La Jornada.
Ciudad de México. Apenas siendo niño, Andrew Almazán ya había leído a Shakespeare y conocía muchos de los misterios del cuerpo humano y el sistema solar. Pero el significado de la palabra soledad lo aprendió directamente de sus compañeros de escuela. Para entenderlo –o sentirlo– no necesitó ningún libro.
Fue el precio de ser lo que algunos llamarían un niño genio. En una escuela estándar, quienes tienen una inteligencia por arriba del promedio suelen sentirse extraños. Así como los ven el resto de los niños.
Cuando estuve en el sistema tradicional educativo me tocó estar muy aislado, pero también por el hecho de que no podía avanzar ahí. Tenía que estar estudiando por fuera, afirma Andrew Almazán, quien ayer –apenas a sus 22 años– se graduó de doctor en innovación educativa.
Este logro ya es, en sí mismo, digno de admiración, pero no es el único en la historia de Andrew. A sus 14 años ya se había graduado de sicólogo y médico, pero su mente voraz también disfruta de la filosofía, la historia, la geografía y la astronomía.
No deja de ser irónico que, a los 4 años, Andrew fue diagnosticado con sobredotación intelectual, pero también con trastorno de déficit de atención (TDH), y recomendaron a sus padres que recibiera un tratamiento farmacológico para regresarlo al promedio.
La falta de medios para identificar a los niños con capacidades extraordinarias es uno de los graves rezagos que impiden aprovechar las potencialidades, afirma Andrew en entrevista.
“El talento que no se utiliza, se pierde. Lo que ocurre con los niños sobredotados es que esta inteligencia además está mal diagnosticada como TDH, síndrome de Asperger y otros. Por otro lado, sufren bullying. Eso hace a esos niños renunciar a sus capacidades con tal de ser aceptados”, lamenta.
En un entorno que no los entiende ni los estimula, estos menores suelen perder años valiosos para explotar su inteligencia o simplemente se van del país a edades tempranas, porque se dan cuenta de que aquí no hay oportunidades para ellos.
Una prueba de la falta de mecanismos para descubrirlos es que antes de 2010 no había ninguna institución encargada de atenderlos. Hoy día hay 6 mil casos diagnosticados –de los cuales alrededor de 300 ya reciben educación especial–, aunque se calcula que puede haber casi un millón de niños sobredotados en México.
Para evitar que esos niños sufran aislamiento, Andrew realizó una investigación que combina técnicas de enseñanza con un modelo diferenciado, en el cul los niños sobredotados toman clase con otros iguales a ellos. Así se evita el bullying y se les ayuda a desarrollarse más rápido.
Este proyecto se llevó a cabo en tres años, se aplicó en unos 300 niños y fue justamente gracias a él que Andrew Almazán recibió ayer su título de doctor por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.
Después de haber logrado todo esto a una edad en la que muchos aún batallan para terminar una tesis de licenciatura, ¿qué más se puede desear?
En el caso de Andrew, es certificar a los maestros de los niños sobredotados, identificar a más menores en todo el país. Tengo muchos planes de estudio, pero también de trabajo. Al final, nunca terminamos de aprender en la vida, afirma el joven.