Excelsior.- Las primeras flamas del gasolinazo muestran a una sociedad enojada, tan proclive a la rapiña como al desahogo a través de la caricaturización del gobierno.
Los memes que inundan Facebook, Twitter y WhatsApp nos convierten en una comunidad virtual que se instala en la carcajada, el escarnio y las ocurrencias. Entre las recientes destaca un video que exalta a Carlos Slim como prospecto presidencial con un “anímese, ingeniero”. ¿Trump a la mexicana?
Son llamas que se atizan frente a los mensajes de un presidente Enrique Peña Nieto que defiende sus decisiones económicas sin ceder a los reclamos de la calle.
Llamas que nadie desde el poder pretende sofocar y menos cuando el jefe del Ejecutivo rechaza ponerse en los zapatos de la gente y revierte esa premisa para pedir que nos pongamos en los suyos.
Un flamazo que afecta la deteriorada popularidad del gobierno. Pero también arrasa con los partidos políticos, incapaces de conducir el malestar ciudadano sin cauce ni causas.
Ésa es la noticia que punza en los bloqueos carreteros, robos en tiendas y brotes de defensa vecinal cuasi policiaca: la oposición enfrascada en cálculos y negocios electorales no sabe qué hacer con el descontento de una sociedad que culpa a toda la clase política del estado de las cosas.
Se dirá que es la tendencia mundial y que México no escapa al desencanto hacia gobernantes y partidos. Sin embargo, aquí es mérito del peñismo haber repartido costos con la oposición, particularmente con el PAN y el PRD, firmantes del extinto Pacto por México.
Las dirigencias del panista Ricardo Anaya y la perredista Alejandra Barrales saben que son corresponsables de esta situación y que sus llamados contra el gasolinazo resultan insuficientes para salir airosos de esta racha antisistema.
En octubre de 2013, el PRD confeccionó con Luis Videgaray, entonces titular de la SHCP, la Reforma Hacendaria que —según el panismo y los empresarios— inhibió el crecimiento y dio paso al actual manejo de las gasolinas.
Molestos por lo que califican como “la tóxica reforma fiscal”, los panistas siguieron negociando con el mismo secretario Videgaray la Reforma Energética bajo la promesa de que los hidrocarburos serían más accesibles y de todos.
Así que en diciembre de 2013, con el conocimiento petrolero y el voto de sus legisladores, el PAN sacó adelante los cambios que permitirían el ingreso del capital privado en Pemex y CFE.
Si bien los panistas alegan que el gobierno no ha sabido operar las reformas, el gasolinazo es socialmente digerido como el Frankenstein que los azules avalaron.
Aunque en el PAN y el PRD hubo políticos que cuestionaron a sus dirigencias por considerar que con el Pacto se sometían al gobierno, en la práctica todos construyeron una interlocución con el secretario Videgaray; el titular de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; el excanciller José Antonio Meade, hoy al frente de la SHCP, y Aurelio Nuño, exjefe de la Oficina de Los Pinos y ahora en la SEP.
Esa interlocución del peñismo con la oposición incluye acuerdos en lo oscurito en temas electorales y legislativos, reparto de cuotas institucionales y apoyos a gobernadores. El asunto es serio y a estas alturas grave porque ha minado la autonomía de estos aparatos políticos.
Digámoslo suavemente: la mayoría de los cuadros importantes del PAN y PRD le deben algo a alguno de los principales operadores del peñismo. De ahí que sean medrosos para emprender acciones de fondo contra la carestía de la gasolina.
Por eso en el panismo hay quienes se emocionan con la idea de que Margarita Zavala terminará siendo la carta fuerte de Peña en 2018. Es tal el desdibujamiento de la noción opositora que hay azules que se alegran con esos cálculos.
Cooptados con arreglos presupuestales —el fondo de los moches pervive y es plural— por debajo de la mesa, los políticos del PAN y del PRD se mienten cuando hablan de lanzar una alianza electoral mexiquense. Para hacerlo tendrían que estar libres de favores con el peñismo. Y no lo están.
En tanto, Andrés Manuel López Obrador, candidato único presidencial de Morena, se deslinda de cualquier movilización contra el gobierno y culpa “a la derecha” del vandalismo.
Conocedor de los enjuagues de lo que él llama “la mafia del poder”, AMLO propone llevar la inconformidad al Congreso, una ruta que desdeñó en el sexenio pasado. A su modo ofrece relevo sexenal con perdón y olvido. Quiere que lo dejen llegar a Los Pinos. Él también antepone el interés electoral al malestar ciudadano.
Los pequeños o son satélites del gobierno (PVEM, Nueva Alianza, PES) o asumen la dificultad de remar solos al proponer frentes amplios (Movimiento Ciudadano y PT).
Y qué decir del PRI, en el que las presuntas discrepancias internas no pasan de ser cuchicheos de columnas de prensa. Todos alineados a la disciplina del sí señor.
Así que mientras las carcajadas entretienen a las mayorías, los delincuentes saquean tiendas y los ilusos arman rebeliones digitales, el presidente Peña confía en su estrategia política y confirma su éxito frente a una oposición paralizada.
Imposible vaticinar hasta dónde llegará el flamazo de esta primera semana de repudio al gobierno. Por lo pronto hace polvo a una partidocracia literalmente chamuscada, atónita frente a las imágenes del caos, dudosa de sí misma y de “la mano negra” que todo lo explica y lo disculpa.