su rol de doctor científico locochón obsesionado por curar lo inevitable) con sus monjes instalados en una Katmandú espiritual con una comodidad de cuatro estrellas, o con personajes la mar de estrafalarios (hasta  para la adaptación de un comic).

Como aquella  sacerdotisa, la toda terreno Tilda Swinton,  vividora de muchos siglos, sabia y calva como una bola blanca en camino hacia una bola ocho, o ese villano de ojeras muy pronunciadas que busca el amor eterno, Mads Mikkelsen, quien hace maravillas con lo poco que los guionistas le dan.

Alucinante, con caleidoscopios itinerantes que puede que superen al más potente LSD, con esa mezcla justa para no tomarse a sí misma demasiado en serio, al tiempo que hace por llegar al punto en el que pueda seguir sufragando su credibilidad con un ritmo de acción a lo tren loco.

 Doctor Extraño es un buen pretexto  para el escapismo, para el disfrute, para entrar al cine y decir, al diablo, me gusta esta historia de cirujano madreado con look de Siegfried and Roy, que llega a salvar al planeta de amenazas interestelares internas que suenan a una tarde de fumarse un buen porro mientras te pones a cavilar sobre la quietud que debe de existir en las lunas de Saturno.

Porque al final, con todos y sus doscientos millones de dólares de presupuesto y su cálculo para quintuplicar esa cantidad en poco más de un mes, este Doctor Extraño suena a una expedición por Huautla.

Y en eso, hasta el mismísimo Stan Lee con su cameo de ruco alterno que analiza un libro que habla sobre el candado que abre las puertas de la percepción, mientras grita un “¡que loco está este pedo!”, está de acuerdo.

¡Ese Strange, mejor saque del  peyote!