Alex Hernández
Como fiesta patronal resulta ser la conmemoración del dos de octubre: la faramalla, el estruendo, las gargantas desgarradas y uno que otro anarquista con satisfacción por haber cometido algún acto vandálico. Pero nada más, se quedó en la mera fecha, en el calor del momento. A unos cuantos días de haber pasado el mentado dos de octubre –que vaya que se olvida–, los jóvenes regresamos a nuestras trincheras, desconociendo los verdaderos motivos del movimiento del 68 pero eso sí, con una ideología bastante integra de lo que nos contaron que fue la historia –es decir la ideología de alguien más con su debido copy paste¬–, ideología que será carcomida por el siguiente challenge o video viral, claro está, hasta el siguiente dos de octubre.
Nadie niega la trascendencia del movimiento, recordado mucho más por el número de víctimas que por la lucha del pensamiento en sí. Es cierto, la libertad de expresión, el empoderamiento de una generación así como los inicios de la democratización fueron herencia de ese fatídico día, que en su momento no se apreciaría la magnitud de los sucesos pero que a la postre traería cambios sociales importantes para lo que hoy en día tenemos. Lo cual me remonta a pensar ¿Estarían orgullosos aquellos revolucionarios de lo que hacemos con su lucha? Al parecer no tanto. Tan solo démosle un vistazo a las redes sociales –reflejo fidedigno de lo que hoy en día es la generación denominada millenial aquella que controla el futuro próximo del país–, en estas podremos encontrar la diversidad de ideas, lo cual no debería representar ninguna contrariedad hasta toparnos con la realidad de que las ideas están sustentadas bajo bases de papel, pliegos petitorios sin argumentos más que “soy joven”.
Sé que suena un tanto escandaloso, pero hay que decirlo con todas las letras: somos el eco de las voces que en su momento sí tuvieron un sentido. El recuerdo es necesario, pero quedarnos solo en el pasado es peligroso, ya que podríamos encontrarnos en una generación que sobrevalora el alboroto pero vive infravalorando los motivos. “¡Vayamos a marchar!” –A lo cual contesté– “¿Y cuál es el motivo?” –La respuesta fue clara– “Por la lucha de los del 68”.
Y es que acaso ¿No necesitamos nada? Vaya aberración, por supuesto que hay necesidades, pero tal vez las desconozcamos, tal vez ni siquiera sabemos lo que queremos, ni hablar del para qué lo queremos. A sabiendas que la generalidad no es la totalidad, los jóvenes vagamos por el limbo de la inconformidad, con la única tarea que es “hacerla de pedo” ¿Por qué? Porque alguien que sí tuvo razones nos dijo que lo teníamos que hacer.
Solo contéstame algo ¿Cuántos libros definen tu filosofía? ¿Qué opinas de la realidad actual? ¿Cuál es tu imagen a seguir y por qué? Lo sé, esto parece un cuestionamiento sin sentido, pero a menos que hayas encontrado otra manera de alimentar un pensamiento, es la única forma de generar una identidad ideológica, el cuestionamiento constante resuelto con bases fundamentadas en aleccionamiento continuo.
En esta nueva sociedad en donde lo instantáneo y lo desechable suelen ser la cotidianidad, parece que tanto las ideas como nuestras filosofías entran dentro del kit, porque una cosa es cambiar de Iphone cada año, pero cambiar de ideología solo nos muestra como una generación sin identidad ¡Cuidado! No vayamos a ser solo la cruda de ese 2 de octubre de 1968.