Mariano, del sueño americano a morir abandonado en un trailer

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La Silla Rota.

Ciudad de México. Mariano López Cano, de 26 años de edad, salió de Morelos, municipio de Papantla, el domingo 16 de julio, a las 15:00 horas, con dirección a Estados Unidos.

Padre de dos niños (de tres y un año de edad) y en víspera del nacimiento de su tercer hijo, decidió emigrar en busca de un trabajo que le ofreciera los ingresos suficientes para dar sustento a sus hijos.

Mariano no sabía que sus planes se asfixiarían en la caja de un trailer junto a otros diez mexicanos que perdieron la vida en el abandono, el 23 de julio en San Antonio, Texas, en Estados Unidos.

Este viernes, en el corredor de la casa materna de Mariano -una vivienda con techo de lámina de zinc- construida al pie de un árbol de tamarindo, se ha instalado un pequeño altar con imágenes religiosas, y un par de fotografías donde se observa sus ojos pequeños, piel morena, y su complexión robusta.

A un pie de su altar, la familia relata algunos porqués sobre la decisión de emigrar de Mariano.

Su esposa Beatriz López Paredes, de 24 años, recuerda haberle pedido a Mariano que no se fuera. Le argumentó que por muy mal que la pasaran en el pueblo: “aquí de hambre no se muere uno”. Pero fue en vano.

“Él se desesperó… aquí no se gana la suficiente, y como el bebé más pequeño no lo teníamos planeado, comenzó a hablar de irse a trabajar para sus hijos, para darles algo”., .
En el pueblo de Mariano López hay un promedio de 800 habitantes, la mayoría de sus calles están sin pavimentar. Y en épocas cómo ésta, dependen de una pipa que surte el agua a los pobladores a un costo de 100 pesos el tanque de mil litros.

Pese a la cercanía con la actividad petrolera -están a media hora de Poza Rica el polo petrolero más importante de la zona norte de la entidad- la comunidad de Morelos solo ha recibido un camino y una escuela primaria, como beneficio por la explotación de hidrocarburos.

Los habitantes no tienen acceso al trabajo dentro de las compañías petroleras. Aquí, la mayoría se dedica a la siembra de maíz, y no ganan más de 120 pesos en el jornal.

Así que cuando llegó el ofrecimiento de un trabajo en Estados Unidos, no lo pensó mucho. Se despidió de su familia y emprendió el viaje: quería hacerle mejoras a su vivienda y adquirir un vehículo.

Una vez que decidió marcharse ni siquiera su esposa, Beatriz López Paredes, de 24 años de edad, a quien conoció desde que era niños, pudo detenerlo.

Mariano y Beatriz se casaron cuando ella cumplió 18 años y terminó el telebachillerato. En marzo pasado cumplieron cinco años de matrimonio.

Del disgusto que le causó la partida de Mariano a Estados Unidos, a Beatriz se le adelantó el parto que estaba programado para el 7 de agosto, y un día después de que su esposo se fue, parió a su tercer hijo.

Mientras asimila la idea de que tendrá que asumir sola la crianza de sus tres hijos, El niño de 3 años se arremolina en su regazo, el de en medio da sus primeros pasos de la mano de su abuela materna, y el bebé más pequeño (de diez días de nacido) duerme en el portabebé.

Antes, a un costado del altar de su hijo, Mariano López Bernabé, de 60 años de edad, y de ocupación campesino había confesado que él tampoco estaba de acuerdo con que su hijo se fuera al país del norte.

“Nosotros somos hombres de campo, siempre nos hemos dedicado a la siembra de maíz. Pero hoy la juventud quiere sobresalir, quiere hacer algo para la familia, y se fue. Él iban huyendo de esta situación tan crítica, tan difícil de falta de empleo, y de malos salarios”, argumenta., .
La migración es algo frecuente en Morelos y localidades a la redonda. La familia de Mariano habla de un par de historias de pobladores que se han ido, y con lo trabajado han podido adquirir un vehículo, mandar a la escuela a sus hijos, poner un negocio o comprar un vehículo.

“Ellos escuchaban que trabajando por allá se gana bien, se hace dinero más fácil. Y ellos querían salir, querían trabajar para sacar adelante a sus hijos. Aquí mucha gente se ha ido, y ha platicado que por allá es muy bonito, que les ha ido bien. Y ellos quisieron irse, se fueron con la ilusión de hacer algo”, insiste si padre, un hombre de baja estatura, de piel curtida al sol, y de quijada ancha, que hace todavía no se recupera de una intervención quirúrgica, que lo tuvo mucho tiempo en cama. , .
Desde el otro extremo del corredor de esta vivienda, mientras los guajolotes arman un alboroto en el patio en disputa por el alimento de media mañana, Ana Luisa López Cano, hermana mayor de Mariano, interviene en la conversación para recordar a su hermano como un deportista.

La mujer relata que Mariano junto con otro hermano y los amigos de la localidad tenían un equipo de fútbol que adoptó el nombre de “Los Pericos”, en honor a “San Miguel de Los Pericos”, el anterior nombre con que popularmente se llamaba a la comunidad José María Morelos.

A la vista pone una foto donde Mariano y sus amigos sostienen el trofeo del último torneo en donde “Los Pericos” resultaron ganadores.

“Desde que el pueblo se enteró de la tragedia no nos han dejado solos. Todos los días vienen amigos y conocidos a preguntar qué sabemos. Algunos le hacen fuerte a mi madre y a mí padre. Otros piensan que quizás sea una confusión, que esto no nos está pasando a nosotros”, comenta., .
Desde el corredor donde transcurre la platica, se puede ver una lona de plástico color azul instalada en el patio de la casa, mesas, y una torre de sillas de plástico, que fueron reunidas por los amigos de la familia López Cano, con la finalidad de estar listos para recibir el cuerpo.

Mientras la familia en Morelos espera el arribo de Mariano y asimila la tragedia familiar que implica a tres menores huérfanos de padre, su madre María Luisa Cano, una mujer de salud frágil debido a los achaques de la diabetes, viaja en dirección a Nuevo Laredo, donde esperará que el gobierno de Estados Unidos le autorice un internamiento humanitario para reconocer el cuerpo de su hijo, y traerlo de regreso.