Moisés MOLINA
En un escenario donde 102 organizaciones han manifestado su intención de convertirse en partidos políticos; en que de julio de 2014 a enero de 2019 ha crecido en 11 puntos porcentuales (de 29% a 40%) la opinión ciudadana de que en México se necesitan nuevos partidos; y en que, de acuerdo a una encuesta nacional en vivienda con una muestra de 800 casos, levantada por Parametría entre el 24 y el 29 de enero, el 40% se identifica mucho o poco con MORENA, el 32% con ninguno, el 9% con el PRI, el 9% con el PAN, y el 3% con el PRD, el PRI está en la víspera de “celebrar” el 90 aniversario de su fundación.
En ese marco, los priistas más connotados del país realizarán la sesión de su Consejo Político Nacional para intentar reencontrarse y tomar algunas decisiones que podríamos considerar importantes.
De cara a la renovación de su dirigencia nacional calculada para julio o agosto, el partido tendrá que definir consensuadamente el método de selección y si será el Instituto Nacional Electoral la instancia encargada de organizar dicha elección.
Si las cosas siguen según lo calculado, será el INE el garante de una elección abierta al voto libre y secreto de los militantes y simpatizantes; aunque no se descarta la posibilidad de que, de en función de los cálculos de los potenciales contendientes, pueda pactarse una candidatura de unidad, con los pros y los contras que ambas posibilidades revisten.
¿Por qué es importante acompañar el proceso priista?
Simple. Porque ante un nuevo escenario en que los electores regalaron al Presidente López Obrador una incontestable concentración del poder político, lo que más le conviene al país para frenar toda tentación autoritaria es reconstruir un sistema de partidos fuerte.
México está en un punto de quiebre donde la gran balcanización de las expresiones, ideologías e intereses de la ciudadanía debe encontrar canales de participación política suficientes y de calidad.
Es por ello que en el caso que nos ocupa, es importante (según mi opinión) que el PRI tenga un proceso de elección de su nuevo dirigente nacional democrático, legitimado, concurrido y publicitado.
Lo ideal, no tanto para el PRI, como para México es que esta elección constituya un ejercicio de atracción y de redistribución de los intereses políticos de los ciudadanos, en función del antes y el después de la elección presidencial de julio de 2018.
El inevitable desencanto que acompaña al desgaste de quien gobierna debe redistribuirse entre las restantes opciones institucionales de militancia y simpatía electoral.
A nadie le conviene “el gobierno de uno”.
Desde mi óptica, el aún gobernador de Campeche Alejandro Moreno tiene todas las de ganar. Es su momento. Su estrella brilla.
La política tiene que ver mucho con estar en el tiempo correcto y en el lugar indicado. Y “Alito” lo está.
Tiene de su lado todas las virtudes que la juventud imprime a la acción política: imaginación, tesón, vitalidad, arrojo, claridad de pensamiento.
Se ha sabido mover inteligentemente, como presidente de la CONAGO, en las nuevas aguas púrpuras de la política nacional tejiendo alianzas; siempre presente.
Sus mayores activos son su carrera de partido y su condición (aún después de que deje de ser gobernador constitucional) de jefe político de su estado.
Alito conoce, como pocos, al PRI. Conoce su estructura, su funcionamiento, sus grupos, las reglas no escritas.
Y como jefe político de un estado tendrá sobre sus contendientes la enorme ventaja de saberse apoyado en una sólida plataforma logística y financiera.
Dicen que va a poner al PRI al servicio de AMLO.
Considero más fácil que ponga a AMLO al servicio del robustecimiento de un PRI que debe tener el tamaño y debe recuperar la dignidad para estar a la altura de la negociación política.
A AMLO (priista genético) le sirven más partidos fuertes con quienes poder sentarse a la mesa para investir legitimidad a su acción de gobierno, que colectivos intentando sustituir la acción de los partidos como el que hoy lidera el gobernador de Chihuahua Javier Corral.
Hoy el PRI está en la lona. Pero no está muerto. Y si de algo sabe el PRI es de supervivencia. Tan es así que ha sabido capitalizar los grandes fracasos de los gobiernos para volver a ser opción.
El código genético de los priistas fue originado y ha evolucionado dentro del Estado. Los priistas que opinan, que influyen, que marcan posicionamiento fueron educados en el Estado.
La improvisación puede pasar una costosa factura al nuevo gobierno.
Si el PRI quiere volver a ser opción tiene que poner manos a la obra desde ya.
No basta con renovarse. Tiene que refundarse. Soltar sus lastres y volver a su esencia, esa que abandonaron sus gerentes incubados y encumbrados en la frivolidad de las camarillas y los grupúsculos.
Por lo pronto, Alito ya marcó distancia de Peña y de los que llegaron a dirigir al PRI “sin conocer siquiera el edificio”.
Los priistas tienen una gran tarea. Tiene que ser aséptica y antiséptica. Sin distingos.
Alito, Narro, Chong u Ortega.
¿Quié será el próximo presidente del PRI?
@MoisesMolina