Alex Hernández
Culpabilizar a alguien más, algo muy común en las relaciones amorosas, afectivas y hasta laborales. Sin embargo, cuando se trata de política, todo es completamente diferente. A nuestro actual presidente de la república, el licenciado Enrique Peña Nieto, le sobran cuatro meses, meses que parecieran que su imagen está sumamente infravalorada, y aunque la Constitución dicta y manda que él sigue siendo el capitán en jefe del país, la batuta de mandamás parece ya haberla adquirido desde hace varios días el próximo presidente electo, Don Andrés Manuel López Obrador.
Ante el panorama actual, en donde López Obrador sale a dar más informes que el propio presidente en funciones, surge la interrogante de manera inmediata: ¿A quién se le debe exigir desde este momento? Ya lo sé, pareciera un tanto lógica la respuesta, debido a que constitucionalmente Peña debe cumplir con su jornada laboral hasta el 1º de diciembre y aunque, según declaraciones del propio Andrés Manuel, las prestaciones con las que contará posterior a su mandato ya no serán las mismas, Enrique Peña Nieto debería ser el flanco de todas nuestras exigencias.
Entonces ¿Por qué hay ciudadanos que ya le están demandando resultados al próximo presidente? Con el riesgo de parecer hereje contestaré de manera directa: La culpa es de Andrés Manuel López Obrador. Y antes de ser tachado de pérfido y embustero respaldaré esta teoría: Las expectativas que se tienen en el gobierno transitorio son sumamente altas, a lo cual la prontitud de las acciones son de vital importancia, ahí radica la intromisión de buena parte del gabinete de Andrés Manuel en asuntos que están en boca de todos como las licitaciones del nuevo aeropuerto, las negociaciones del Tratado de Libre Comercio y el replanteamiento de los sueldos de nuestros funcionarios públicos. López Obrador aparece ante las cámaras ya con tintes de autoridad reflejados hasta en su mismísima aura y tomando decisiones como si ya estuviera en funciones, una imagen que por ejemplo no mantuvo Vicente Fox en esta misma etapa del “juego”, formando parte del proceso de transición, pero que se le vio por primera vez como presidente aquel lejano 1º de diciembre del año 2000 en su toma de protesta y emitiendo ese famoso discurso titulado “La revolución de la esperanza”. Antes de eso la presencia de Fox era discreta y solo se presentaba como un rockstar ermitaño, tomándose la foto y listo.
El cambio de gobierno a un régimen de “izquierda” parece haber opacado la imagen de Enrique Peña Nieto, que cada vez aparece menos y solo cuando es sumamente necesario, haciendo este proceso de “entrega de gobierno” tedioso y sin sentido, afortunadamente el próximo será minimizado a tan solo tres meses gracias a la reforma política electoral del 2014. Sin embargo, teniendo a López Obrador en la primeras planas de los diarios en nuestro país, los ciudadanos empiezan a identificarlo ya como la máxima autoridad y a sabiendas que hay mayor probabilidad de que un funcionario con una permanencia en el poder mayor al otro les resuelva sus exigencias, pues obviamente le tiran duro y a la cabeza al que se queda, así de una vez se va aclimatando a lo que le espera.
Señoras y señores, ante la posible llegada de cambios vertiginosos en la escena política tal como la conocemos hoy en día en nuestro país, es necesario un poco de paciencia y prudencia –ya lo decía aquel famoso poeta veracruzano autor del desfalco del pueblo jarocho- porque aunque ruja como tigre, se lama como tigre y coma como tigre, Andrés Manuel aún no puede intervenir del todo en el gobierno actual, nuestro presidente se sigue llamando Enrique Peña Nieto, y a pesar de la euforia por la cuarta transformación, es importante darle tiempo al tiempo, no vaya a ser que al final se le culpe al que se fue por una mala administración y entonces nos vamos a dar de topes en la cabeza.