Snowden y su espionaje al aburrimiento

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Rodrigo Islas Brito/RIoaxaca.

Oaxaca de Juárez. Snowden (EUA, 2016) podría ser el gran filme político sobre el apocalipsis de la privacidad en la era de las redes sociales, si tan solo no fuera tan aburrido en su segunda parte. Oliver Stone acude a la historia real del hombre que denuncio desde dentro el espionaje todo terreno del gobierno de las barras y las estrellas, hacia todo, hacia todos. Del que Barack Obama dijo que tan solo era un hacker cuando gracias a su testimonio el mundo enero se dio cuenta que la CIA estaba en posibilidades de enterarse de todo aquello en lo que podías estar pensando aunque no lo hubieras puesto en Facebook.

Joseph Gordon Levitt se embarca en su papel obsesivo de costumbre en la piel de Edward Snowden, al que le copia hasta el tono de voz, pero en su convicción por remitir a su fuente original hasta las últimas consecuencias, se tuesta en su solemnidad.

Y no solo él, sino el filme entero. Que arranca muy bien con un Snowden Levitt enrolándose en la CIA por un orgullo y temor  patriota post once de septiembre y descubriendo en el camino que el patriotismo gringo de hoy en día tiene todo que ver con el fascismo de siempre.

Convencidísimo de que la libertad  es prescindible cuando de hacer seguro al país más poderoso del planeta se trata, trastocando sus convicciones  en un sendero de arruinar vidas y reputaciones usando tan solo los  datos de su biografía de red social , en un escenario de drones inteligentes que dejan cráteres  brutales gracias a bombas totales, en un espionaje absoluto hasta donde el mismísimo Felipe Calderón se llegó a quejar de que lo llegaran a grabar borracho, en un discurso donde hoy la presidencia de los Estados Unidos anuncia un cerradísimo resultado entre un Hitler de Quinta Avenida de pacotilla y una primera dama de las tinieblas apóstola de la tesis de que el mejor enemigo es al que se le mata, bombardea y borra cien veces.

Todo esto se torna cristalino en la primera hora de proyección pero después se va al demonio y Stone, el autor del mejor y más vibrante cine político hollywoodense de la historia (Pelotón, JFK) demuestra que ya no está en sus mejores fueros.

Por alguna razón este Snowden termina por convertirse en una sucesión de gente muy preocupada y abatida diciendo las mismas cosas una y otra y otra vez. La tensión y el suspenso de un filme promedio de espionaje internacional se acaban diluyendo en oficinas secretas en las que el jefe es el Capitán América o en un intento de falso thriller que no logra emocionar ni al más dispuesto.

Y para colmo está el cuasicameo de Nicolas Cage, en la cinta de mayor presupuesto en la que ha actuado en años, en su papel de gurú fracasado de Snowden, diciendo al final la chacotera y mi veces dicha frase de “el chico lo logró, mientras desayuna, mira a su esposa y seguramente piensa, “mi carrera ya se fue al carajo”.

Snowden no es mala ni un desastre, pero si es una decepción en la que no se logra comprender como un cineasta que llego a ser tan vital en su furia por denunciarlo todo, termina por entregar una roída e inerte película sobre una de las revelaciones más importantes en nuestro cada vez más deteriorado devenir mundial.

En este tiempo de paradoja totalitaria de la era  de la selfie y del que estoy pensando y del que estoy comiendo,  y de las cadenas de le prohíbo a Facebook que haga mal uso de mis datos. Mensajes de perfil de los que seguramente la CIA se ha estado, se está y se seguirá pitorreando.