Adiós a un ícono del beisbol

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Su número (47) está retirado con los Guerreros de Oaxaca, donde fue parte del cuerpo técnico cuando llegó el beisbol profesional a la Verde Antequera.

Adolfo Mantecón Sánchez, conocido como Tribilín Cabrera nació en Cien Fuegos, Cuba.

Siempre con un puro en la mano y su peculiar forma de caminar, concedió una entrevista a en la última temporada que estuvo en Oaxaca, en la víspera de sus 84 años de edad.

Su niñez fue como la de la mayoría de los niños cubanos, sin dinero y con muchas carencias, “a veces no teníamos ni pa’comer”.

Fueron nueve hermanos y la necesidad de ayudar económicamente en su casa lo obligó a dejar la escuela, a buscar trabajo.

Como todo cubano, Tribilín nació con el beisbol en las venas. Cuando de niño jugaba en la playa, era un beisbol rudimentario con los amigos del barrio, pero era divertido.

Cuando tenía 15 años la escuela quedó en el olvido porque se fue a laborar a una compañía cubana, donde jugaban beisbol. “Empecé a jugar y a trabajar”, no había de otra.

Su peculiar acento caribeño es inconfundible, y el paso del tiempo se observa en sus morenas y arrugadas manos.

Nadie le dijo que tenía facultades para ser un buen pelotero, pero lo invitaron a jugar en un equipo profesional en Cuba y de ahí salió para jugar en Venezuela, en México y en otras partes del mundo.

LLEGO A MÉXICO

Después de haber jugado por Nicaragua en la década de los 40, Adolfo Mantecón llegó a Mérida para jugar en la Liga Peninsular.

“Me contrataron en Mérida y ahí estaba el presidente de la Liga Mexicana quien me invitó a jugar profesionalmente”. Mi intención –agrega— era ir a jugar a Canadá, pero en México me ofrecieron mejores condiciones económicas.

Era fuerte, buen bateador, chocador de bola y hábil con las manos a la defensiva. Eso le gustó al directivo que lo contrató de inmediato.

Desde muy chico dejó Cuba y asegura que nunca tuvo nostalgia, esa palabra no existe en su vocabulario.

Uno se adapta a todas las circunstancias; cuando “hay necesidad, uno va al fin del mundo, si en el infinito te ofrecen una mejor opción, hay que ir”. Y esa palabra de nostalgia no procede, no “está en mi diccionario”.

De grandes y obscuros ojos, cabello ralo y blanco, Alfonso Cabrera recuerda que cuando comenzó a jugar profesional en México, lo hizo con los Charros de Jalisco y de ahí fue contratado por los Sultanes de Monterrey.

AL BORDE DE LA MUERTE

Tenía 27 años de edad cuando jugaba con los Sultanes de Monterrey. Sus cualidades para jugar beisbol eran bastas, pero no sabía que su carrera se vería truncada por un accidente.

Viajaba en el camión de los Sultanes, el autobús se precipitó al vacío dando volteretas.

El camión se detuvo en el fondo del barranco y Adolfo ya no supo de sí. Cuando recobró el reconocimiento, se encontraba en un hospital en Monterrey, donde el médico le dijo que había sufrido aplastamiento de la cuarta vértebra y el cuello se le movió un milímetro.

Sus ojos se humedecen, no sale una lágrima pero el recordar el penoso accidente lo pone nostálgico.

Su carrera como beisbolista había terminado.

Fueron largos meses de rehabilitación para poder caminar, no quedó bien y eso le impidió volver a jugar beisbol.

La recuperación fue difícil, porque “me costó más trabajo entender que ya no volvería a jugar”. Perdí facultades, las que tenía, porque estuve a punto de quedar paralítico.

Al principio sufrí porque dejé de jugar muy joven, pero los directivos de los Sultanes me ofrecieron hacerme coach, acepté y hasta la fecha, “mírame, aquí sigo”.

HABIA MUCHA COMPETENCIA

Fue un buen pelotero, en cinco temporadas que jugó en México registró porcentaje de .328 de bateo, con 415 imparables, 82 dobles, 18 triples, 229 carreras impulsadas y 17 cuadrangulares.

Con esos números hubiera jugado beisbol en grandes ligas, pero en los años 30 no jugaban peloteros de color.

“En la actualidad quien tiene más o menos facultades juega en Estados Unidos, porque hay más equipos y necesitan peloteros.”

Cuando llegó a México solamente había ocho equipos, que estaban plagados de excelentes peloteros que jugaban con el corazón en la mano.

Ahora son 16 en el verano y todos tienen buscadores por todo el país; si observan a un jugador con buenas hechuras, lo invitan a jugar beisbol.

ME GUSTARÍA MORIR EN EL BEISBOL

Tribilín Cabrera está dedicado al beisbol porque ese deporte le dio todo lo que tiene.

En la bolsa trasera del pantalón trae un puro que prende para continuar la charla.

“Esto es mi vida”, dice mientras observa cada rincón del estadio Eduardo Vasconcelos.

Cuando uno nace de lo único que se puede estar seguro, es que uno va a morir algún día.

Y con franqueza dice:

“Me gustaría morir en el beisbol.”

-¿Le temes a la muerte?

–¡No!, dice contundente.

–No le temo a la muerte, porque algún día me moriré, eso es lógico.

Hace una pausa, se acomoda en la banca y dice:

“Cuando yo diga ya está bueno Cabrera, ya estuvo bueno”.

Sin embargo, dice que no sabe cómo va a morir, pero tampoco le gustaría saber la manera.

–Estoy sano, no tengo dolores ni enfermedades, me siento bien. Pero cuando llegue el momento, estoy preparado. “Ya viví bastante, ya hice lo que tenía que hacer, ya mis hijos están casados, tengo nietos…Estoy listo para afrontar la muerte”.

Fumar puede causar cáncer y el Tribilín lo sabe, pero además del beisbol, el humear puros cubanos es su otra pasión.

–Cuando estoy en el terreno de juego fumo, pero cuando me voy a la casa y dejo de trabajar no aguanto el puro.

A pesar de fumar, está sano y mientras tenga fuerza y salud continuaré en el beisbol y con los Guerreros de Oaxaca, porque la gente lo ha tratado bien, “me siento más mexicano que cubano”.

Su caminar es lento, pero seguro. Todavía se da tiempo de “fonguear” rolas a los jugadores de la tercera base.

MOMENTOS AGRIDULCES EN EL BEISBOL

Alfonso Cabrera está agradecido con el beisbol porque a través del deporte pudo ayudar a su familia cuando más lo necesitaba; gracias al beisbol se casó con Socorro Rodríguez y se logró establecer. Tiene más de 50 años viviendo en Guadalajara.

“Qué más le puedo pedir a la vida”, resume.

Así como el beisbol le ha dado al Tribilín, él ha aportado al beisbol, como dedicarle 64 temporadas, haber visto y platicado con jugadores que hoy son leyenda del beisbol mundial.

Su número 47 en los dorsales es inconfundible, su lento andar y su alta figura, lo hace inconfundible en el diamante, donde es el alma del equipo.

Al lado de El Almirante Nelson Barrera Romellón vivió momentos inolvidables, sobre todo en aquel 1998 cuando los Guerreros de Oaxaca levantaron el trofeo de campeones.

Juntos bromeaban y le daban un toque de armonía y diversión a los entrenamientos.

Nadie se imaginaba que el año pasado la muerte le jugaría una mala pasada a Adolfo, su gran amigo Nelson moriría electrocutado.

“Su muerte fue muy inesperada, pero cuando Dios ordena una cosa nada lo detiene”, lamenta Cabrera.

Mientras recordaba algunos momentos importantes en la vida de Nelson Barrera, como el jonrón con el que rompió el record de cuadrangulares en la Liga Mexicana, Adolfo Cabrera, recuerda:

“Sentí mucho su muerte porque fue mi compañero, mi gran amigo…”, hace una pausa y mueve la cabeza en señal de reprobación.

–Esto tiene que seguir, la vida continúa, se va uno y viene otro, es la ley de la vida.

El beisbol es un deporte absorbente, pero es su vida, y no lo dejará a pesar de que sus hijos y su esposa le piden constantemente que ya deje el beisbol.

–¿Y algún día se retirará?

–Cuando ya no pueda ni caminar.

–Mira, Nelson se retiró del beisbol y se murió, mejor sigo en el deporte…

NO DEJA MÉXICO Y SU NOMBRE CUATRAPEADO

A pesar de estar platicando parte de su vida, Adolfo Mantecón Sánchez no deja de observar el entrenamiento de los Guerreros, siempre está pendiente de la práctica y de dar consejos a los jóvenes.

–Y ¿por qué le pusieron Tribilín?

Un gesto de alegría se ilumina en su rostro y dice: “Un amigo en Guadalajara me lo puso, creo que por la estatura y el parecido con el personaje de Walt Disney”.

Pero ese apodo le gusta, se identifica con él y en Guadalajara ya nadie lo conoce por su nombre.

“Allá en el barrio todos me conocen como Tribilín, si preguntas por Adolfo Mantecón, dicen que no saben dónde vive”, dice entre risas.

Pero no solamente tiene un apodo, pues cuando tramitó su primer pasaporte en Cuba, una equivocación de la secretaria provocó que su nombre cambiara a Adolfo Cabrera.

Y el Tribi lo explica.

–El pasaporte salió cuatrapeado, no sé por qué, pero lo más seguro es que la secretaria se equivocó y puso el apellido de mi papá (Adolfo Mantecón Cabrera).

El documento salió a ese nombre pero él jamás tuvo problemas y hasta la fecha, solamente el acta de nacimiento dice Adolfo Mantecón Sánchez.

Adolfo dice no dejar México, porque este país le ha dado todo, pero en ocasiones va a Cuba.

Sin embargo, lamenta la crisis tan severa que viven sus paisanos, pero no todos.

“Los que están en el poder, con el gobierno, viven bien; los demás, están amoldaos”, expresa apretando los labios. Hay una crisis muy grande y muchas necesidades.

El Tribilín está contento, se siente bien, disfruta el estar en un campo de beisbol y rodeado de amigos y beisbolistas.

Y concluye la charla: “Me siento bien, pero cuando llegue el momento, estoy listo y satisfecho por la vida que he llevado en 81 años”. (JAIME RODRÍGUEZ OROZCO)

SU FICHA

Nombre: Adolfo Mantecón Sánchez

Fecha de nacimiento: 24 de febrero de 1922

Lugar de nacimiento: Cien Fuegos, Cuba

Apodo: Tribilín

Estado Civil: Casado (Socorro Rodríguez)

Hijos: (Alberto y Adolfo)

Nietos: Orlando, Romario, Adolfo y Cristina

Equipos como jugador: Charros y Saraperos

Temporadas: 5

Porcentaje: .328

Hits: 415

Turnos: 1,264

Jonrones: 17

Producidas: 229

Dobles: 82

Carreras: 179

Triples: 18

Pasaportes: 149

Ponches: 58

Bases robadas: 22