El fenómeno Guaidó entusiasma en tierra chavista

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El Pais.

Ciudad de México. Todo comenzó a las 9.00 de la mañana del domingo con una arepa en un mercado popular. Juan Guaidó se sentó acompañado de cuatro colaboradores, pidió una de queso, otra de pescado y un refresco. Tres horas después, estaba subido en lo alto de un camión con un micrófono y una bandera ante miles de personas que coreaban su nombre.

El rumor de que Juan Guaidó había llegado a La Guaira, su tierra natal, comenzó a correr de boca en boca desde que puso un pie en su tierra natal y poco a poco comenzaron a acercarse los vecinos.

Juan Guaidó: “Hay mucho miedo en las Fuerzas Armadas, mucha persecución”
Si Juan Guaidó extrañaba la normalidad eligió un mal lugar y un mal momento para recuperarla. Como si fuera una estrella de rock, familias, mujeres, jóvenes, trabajadores del puerto y pescaderos del mercado se arremolinaban junto a él. Le fue imposible dar un bocado a las famosas arepas del ‘El Mosquero’ sin que alguien se acercara. Todos querían tocarlo, tomarse una foto o decirle que en él están depositadas sus esperanzas.

Minutos después y unas calles más adelante, mantuvo una entrevista con la cantante Rosana Arbelo. La intérprete canaria le preguntó por las islas donde el padre de Guaidó trabaja ahora como taxista. Pero ni siquiera eso pudo ser un acto íntimo. De las ventanas y balcones cercanos se descolgaban los vecinos entre los ladrillos para gritar su nombre. Todo un fenómeno social y político para alguien que hace tres meses era un completo desconocido entre la población.

Para cuando llegó a la plaza de El cónsul, el popular barrio era un mar de gente que comenzó a caminar detrás de él. Sin saber a dónde iban pero detrás de él. La marcha era la metáfora de un país. Lucrecia Méndez, de 62 años y ama de casa, vio pasar a la multitud, sacó la bandera de Venezuela de su balcón y se sumó al gentío que, en pocos minutos, se había convertido en una enorme masa de miles de personas que cantaban “hay un guerrero, vale por dos, es de La Guaira y se llama Juan Guaidó” o “no me da la gana, una dictadura igualita a la cubana”. Otras, más ofensivas, tenían al presidente Maduro en el centro de la diana.

“Acabo de verlo y quiero decirle que no podemos más y que él es nuestra última esperanza. Hemos pasado unos días terribles sin agua y sin luz”, explicaba Lucrecia llevándose la mano a la frente junto a algunos de sus vecinos.

A esa hora de la mañana, bajo el inclemente calor del Caribe, Guaidó ya estaba encaramado a un vehículo. Frente a la multitud repitió lo que para sus seguidores es un soniquete que todos repetían como si se tratara de una lección escolar pronunciada en voz alta: “cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres”.

Ante todos ellos Guaidó insistió en que continuará recorriendo cada rincón del país para participar y seguir organizando los Comandos de la ‘Operación Libertad’ y pidió mantenerse en las calles de manera activa y pacífica. “Hay muchas necesidades en el pueblo. Los venezolanos quieren salir de esta situación de una vez por todas. Tenemos un ‘Plan País’ bien delineado y diseñado para ejecutar de manera inmediata luego del cese de la usurpación…”.

El presidente encargado no había terminado de hablar cuando los miles de personas introdujeron el nuevo mantra: “Miraflores, Miraflores”, el nombre del Palacio presidencial y el nuevo objetivo de Guaidó para recuperar “la oficina de todos los venezolanos”.

Sin previo aviso, sin trabajo de campo de los partidos tradicionales y sin convocatoria a través de redes sociales por motivos de seguridad, Guaidó movilizó la indignación de una tierra tradicionalmente chavista donde hasta hace poco siempre ganó la opción bolivariana, que cayó derrotada por menos de 15.000 votos en 2015. Al final de la mañana el impecable traje azul con el que llegó se había convertido en una simple camisa blanca y remangada con la que se secaba el sudor.

Pocas horas después de su aparición, se supo que Nicolás Maduro había pedido a todos sus ministros “poner sus cargos a la orden a los efectos de una reestructuración profunda de los métodos y funcionamiento del Gobierno bolivariano para blindar la Patria de Bolívar y Chávez ante cualquier amenaza”.

El chavismo trataba de trasladar a la calle las consecuencias de una desastrosa semana sin agua y sin luz. La iniciativa, sin embargo, la había marcado Juan Guaidó desde las 9.00 de la mañana.

LOS MILITARES QUE DESERTARON DENUNCIAN ABANDONO
MAOLIS CASTRO

Los militares venezolanos se sienten abandonados en Colombia. Luis González Hernández, sargento segundo del Ejército, denunció que representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados informaron que tenían 3 o 4 días para desalojar el albergue en el municipio Villa del Rosario, en el Norte de Santander. “Ellos nos iban a entregar una colchoneta, una sábana y 350 mil pesos, más un mapa”, declaró el sábado a la emisora W Radio.

González estaba rodeado de compañeros, vestidos de civiles, y en las afueras de un hotel. “No tenemos comunicación con nuestro presidente Juan Guaidó. Queremos que él se apersone aquí”, pidió. Más de 700 soldados y policías han huido de Venezuela después del intento de ingreso de ayuda humanitaria al país, el 23 de febrero, lo que evidenció las fracturas dentro de la Fuerza Armadas venezolanas.

Juan Guaidó, reconocido como presidente interino por más de 50 países, ha ofrecido amnistía a los funcionarios de cuerpos de seguridad que abandonen a Nicolás Maduro. Su promesa ha incomodado al oficialismo que ha calificado a los desertores como “traidores”. Vladimir Padrino López, ministro de Defensa, aprovechó la denuncia de abandono para desprestigiar a los refugiados.

Durante un mitin este domingo en La Guaira, Guaidó dijo que se había encontrado una solución al problema y la cancillería colombiana anunció un acuerdo con Colombia para proporcionar manutención y cursos de formación a los soldados. El embajador designado por Guaidó en Bogotá señaló que el tema requiere la “activa colaboración” de los distintos gobiernos y las agencias de Naciones Unidas.