Moisés MOLINA
No sé usted –amable lector- si las tiene, opta por bloquear en las redes sociales a quienes no piensan como usted. Desde mi particular punto de vista, ello únicamente exhibe al pequeño Hitler que algunos llevan por dentro.
Por mi parte procuro recibir con agradecimiento y de buen talante todos los comentarios que los visitantes me regalan.
Dejar nuestros espacios digitales de comunicación pública abiertos a todo el que quiera transitar por ellos y regalarnos una opinión permite, además de un gesto promotor de la democracia, sacar conclusiones respecto del humor social, de la razón o la sin razón.
Y es que las redes son el espacio por excelencia donde desembocan las más diversas expresiones de activismo político. A favor o en contra.
Una cosa me queda clara. Los promotores casi unánimes de la violencia, al menos digital, son los lopezobradoristas, ya sean militantes de alguno de los partidos que le postulan o simpatizantes que ven en él, algo más que un candidato.
Y es que AMLO, a fuerza de reiterados intentos por buscar la presidencia, se ha convertido en una suerte de caudillo que recorre el país sembrando semillas de esperanza, pero también de odio, de intolerancia, de venganza que repentinamente y en una suerte de bipolaridad electoral cambia según las circunstancias.
López Obrador se ha vuelto experto en el arte de decirle a los mexicano o al “pueblo” (su palabra favorita) lo que quieren oír, así sean ocurrencias o promesas imposibles de cumplir.
La irresponsabilidad de AMLO, sin embargo, tiene menor tamaño que su imagen de Tlatoani, de ídolo construida a lo largo de los años. Por eso y ante la incredulidad de muchos pareciera que, sin el menor rubor, se le toleran todo tipo de deslices.
¿Qué es lo que hace esto posible? Creo que aquello que los profesionales de la psicología llaman la “sugestión del prestigio”.
Escribe Klaus Ziegler:
“El prestigio es el pilar fundamental que sostiene más de una impostura intelectual…Pero la manifestación más obvia de sumisión ante el poder es sin duda la imitación: pensar y actuar como el ídolo, y hasta copiarle sus afectaciones y amaneramientos. Para la imitación servil y desvergonzada, los humanos no tenemos rivales ni entre los monos”.
Ejemplo claramente aplicable también a Susana Harp que está haciendo campaña con lo que más disfruta que es cantar. Cada mitin es un pequeño concierto. Ante la luminaria, la propuesta palidece y que le hagan un cerco humano sus colaboradores, para que la gente no se acerque a ella, no importa. Es Susana, la cantante, la artista. No hay lugar a la disonancia cognoscitiva (Festinger 1957): “sacrifico mi individualidad, mis creencias y mis juicios y adopto los de ella”; “Lo que ella hace o dice es lo que está bien, el que está mal soy yo”.
El recibir, reiteradamente en nuestras redes sociales mensajes de intolerancia, de violencia, de odio acompañados de los peores calificativos hacia tu persona, por parte de quienes no concuerdan con tus opiniones y que en la inmensa mayoría de los casos son partidarios de Andrés Manuel, hablan del peligro que su eventual llegada a la presidencia representa.
Y argumento más allá:
A las acusaciones que le vinculaban con los violentos activistas de MORENA y la sección 22 de la CNTE que irrumpieron durante la visita de José Antonio Meade a Oaxaca, AMLO respondió textualmente: “No soy nadie para decirle a un movimiento social qué no debe hacer”.
Con ello nos queda claro que, como le pasó a Gabino Cué en Oaxaca, de llegar a la Presidencia gobernará con la CNTE, pero no la podrá controlar ni aún regresándole nuevamente el dominio total del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (hoy dentro de la estructura del gobierno federal) como les ha prometido.
Ni podrá controlar a los grupos o movimientos sociales que hoy está aglutinando en torno a su candidatura dándoles, como dueño de MORENA, candidaturas a cargos de elección popular en todos los estados del país.
A nadie conviene un Poncio Pilatos en la Presidencia de la República.
Y pienso también en la vuelta de Elba Esther Gordillo con el viejo SNTE, aliados del tabasqueño.
El hecho de que a Andrés Manuel tengan que enmendarle la plana sus voceros un día sí y al otro también tiene una lectura muy clara. Para él basta capitalizar el descontento social aunque no existan propuestas claras, factibles y responsables para terminar con ese malestar.
Leyendo y escuchando a sus fanáticos, pareciera que lo único que importa es el triunfo de AMLO y no el futuro inmediato de México. Sus partidarios, salvo honrosas excepciones, no sienten más compromiso, que el de apoyarle a ultranza.
Tal parece que dejamos nuestros espacios digitales en las manos de los intolerantes y los violentos; de aquellos que no están acostumbrados al uso de la razón y acuden a la violencia verbal que es más efectiva, porque ese tipo de violencia te silencia.
Para muchos es preferible dejar de opinar que argumentar o al menos sostener su posición. Las cosas no deben ser así. Están matando lentamente tu razón y tu juicio y tú lo estás permitiendo.
Están haciéndote dudar de ti mismo y no tomas cartas sobre el asunto.
Un “chairo”, (tal como lo define el Colegio de México en su Diccionario de Español de México, como una “persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes”) quiere silenciarte, hacerte dudar de tus convicciones y de tus certezas, avasallarte y hacerte entrar en una dinámica de guerra psicológica donde sea todo por la fuerza y nada por el derecho y la razón”.
Comprométete con lo que piensas y exprésalo.
Y si a alguien no le parece, no importa. Recuerda lo que dijo Voltaire: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Eso es la tolerancia.
@MoisesMolina