Moisés Molina
Atendí muy complacido la invitación al foro “Rumbo a la Asamblea Nacional” que organizó la Fundación Colosio.
Y no podía desaprovechar este espacio para discurrir algunas reflexiones en torno a lo que ahí aconteció.
En primer lugar he de reconocer, a diferencia de otros tiempos, no solamente la presencia sino la permanencia de Alejandro Moreno las tres horas que duró el encuentro.
No podía ser de otra forma. El único camino que le queda a quienes hoy deciden en el PRI es el de predicar con el ejemplo.
Me pareció emblemático lo que su presidente nacional dijo ahí: que hoy el PRI estaba aprendiendo a escuchar y ahí estuvieron con “Alito”, convocados por José Murat, Beatriz Paredes, Dulce María Sauri, Augusto Gómez Villanueva, Rubén Moreira y José Antonio González Fernández (quien a decir de Federico Berrueto, ha sido el mejor presidente que el PRI ha tenido), exponiendo sus puntos de vista y escuchando pacientemente, incluso, las participaciones de algunos de los asistentes.
A René Juárez Cisneros no lo cuento, porque contrario a todo orden de prioridades, se retiró casi a hurtadillas.
Dulce María Sauri puso en el aire una pregunta ante la situación actual del PRI después de los desastrosos resultados en la elección de 2018: “¿Debe el PRI pedir perdón?”.
Su respuesta fue categórica: “Si”.
Argumentó, en torno al principal estigma del priismo que es la corrupción de sus más prominentes representantes en el gobierno que se fue y en los anteriores, que el PRI había permitido que esos personajes arribaran al poder y que había guardado un silencio con hedor a complicidad.
Mi opinión es que no. El PRI no tiene por qué pedir perdón.
En todo caso ellas y ellos, quienes tenían un espacio de decisión y la posibilidad de hacerse escuchar, son quienes tendrían que pedir perdón, primero a su militancia y después al pueblo de México por haber entregado las candidaturas -a todos los niveles- a personajes para quienes poco o nada significaba el partido.
Ni la militancia ni el PRI tuvieron la culpa del desprecio que, quienes detentaron el poder y se beneficiaron personalmente de él, tuvieron por el PRI.
Creo que Alejandro Moreno tiene razón cuando dice que el PRI no debe buscar la “piedad histórica”. Su dicho está lleno de pragmatismo que es con lo que las elecciones se ganan.
El PRI perdió y perdió como nunca. Pero ya pasó. El diagnóstico ya se tiene y los priistas no tienen por qué seguir perdiendo el tiempo dando vueltas en torno a él.
Si el PRI está muerto o no, no es la primera vez que cuestiona; y la respuesta invariablemente ha sido la misma.
El PRI aún tiene su registro y competirá en las próximas elecciones. Lo que tienen que hacer los priistas es reagruparse para la acción. El mismo Moreno lo llamó “imaginación política”.
El PRI ha dispendiado una y otra vez la posibilidad de renovarse.
Desde su aparición en 2003 leí un interesante libro compilado y coordinado por Francisco Reveles quien es, en mi opinión, el más prominente teórico sobre el sistema de partidos en México.
La compilación se llama “Partido Revolucionario Institucional: crisis y refundación” (México: UNAM/Gernika, 2003), 483 pp.
El PRI hoy tiene la ocasión. El PRI debe refundarse, no renovarse. O se refunda o se refunde.
La próxima asamblea nacional (que es el único órgano del partido facultado para modificar sus documentos básicos) tiene que servir para devolver al PRI a sus legítimos dueños que, en los estados y los municipios siguen estando dispuestos a dar la pelea electoral.
No es fortuito que el Presidente de la Fundación Colosio sea José Murat, ni es casual que su postura en relación al tema sea pública, abierta y clara. Esa postura contestataria, contraria a la de la mayoría de la nomenklatura priista resistente al cambio es, sin temor a equivocarme, la que le dará rumbo a las decisiones que se tomará en la asamblea. Al tiempo.
Habrá muchos incrédulos, pero solo quienes hemos estado en la línea de fuego, entendemos que el priismo trasciende la simple simpatía política, es un estilo de vida que no se abandona.
Del PRI no se va nadie. Muchos priistas se han alejado de quienes en un momento histórico representan cupularmente al PRI y los agravian, los ofenden y los desprecian. Pero el ADN priista se queda.
Si no, pregunten a Andrés Manuel López Obrador y a los miembros más prominentes de su gabinete que son más priistas que el mismo Alejandro Moreno.
De cara a su próxima asamblea, los miles de priistas que la integran no pueden darse el lujo de la autocomplacencia y el agachonismo. No pueden permitirse el riesgo de que en futuras elecciones sus candidatos, después de la victoria le den la espalda al partido y después de la derrota digan que les dieron “un chevy para competir”.